jueves, 23 de noviembre de 2017

El telégrafo en la República restaurada



Lograda la restauración de la República, el país había expulsado a los invasores extranjeros pero sufría conflictos de armas prácticamente en todo el territorio, el talón de Aquiles de las comunicaciones eléctricas, como el telégrafo, que dependen del  buen estado de sus instalaciones a la intemperie. El pan de cada día en la República Restaurada eran las comunicaciones suspendidas por robo de alambre, destrucción de postes, asalto y matanza de constructores. Instalar una línea telegráfica, con el consiguiente desembolso particular o federal, era un riesgo que pocos estaban en condiciones de afrontar.

En consecuencia, los gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada, entre 1867 y 1872, se dedicaron a sostener en pie las líneas de los territorios vigilables; el resto de la República, era indispensable que esperarse una pacificación.

En 1867 –afirma Luis González y González en su ensayo El Liberalismo Triunfante–, los liberales tenían en las comunicaciones "una fe ciega en su capacidad redentora". No sólo Juárez y Lerdo como presidentes, sino lo más selecto de la opinión pública y la intelectualidad. El decano del periodismo mexicano, Francisco Zarco, escribió: "...decretamos ferrocarriles, caminos (...) para comunicar espiritual y materialmente al país". La comunicación era percibida como el elemento fundamental para una posible y muy deseada pacificación. José María Vigil, uno de los dieciocho intelectuales civiles de la República Restaurada, antepone como condición del desarrollo la "urgencia de la hechura de caminos de hierro"; Manuel María de Zamacona, ex-ministro de Relaciones y prominente escritor, iba mas lejos: "Los caminos de hierro resolverán todas las cuestiones políticas, sociales y económicas que no han podido resolver la abnegación y la sangre de dos generaciones".1

No era poco lo que había que resolver, pues la naturaleza también se encargó de frenar trágicamente las iniciativas. Una secuencia de desastres naturales dieron un siniestro colorido a la década del 77 al 86: "Hubo temblores trepidatorios a lo largo de la Costa del Pacífico; un par de erupciones del volcán de Colima; granizadas, tormentas e inundaciones en el centro y en la región del  Golfo; fuertes y sucesivas heladas a lo largo y ancho de la Altiplanicie; en 1881, plaga de langostas en la comarca del Istmo; en 1882, epidemia de vómito en el noroeste (...) y día tras día los azotes de la enteritia, la tosferina, la neumonía, el paludismo, la viruela, el tifo y docenas de aizootias y plagas."2

Entre lo más significativo del periodo de Juárez, en su reaparición, se cuenta la serie de reformas administrativas dictadas por su flamante Ministro de Fomento, Colonización e Industria, Blas Balcárcel. El ministro era consciente de la importancia que estas reformas tendrían para el futuro del sistema telegráfico. En sus Memorias al presidente Juárez sobre el año legislativo de 1868-69, Balcárcel afirma que cuando en el futuro se estudie su gestión al frente de esa Secretaría, "se reconocerá que (México) ha entrado vigorosamente en un periodo de regeneración civilizadora (...) sustituyendo al imperio de la fuerza con el sufragio del pueblo".3

En marzo de 1867 el presidente Juárez decretó la "federalización" de los telégrafos, que venían funcionando por medio de concesiones a empresarios privados. Federalización clara en el papel, no en los hechos. Si bien es apreciable la iniciativa de enfrentarse a un poderoso grupo de empresarios en tiempos de levantamientos cotidianos, el presidente Juárez no hace sino lo mismo que hizo Maximiliano en su momento: los telégrafos son del Estado, pero por el momento que los construyan particulares. Si bien Balcárcel mostró mayor energía que el ministro de Maximiliano lanzando la ley antes de negociar con los empresarios, lo cierto es que los telégrafos siguieron teniendo las mismas cuatro modalidades de propiedad que cuando lo dirigió el malhadado emperador: federales, subvencionadas por el congreso, estatales y particulares.

Las reformas consistían en ajustes administrativos y vigilancia en las líneas, fundamentalmente. A los telegrafistas de las oficinas de México, León y San Luis Potosí se les ordenó que, en lo sucesivo, no podrían retirarse de sus oficinas al concluir el turno de la noche "sin que los trabajos en general de la línea se hayan terminado". Se buscó regularizar los adeudos federales sobre uso de líneas telegráficas particulares, exigiéndose que al finalizar cada mes fuera remitido al ministerio el estado de cuenta de sus adeudos, "sin cuyo requisito no se hará a usted el abono correspondiente", ordenándoles especificar los sueldos de sus empleados y mostrar copias de los pagos para su constante revisión.

El 24 de abril de 1868 Balcárcel lanza un decreto que servirá como anticipo a un reglamento general expedido el 1 de enero del siguiente año. En este hace recomendaciones a los empleados para el buen uso de los equipos y las líneas, así como para el mejor aprovechamiento de su labor. Resalta la atención de la novena cláusula por contener un dato que no deja de sorprender a los telegrafistas de nuestra época, pues para ellos es común enviar mensajes al otro lado de la línea por medio de su magneta, accionando en el vibrador o llave el código Morse; o bien, recibirlos en el mismo código con el sonador al lado de la oreja, a la vez que lo transcribe con su máquina de escribir.

Cuando el telégrafo llega a México- y como se comprueba en el contenido de esta cláusula, bastante más tarde-, no se transmitía la clave Morse "de oído", como invariablemente sucedió después, sino que se transmitía con un sistema parecido al télex moderno, aunque más complicado (modelos como el teleimpresor "Hughes"), donde era necesaria la perforación de una cinta "en clave Morse", para luego ser instalada en el transmisor, copiándose a su vez otra cinta en el aparato receptor.

El telegrafista que recibía el mensaje sabía "leer" la clave Morse escrita en la cinta, pero no sabía "oírla", pues las características del aparato no estaban diseñadas para ello. A través de los años, con un servicio cotidiano y una legislación que les prohibía separarse de los aparatos, los telegrafistas empezaron a percatarse de que la cinta era un aditamento inútil -además de costoso-, ya que entendían el mensaje con solo escuchar los puntos y las rayas del aparato perforador del transmisor. Esta "habilidad" no causó alborozo a las autoridades ni mucho menos, quienes, extrañas a los pormenores técnicos de la telegrafía, creyeron que "podría prestarse a malos entendidos"; o bien, equivocar el sentido de los mensajes si los telegrafistas empezaban a omitir el servicio de la cinta, que era "exacto y probatorio". Y en razón de que empezaban a correr los chismes, cada vez más frecuentes, de que ciertos telegrafistas de por aquí y de por allá tenían la capacidad de captar el mensaje al vuelo del oído, Balcárcel dicta esta novena cláusula que habla por sí sola:

"Queda expresamente prohibido a los empleados recibir simplemente al oído los mensajes que les dirigen otras oficinas, pues siempre deberán dejar correr el papel de la máquina, y cuyo papel también se archivará para aclarar las dudas que pueden ocurrir."4
Otra de las tareas que emprendió Balcárcel fue la de legislar una tarifa telegráfica homogénea en toda la república, para lo que dictó una serie de circulares que no tuvieron el menor efecto, pues ese era un asunto de los dueños de las líneas que las imponían a partir de sus propios gastos y problemas, y tuvo que conformarse finalmente con solo igualarlas en las líneas federales. Optó entonces por presionar a partir de la ley de la oferta y la demanda, decretando una reducción en las tarifas de las líneas del gobierno de un 33 por ciento respecto a las empresas particulares, puesto que, argumentó, "no se ha procurado tener un objeto de lucro, sino facilitar lo más que sea posible las comunicaciones".5

El 3 de junio ordena por medio de circular a todos los telegrafistas del país, sobre todo aquellos situados en la región sísmica del territorio mexicano, que registren los pormenores de cualquier movimiento telúrico o fenómeno natural catastrófico, registrando la hora exacta del inicio, duración, intensidad, características, así como sus consecuencias, para "remitirlos inmediatamente a este Ministerio". Pero con todo, no era este tipo de catástrofes lo que a Barcárcel le interesaba remediar, puesto que él como nosotros sabía que en su mayoría son irremediables, sino aquellas que tenían que ver con la conducta humana "criminal", tanto de cuello blanco como de otros colores menos impolutos. Avisado de que los militares estaban abusando del servicio de las líneas federales para tratar extensos asuntos personales, dispuso que se prohibía este tipo de comunicación "gratuita", conminando a los abusivos a pagar sus justos precios, así como a usar "el estilo lacónico que se acostumbra en las comunicaciones telegráficas".

Por último, en cuanto a reformas balcarcelistas en el Ramo, el secretario insistió en la seguridad de las líneas telegráficas, "excitando" a los jefes militares, autoridades civiles, dueños de líneas, así como a los propios telegrafistas a que hicieran lo posible por que las líneas del telégrafo se mantuvieran en un estado saludable, pues eran tantos y tan frecuentes los perjuicios a manos de "mal intencionados", que hacían de este problema uno de los impedimentos principales de la administración para el desarrollo de las comunicaciones, haciendo recomendaciones para su rápida restauración.
Como se dijo, las Reformas Balcárcel culminaron en el Reglamento General del Ramo de Telégrafos, decretado el 01 de enero de 1869, que a grandes rasgos contempla lo que ya observaba el reglamento de Maximiliano, decretado en noviembre de 1865, que trazó los lineamientos generales y fundamentales de la legislación telegráfica. Salta a la vista, sin embargo, el contenido de aquélla  cláusula novena que prohibía a los telegrafistas recibir los telegramas de "oído", repitiendo la orden en los artículos 33 y 34, y exigiéndoles que "diariamente se marcará la tira, donde comienza el trabajo y donde termina".6


La propiedad de las líneas telegráficas también fue objeto de atención del ministro Balcárcel, por lo menos en cuanto a dejar claro cómo estaban las cosas, lo que no había ocurrido anteriormente. Como se dijo, hasta ese momento la propiedad de las líneas tenía cuatro modalidades: las administradas por el Gobierno de la República, que llamamos líneas federales; las que tienen subvención concedida por el  Congreso; las administradas por los gobiernos de los Estados y las sostenidas por particulares.

La situación de las líneas era esta: estaban a cargo de la Federación las de México-Querétaro-Guanajuato-León, con un ramal entre Dolores Hidalgo y Guanajuato: la de San Luis Potosí a Matehuala, que estaba prolongándose hasta Matamoros y que tenía en funciones el tramo de Saltillo a Monterrey, y la de Sisal a Mérida. Estaban subvencionadas por el Congreso las de Tlalpan-Cuernavaca; México-Toluca; Zacatecas-Durango; Durango-Mazatlán, que aún no empezaba a funcionar, y la de Veracruz-Tampico. Dependían de los gobiernos de los estados la de Oaxaca-México, al gobierno de Oaxaca, y la de Zacatecas-San Luis Potosí, al gobierno de Zacatecas. Y por último, dependían de empresas particulares las líneas: México-Veracruz, de dos conductores, uno por Jalapa y otro por Orizaba, con ramales hacia Tehuacán, pasando por la Cañada de Ixtapan, y de Perote a Jalancingo; las líneas de León a Guadalajara y Manzanillo, con ramal de San Juan de los Lagos a Aguascalientes; y la línea del Ferrocarril Mexicano, dividida en dos tramos: uno de México-Puebla y otro de Veracruz-Paso del Macho.

Había casos de líneas federales que no convenía mantenerlas en propiedad, por lo que se pretendía que el gobierno del estado que atravesara -de preferencia- las adquiriera, y de no ser posible se buscaba a un particular interesado. Eso sucedió con la línea Zacatecas-San Luis Potosí que perteneció a la Federación hasta 1870, siendo rematada ese año, pues "resultaba gravosa al erario del Estado debido al déficit que resultaba en las operaciones contables, que imposibilitaba su atención y mantenimiento."7

Así, se propuso al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Sr. T. García, su adquisición, convenciéndole para que, "parte del dinero de las operaciones" se destinara a amortizar la deuda que el estado de Zacatecas tenía con la Federación.

El Plan de la Noria, suscitado a la muerte de Benito Juárez en 1872, destruyó líneas sobre todo en los estados de Oaxaca, San Luis Potosí y Aguascalientes, siendo finalmente rehabilitadas en el interinato que Sebastián Lerdo de Tejada quien, en papel de Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tuvo el privilegio de acceder.

Durante su gobierno, en términos de comunicaciones, Lerdo poco o nada más que Juárez pudo hacer. Se siguieron instalando tímidamente líneas telegráficas y vías para ferrocarriles, más por iniciativas particulares que del gobierno. Como se sabe, el presidente Lerdo acabó su periodo provisional, logrando reelegirse en los comicios de 1876 para un nuevo periodo. En cuanto toma el poder se ve enfrentado a una fuerte oposición armada, encabezada por Porfirio Díaz, quien trae como bandera su odio visceral por las "reelecciones antidemocráticas", que finalmente acaba derrocándolo ese mismo año, luego de la expedición del célebre Plan de Tuxtepec.

A pesar de que no fue mucho lo que hizo, Lerdo  de Tejada contó con el privilegio de tener como ministro de Fomento a Blas Balcárcel, de nueva cuenta, que se dedicó a observar el cumplimiento, aunque fuera relativo, de las reformas hechas al telégrafo. Balcárcel, a pesar de su ortodoxia en cuestiones innovadoras, le tocó presenciar algunos descubrimientos en manos de mexicanos. Ya en su anterior periodo le había tocado otorgar privilegios desde su ministerio a un inventor de un aparato para fabricar velas, a otro por una máquina de hacer cerillos y otro más por una para extraer materias resinosas, entre noviembre y diciembre de 1868.8  Ahora se encontraba con un mexicano que había conseguido combinar un sistema telegráfico "que permite estampar en el papel, con tipos comunes, los telegramas que se transmiten por el alambre eléctrico"9 en 1872. Asimismo, tuvo que adecuarse a la nueva ola de descubrimientos cuando el telegrafista José M. Pastor fabricó un aparato telegráfico que, a decir del diario El Siglo Diez y Nueve, “es digno de llamar la atención,  pues por lo fino de las piezas reúne la solidez y nueva forma sobre los que comúnmente son conocidas", en 1875.10 Promovió el  establecimiento de escuelas donde se enseñara la técnica de la telegrafía y la electricidad, como la fundada en Matamoros por don Vicente Prieto; mandó elaborar la primera carta geográfica de la Red Telegráfica al eminente dibujante y gran conocedor de la topografía mexicana, don Cristóbal Ortiz, y finalmente, lanzó una iniciativa el 21 de marzo de 1874 "para mejorar los pronósticos del tiempo que por telégrafos se envían a nuestras costas", para lo que fue preciso formar un código de señales adecuado a las fluctuaciones climáticas de nuestro país.

Un acontecimiento sobresaliente de este periodo consistió en la comunicación de la Península de Yucatán con el centro de México, con dos proyectos alternativos. El primero por iniciativa del constructor norteamericano, Capitán Platt, quien a bordo de su vapor "Bible" inició en 1872  los sondeos del fondo marino de las costas mexicanas, en vistas de colocar un cable que comunicara la Isla de Cuba con Cabo Catoche, Yucatán. Y el segundo promovido por el propio gobierno para la colocación de otro cable submarino de Campeche a la Isla del Carmen, comunicando Yucatán en 1874.

Sin embargo, a pesar de todos estos datos optimistas sobre la comunicación con Yucatán, se sabe que esta ocurrió con efectividad y sin intermediarios hasta ya muy entrado el Porfiriato.

En su tercer informe de gobierno, Sebastián Lerdo de Tejada informa que "desde que se restableció la paz a mediados de 1872, se han construido 2,600 kilómetros de telégrafos en las líneas del gobierno", aumentando las esperanzas de que el país contara pronto con un sistema completo de líneas federales que cubrieran el territorio nacional; sin embargo, afirma en su último informe de 1875, "la rebelión ha aplazado estas esperanzas, como ha estado deteniendo la realización de muchas mejoras materiales."11.

Lerdo de Tejada dejó el poder en manos de Porfirio Díaz a partir del  cuartelazo dado por este en protesta por su reelección, tras breve interinato del Presidente de la Suprema Corte de Justicia, José Ma. Iglesias. Su último alegato en materia telegráfica la hizo con la empresa del Ferrocarril Mexicano, respecto a la línea entre Apizaco y Veracruz, pues mientras la línea federal registraba permanentes destrozos, la del ferrocarril "jamás sufría deterioro alguno", motivando que la Secretaría de Industria, Fomento y Colonización, hiciera "severos extrañamientos a esa empresa".12
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           
Citas:
1) Historia General de México, El Colegio de México, Tercera Ed. México, 1981; "El liberalismo Triunfante", de Luis González y González, Tomo II, p. 941
2) IBID. Para referencia de opinión de intelectuales y desastres naturales, p. 941
3) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Informe presentado por el Ministro de Fomento, Blas Balcárcel al Presidente Benito Juárez, 1868-1869, p. 3 y 4 respectivamente.
4) Tanto esta circular, como las anteriores registradas como Reformas Balcárcel, están contenidas  en Circulares y Disposiciones, Administrativas del Ramo de Telégrafos, editada por la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas en 1901.
5) MEMORIA de la Secretaría de Fomento 1868-1869
6) MEMORIA de la Secretaría de Fomento 1868-1869, p.116.
7) Expediente 332 del Archivo Histórico sobre Instalación de Líneas Telegráficas de la Dirección General de Telégrafos Federales, correspondiente a 1870.
8) MEMORIA de la Secretaría de Fomento del año 1868-1869, p. 15
9) El Siglo Diez y Nueve, 24 de Abril de 1872, p. 3
10) El Siglo Diez y Nueve, 29 de enero de 1875, p. 3
11) México a Través de los Informes Presidenciales, Secretaría de la Presidencia, 1976, Tomo VIII.
12) Expediente 267 del Archivo histórico sobre instalación de líneas telegráficas, DGTN, correspondiente al año de 1875.

*Subcapítulo de mi libro La raza de la hebra, historia del telégrafo Morse en México, BUAP, 2004


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