miércoles, 19 de abril de 2017

Cambio de piel


Esta semana murió en Villahermosa mi querido amigo Agenor González Valencia, poeta tropical y comensal por veinte años de la inamovible mesa semanal de Teorema de la ciudad de Puebla en la que moderaba -a veces inmoderadamente-, el inolvidable José Romualdo Suárez Donoso, Pepe Donoso para sus amigos. Agenor contaba con 84 años de edad, o dos veces 42, de acuerdo con su humor corrosivo y su buen ánimo para contar los días de la semana y esperar el sábado para echarse unos buenos tequilas.

En 2013, con motivo de una entrevista que le hice y que le envié para que autorizara su publicación, me respondió rápidamente con toda la pompa y circunstancia que le caracterizaba. Decía su breve mensaje:

“Mi fraternal amigo: Gracias por todas tus atenciones, claro que me gustaría la publicación de la entrevista. Como nada más te trato como Polo Noyola te pido de favor me envíes tu nombre completo. Pronto publicaré un libro sobre Derecho Notarial. Te saludo con el afecto de siempre y espero pronto estar en Puebla. Afectuosamente. Agenor González Valencia”

Mi respuesta tampoco se hizo esperar, pues me divertía sobremanera el que mi nombre indispusiera a muchos por su sencillez y aparente ligereza . Agarré a Agenor de mi puerquito y le respondí una sardónica carta ensalzando y a la vez burlándome del nombre que alguien me puso desde muy pequeño y que, salvo en los inevitables documentos oficiales de la vida, me ha acompañado todos los días de mi –ya- larga vida. Le respondí:

Querido Agenor: Las gracias son para ti. Mucha gente seria como tú se entristece por la patente vulgaridad de mi nombre, a veces me piden más, me piden algún título, siquiera una licenciatura, un diplomado, algo que acompañe a esa nominación más adecuada a una tienda de deportes o un luchador de máscara estrafalaria o una ferretería. En los países latinos somos muy dados a la grandilocuencia, a rellenar los huecos de nuestra personalidad aunque sea con algodón; despojados de títulos nobiliarios, acudimos a cualquier argucia por destacar que nuestro apellido López es con L de Lope (como de Vega) o acaso es marino (por lo de pez) o producto de una antigua costumbre medieval en donde nuestros antepasados, que eran caballeros y nobles, lograron alguna proeza.

Yo, con todo respeto, les respondo que comprendo su aprensión, que mi nombre es simple como una pelota pero a la vez complejo como una esfera. Que es un nombre, pues, pero también es un concepto, es una persona, es un proyecto, un sueño, una marca ¿qué es polo?, me pregunté más de una vez desde la escuela primaria. ¿Es poco o es mucho? ¿es grande o es pequeño? 
Quizás por eso nunca me tomé demasiado en serio.

Polo es una prenda de vestir parecida a un jersey, con cuello abierto; un partido político en Venezuela, polo democrático, otro en Colombia. Es el centro de atención o de interés o de conflicto o de infección: el polo de desarrollo, polarización social, polo de deflexión; en la electricidad cada uno de los dos extremos del circuito de una pila o de ciertas máquinas eléctricas: polo positivo y polo negativo, nunca mejor dicho. Cualquiera de los dos puntos opuestos de un cuerpo es un polo, en los que se acumula en mayor cantidad la energía de un agente físico; dos regiones geográficas que conocí desde la más tierna edad: el polo norte, el polo sur, con abundantes bromas de mis condiscípulos en la primaria. Polo es un deporte que se practica con dos equipos de cuatro jinetes que, con mazas de astiles largos, lanzan una bola sobre el césped del terreno a siete tiempos; el polonio, el elemento químico de la tabla periódica cuyo símbolo es Po, un raro metaloide altamente radiactivo, para no hablar de Polonia, el país europeo. También el nombre de decenas de tienditas, sobre todo de deportes, pero también misceláneas y tiendas de mascotas Polo. “¡Fiu fiu... polo, polo!”, también es el nombre de algunos perros. Ahora existe en México un automóvil común y corriente de la Volkswagen llamado Polo, de los llamados compactos. En geometría están las coordenadas polares, punto que se escoge para trazar los radios vectores.

Polo es una modalidad de baile flamenco de ritmo moderado que alguna vez estudié en Coyoacán. Polo es compañía de expresiones como boreal - antártico - aquilón - ártico - austral - estrella - magnético - meridiano - nieve - oso - pez - polista - positivo - septentrión. El ying y el yang.

Polo es el diminutivo de muchos nombres, de Apolonio, Apolinar, Polibio, Leopoldo, Policarpio e Hipólito. En su multitudinaria existencia mi sobrenombre me ofrece el disfraz perfecto pero también la dispersión perfecta. Ser y no ser, sin significante. Por lo demás, mis hermanos y amigos se han encargado de deformarlo hasta la abyección, llamándome en diferentes momentos, motivados por pasajeras pasiones que nunca llegaron a fructificar: Polanski, Póleman, Polank, Polillo, Piolín, Pollito, Pol, Po, Polilla y otras deformaciones impronunciables que han marcado mi vida con la misma imprecisión, pues polo es mucho y es... nada (Polk, gracias Sergei).

No, no ha sido sencillo dispersarme polifónicamente en una multitud de objetos y actos que se denominan polo, y transito aún por todos esos límites que imponen al polo una indefinición tan clara, si acaso puede buscarse claror en la multiplicidad. Por lo tanto, querido amigo, sé que apreciarás mi confusión. En Estados Unidos y Europa idolatran a un hombre que catalogan como genio, maestro, creador con un nombre singular: Maderita Pérez (en realidad Woody Allen); nadie repara en lo ridículo de su nombre, prefieren observar su obra destacada. Su nombre no le afecta porque lo respalda una acción, lo cobija una actitud intelectual profunda y consecuente. Espero pues, cuando sea más viejo, tener esas mismas virtudes que reparen las desventajas de mi insensato nombre. Como decía Ibargüengoitia: (de memoria) "Qué caso tiene llamarse Cornelio si el hermanito le llama Conello, y con ello vive y con ello se va a la tumba".

Durante 56 años mi nombre ha sido Polo Noyola, qué le vamos a hacer. La gente seria tiene dos opciones: omitir que lo conoce a uno y borrar toda huella que la relacione con el sujeto, o aceptar que esas pobres letras definen a nuestro pobre amigo y consignarlo como tal, sobreponiéndose a la vergüenza. Te sugiero esto último y te mando otro abrazo.”


Cambio de piel

Hasta ahí la carta. La muerte de Agenor, sin embargo, ha coincidido con el año 60 de mi vida que he venido festejando y disfrutando cada día desde septiembre de diversas maneras, tomando decisiones muy interesantes y cambiando de piel cada vez que es posible. Hace poco dejé de fumar, tras cuarenta y tantos años de chacuaco. Toda una experiencia y, en definitiva, una vida nueva (o renovada). Nuevos sabores, nueva respiración (y sí, nuevos olores). A estas alturas de una vida larga, me comprenderás si es tu caso, cada día nuestro cuerpo grita un nuevo dolor o enfermedad crónica, roncha, bola, quiste, resequedad, calvicie o mero capricho por el gusto de estarse quejando. Hace unos dos años gritó: diabetes. Dejé el azúcar, la harina blanca y, en definitiva, inicié una nueva vida (o renovada) en la que descubrí la fruta y confirmé la seriedad de mi compromiso con los cacahuates y las frutas secas (en realidad cacahuates, el resto de sus homólogas son incomprables). Toda una experiencia. He denominado a estos virajes, a esas metamorfosis, cambios de piel. 

Hoy, y en honor del gran Agenor, he decidido hacer otra modificación radical. Tras sesenta años de uso (re-uso y abuso), notarán ustedes que dejo atrás mi pequeño nombre de Polo para denominarme en lo sucesivo, y por así convenir a mis intereses y la prosapia de mis canas, Leopoldo, ese largo y pretencioso nombre de origen germánico que por desgracia rememora a muchos sátrapas belgas que tiranizaron a sus pueblos y colonizaron África con fuego y espada, aunque siempre estarán Alas Clarín y Lugones para renovarme la sonrisa. Y mi abuelo Leopoldo, por supuesto.

Dicho lo cual, ahí me ven, aquí me ven y aquí me tienen. Yo sé que esto no tiene la menor importancia para ustedes, que les debe dar lo mismo si me cambio mi nombre a Galeano (o a Marcos, que está de momento vacante), pero quisiera que me comprendan lo mucho que significa para mí, es una nueva identidad, una renovación, un nuevo cambio de piel. Ahora sí, al parecer, definitivo.

4 comentarios:

  1. Querido Polk (nótese, este no lo pusiste en el inventario), este texto es genial. Y provocado ni más ni menos que por un nombre con todas las luces del XIX, Agenor).
    Por cierto, soy Segei, por si no me logro identificar en esta máquina como tu interlocutor.

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  2. Muchas gracias, Segei, por tu comentario en el desértico mundo de los comentarios al blog.

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  3. Polo, Leopoldo, o como desees renombrarte en cada cambio de piel. Me encantó tu texto y el tono sarcástico que empleas. Por favor, escribe una serie de ensayos sobre el tema de los nombres de personas, de objetos, de dioses, etc. Por cierto, soy Marygaby, María, Merybery, Maguibagui, Gaviota, Gabrielovsky, Briaguelita, Gabita, hija de Agenor.

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  4. Gaby, saludos, casi todos somos polifacéticos -por cierto, otro de mis apodos espontáneos-, excepto Agenor, con ese nombre era sólido como una estatua griega, inolvidable amigo. Gracias.

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