jueves, 28 de diciembre de 2017

Clasificación C


Las salas de cine jugaron un papel estelar en la experiencia social de la ciudad desde su llegada en los años treinta. Pronto estuvieron equipadas con un gran sonido y foros en las salas para una variedad musical, programas de aficionados y promociones; se convirtieron en centros sociales masivos, con estrenos semanales y numerosas salas distribuidas en los barrios y los nuevos asentamientos; fue una ventana que permitió a esos ciudadanos conocer las imágenes del mundo; el cine se afirmó como una actividad semanal obligatoria  como las propias misas, era parte importante del quehacer de aquellos poblanos y la iglesia católica se encargaba de que la censura se distribuyera adecuadamente entre la grey. Alfredo Parra Dávila, acólito de aquellos ritos, recuerda las advertencias de la iglesia en los años sesenta.


Alfredo:

Solíamos irnos de pinta los viernes o los sábados, algunas veces. Entonces comenzaban a llegar las películas, no digamos pornográficas, pero que estaban prohibidas para los menores. Salían las mujeres en bikini, eso era todo. Recuerdo que estaba Lando Buzanca, que era un cómico italiano con italianas en bikini, que para nosotros era una atracción novedosa. Porque debo decirle que en aquella época en las iglesias católicas ponían una hoja escrita a máquina con la clasificación de las películas que programaban los cines. Una tabla de avisos.

“Películas que se pueden ver”. Clasificación C, eso era para adultos: Espartaco, “¿por qué?”, preguntaba uno, porque los gladiadores enseñaban mucha pierna. El Charro Negro, Los Diez Mandamientos, Clasificación A. Y así todas las películas que se exhibían. Todas aquellas que enseñaban pierna de hombres o mujeres eran para adultos. Iglesias como la de la Luz, Los Remedios, La Compañía, todas tenían esos mensajes de cine. Pegaban la hoja con una tachuela.

Cine Colonial

Pero debo aclarar algo: que en el cine no le ponían trabas, uno entraba pagando su boleto, tuviera la edad que tuviera. Era un asunto de conciencia, de cada quien. En el cine no le ponían a uno trabas, entraba uno a cualquier película. Y por supuesto no nos perdimos ninguna de Lando Buzzanca.




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viernes, 22 de diciembre de 2017

Muerte en El Centenario


Puebla, miércoles 16 de julio de 1930. Poco después del mediodía del 15 de julio los empleados y clientes del Hotel El Centenario del centro de esta ciudad, tras escuchar una detonación, vieron a un hombre desnudo salir de la habitación número 27 al tiempo que gritaba: “se ha suicidado, se ha suicidado, llamen a la policía...”

A los pocos minutos, paramédicos de la Cruz Roja encontraron a una hermosa joven tirada sobre un charco de sangre, tenía un balazo en el estómago y la sangre también le salía por la boca. Estaba viva, pero en muy malas condiciones. Murió en la sala de operaciones sin haber podido pronunciar palabra.

Al cuarto 27 también llegó el agente Francisco Rocha, quien pudo observar que el balazo había penetrado por el lado izquierdo del estómago, que la pistola escuadra calibre 38 Browning había caído también hacia su lado izquierdo y que era raro en un suicida se aplicara el balazo en esa zona, en lugar del pecho o la cabeza.

Su acompañante resultó ser Francisco Carlín, agente de las Comisiones de Seguridad, quien declaró que la mujer era Natalia Ramos, de 17 años de edad, con quien mantenía relaciones hacía tiempo. Ella era mesera de un elegante hotel de la Ciudad de México y desde cuatro días antes lo acompañaba en el hotel. Carlín informó que luego de una juerga la noche del lunes, ese martes se habían levantado tarde. Ella le trajo una palangana de agua para su aseo y, mientras se enjabonaba la cara, escuchó la detonación. Cuando corrió a ver qué pasaba, todavía pudo ver a Natalia caer sobre la cama, ensangrentada.

En los días siguientes el agente Rocha llegó a conclusiones que eliminaban el suicidio. La Inspección de Policía informó que la Oficina de Dactiloscopía dictaminó que el arma utilizada carecía de huellas digitales, pero además se enteró de que la víctima no era zurda, por lo que el impacto en el lado izquierdo del estómago, y el arma tirada hacia ese mismo lado, hacían improbable que ella se hubiera disparado. Pero además se enteró que la actitud del agente Carlín distaba mucho de ser la de una persona sensata, pues la madre de Natalia declaró que el agente se presentaba en su casa disparando su pistola y actuando mal, que Naty no quería salir con él un día antes del crimen, por lo que él se la llevó a la fuerza, amenazando de paso a su madre con que “tal vez no la volvería a ver”. Así ocurrió.

El agente Rocha, con el acopio de sus pruebas, consiguió una orden de aprehensión por asesinato de Natividad contra Francisco Carlín, que aunque nunca confesó haberle disparado fue declarado culpable del crimen y condenado a una larga temporada en prisión. Los hechos fueron registrados en los expedientes criminales de las historias ocultas de Puebla.

Paráfrasis de una nota aparecida en La Opinión, el gran diario de oriente. Dirigido por J. Ojeda González, Puebla, Pue.
La Opinión, el gran diario de oriente
Puebla, Pue. Julio-septiembre de 1930



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miércoles, 13 de diciembre de 2017

El Sputnik en Puebla

En octubre de 1957, hace ya 60 años, los soviéticos sorprendieron al mundo al lanzar al espacio el primer satélite artificial de la historia. Todos estaban muy entretenidos en cualquier otra cosa, es especial los estadounidenses, de modo que el Sputnik los agarró con los dedos en la puerta. Uno de mis informantes poblanos favoritos, Alejandro Rivera Domínguez, interesado desde pequeño en esas cosas, narra lo que se vivió aquí con aquel acontecimiento.


Cuando lanzaron el Sputnik en mi familia fue todo un acontecimiento. Fue tan impresionante, que todos creímos vivir un momento determinante de la humanidad. ¡Han puesto un artefacto en el espacio!

“En 1905 me llevaron a ver el primer foco eléctrico en la ciudad, en el Carolino –nos contaba mi abuela Angelina Osorio Linares–. Estaba la banda municipal y el señor presidente municipal que fue quien dio el clic. Vimos el foco. Ay mi´jo, mi´jo, esto es grande. Una sorpresa enorme para todos. Vi el foco y ahora cosas en el espacio”. Ay mamá, cómo crees, estos comunistas no hayan qué inventar, de dónde van a sacar gasolina. Y mi abuela: “yo no sé, Manolo, yo no sé”. Mi abuela que era una curiosa, de una vitalidad notable.

En el parque podías ver las constelaciones, pues estaba muy oscuro. Había un foquito en cada esquina. Y ahí andaba el sereno, porque todavía había sereno.

Y todo mundo juraba que vio el Sputnik. En todos lados lo anunciaron: “Vieron en Puebla el satélite ruso”. Creo que fue un shock. 

viernes, 8 de diciembre de 2017

Aquellos bailes de aquella Puebla


Esta reunión nunca existió, los contertulios es probable que nunca se conocieran entre ellos, eran jóvenes poblanos entre los años 30 y 40 del siglo XX y estos recuerdos fueron recuperados independientemente cuando todos ellos ya eran ancianos. Pertenecen a más de una generación que fue testigo de la transformación de Puebla, de ser una pequeña ciudad típicamente provinciana donde el cine y los bailes eran las dos únicas diversiones de las jóvenes parejas –fuera de las cuales nada o casi nada estaba permitido–, en la metrópoli multitudinaria que habitamos.

Pero, cuidado, no caigas en la tentación de imaginar que Puebla era un pueblito. No, era una ciudad de un cuarto de millón de habitantes, una de las más grandes y modernas de México, cosmopolita a su manera con todos los servicios modernos disponibles.

Ahora los reúno en esta falsa entrevista, una suerte de alegoría, para que nos cuenten sus contrastantes visiones de aquella diversión nocturna: los bailes, el baile, contactos físicos a veces con extraños que tenían ese toque de sabroso pecado que era muy emocionante consumar, pues todos eran muy católicos.


Luis Velasco Ramírez: La vida era más romántica, en este sentido. El círculo era más cerrado, Puebla era más chica, nos conocíamos todos, aunque no nos saludábamos, nos conocíamos de vista, como hemos rememorado aquí con mis buenos amigos.

Viviana Palma: Los departamentos tenían sus balconcitos que daban a la 5 sur, pero la entrada era por la 5 Poniente, pero donde yo vivía daban los balcones para la 5 sur. Hasta ahí iban los muchachos a cantarle a una, porque se usaban los gallos (como eran llamadas las serenatas).

Magno Sánchez: Cuando ya estábamos en edad de ir a bailes y eso, íbamos al Casino, por El Carmen. Y el Pasapoga, que era como un bar para parejas. Iba uno en forma cordial, a tomar algo, estudiantes o personas mayores.

Carlos Alberto Julián Galis: Era un club, bueno, no un club, un centro nocturno que se llamaba el Pasapoga, que era de los Trías. También se acostumbraban las tardeadas en Agua Azul, las lunadas acá en La Paz.

Rosa Gastelum: El salón Esmirna, que según la historia fue el convento de San Juana Inés de la Cruz, fue un claustro, pero con el tiempo lo hicieron salón de baile. El salón México. El salón La Floresta, La Playa, muchos salones.

Rafael M. Serrano: Había muy pocos salones, entre la 4 oriente y la 6 norte, sobre la 4 oriente, de este lado estaba el Dancing Puebla, el Casino y el Puebla, porque estaba dividido en dos, pero la orquesta tocaba en la mitad para los dos, para acá la gente más adinerada y acá la gente más humilde. El casino era para los que nos vestíamos mejor, el Puebla era para personas humildes, decían que para las gatas, entonces donde quiera me andaba yo metiendo en esos bailes.


Carlos Alberto Julián Galis: Había en la 21 poniente un centro donde se bailaba, era el Montecasino y ahí terminaba Puebla, a la otra calle terminaba Puebla.

Magno Sánchez: Me tocaron los bailes del Carolino. Esos bailes los organizaba la Federación de la Juventud Poblana, podían ser de leyes, podían ser de medicina, según ganara la federación de una escuela o la otra. Y hacían su negocio los muchachos, porque era un baile de blanco y negro, que era el baile de la federación. Era para universitarios y todo tipo de gente y usaban los tres patios con varias orquestas, Arcaraz, Beltrán Ruiz, Gonzalo Curiel, Pérez Prado, Agustín Lara, venían tres orquestas, una para cada patio del Carolino. El segundo patio ya tenía prados, pero lo adaptaban para que se pudiera bailar. Eran populares pero muy elegantes, teníamos que llevar traje negro o smoking. El piso que recuerdo estaba muy bien, se podía bailar bien, o en los pasillos, como son anchos, también bailábamos ahí. Con los bailes se hacían de recursos para la federación, y una parte iba para la escuela, ya fuera leyes o medicina. Aunque, como siempre, hubo algunos vivales que salieron ricos de ahí.
Héctor Carretero: Mire, la sociedad ha cambiado mucho. No es que yo sea malinchista pero lo vida fue mucho mejor que ahora. Había más y mejor clase social. Los bailes de Blanco y Negro, yo era niño, pero me tocó con mis hermanas, los muchachos iban todos de smoking negro y las muchachas todas de blanco. Eran bailes elegantes, las cenas eran en el restaurante El Merendero de don Armando Lastra.

Olga Rodríguez Romero: Para los bailes de la universidad nos iban a invitar  a la Normal, iban los de Medicina a invitar a las normalistas y así era entonces la vida de una estudiante. Kermesses, que los candidatos de las facultades que hacían sus fiestas. Tenía yo mucha amistad con muchachos de Centroamérica, había mucho nicaragüense en ese entonces, como ahora hay colombianos. Cuando yo estudiaba en la Normal había mucho costarricense –ticos– y nicaragüenses. Entonces tenía mis amigos. Qué bailes… Y luego los bailes del Centro Escolar que había antes, cada año también, como de aniversario. La fundación del Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec, eran unos bailes preciosos. Los hacían en toda la escuela, y ambientaban los diferentes salones, por ejemplo, el salón marino con sus motivos, el salón de quien sabe qué y los adornaban bien bonito. Sí, había reinas y escogían a muchachas de Puebla, pero con mucho dinero. Ahora ya no se reconoce a nadie. Porque desde que se da el temblor del 85, la ciudad se llenó de gente que vino de fuera. O ya creció la ciudad y ya se va perdiendo todo eso tan bonito.

Rafael M. Serrano: El Agua Azul era de don Miguel Díaz Barriga, ahí también se bailaba. Había muchos lugares, ya no me acuerdo, sinceramente. Pero donde siempre íbamos era el Balmori, al Scandel, al Puebla o al Casino, era donde íbamos con nuestra palomilla, muchachones de 18, 20, 25 años, todos de pipa y guante, yo ya empezaba a ponerme mis trajecitos. Resulta que me daba a mi bastante gusto que iba yo bastante arregladito, oliendo a perfumito, acompañado de buenas parejas, y ahí me jalaban de la mano, Rafa para acá, Rafa para allá.

Olga Rodríguez Romero: También el baile de los españoles, a esos sí francamente yo nunca fui. Había muchos muy elegantes, el hotel Lastra, El Merendero. Yo fui una vez a un desayuno de una primera comunión, no sé de quién. Ahí estaba la gruta de Nuestra Señora de Lourdes, también había casamientos. Es como una gruta.

Rafael M. Serrano: Cuando yo empecé a aprender a bailar tenía unos 24 años, había un dancing en la 10 oriente y 5 de mayo, y aquí, al empezar la calle, estaba arriba el famoso Balmori. Venían unas orquestas de México, cada ocho días, sábado, domingo y lunes. Me agarré el vicio del baile que no vea usted. Bailé varias veces, entré a campeonatos para bailar. Fui vicioso. Entonces empezaba el famoso swing, el fox trot, el danzón y el blues, apenas empezaban, ni se sabía bien de las huarachas. El mambo y el chachachá estaban muy lejos, hasta que lo trajo Pérez Prado mucho tiempo después.

Rosa Gastelum: En la tarde iba yo a bailar al salón Los Ángeles, porque siempre me ha encantado bailar. Tenía yo mi novio que era mecánico de coches y su hermana me decía “tú te tienes que casar con mi hermano”. No, yo no me caso. Y por eso me vine para acá en 1943. No me encontraba yo con él, no me gustaba nada, lo acepté por compañía y bailaba bien, porque era de Veracruz. Estaba las orquestas de Carlos Campos, de Riesta, de Esquivel, señoras orquestas de más de veinte músicos.


Rafael M. Serrano: Había otro baile, grande también, en la 11 norte, entre la 38 y 36, el Teatro Hidalgo, que entre semana había películas y el sábado, domingo y lunes era para puro baile. No sabía cómo le hacían, yo llegaba y ya estaba la pista para el baile, y en el foro tocaba la orquesta. Empezaban los famosos pachucos. Yo usaba lo mejorcito de mi ropa, un pantaloncito de casimir, una camisa limpia, una chamarrita, bien peinado, rasurado y a bailar. Humildemente, eso sí, bien perfumado, si algo me ha gustado es oler bien. No tolero la idea de que una dama me diga “arrímate, porque hueles a sudor”.

Rosa Gastelum: Aquí en Puebla, los bailes me tocaron con Carlos cuando ya éramos novios. Íbamos al Hospicio, al salón de Agua Azul; en la colonia Juárez había un balneario con su salón de baile, ya una vez casados íbamos a las lunadas a Agua Azul. Al Retiro, con la orquesta de Agustín Lara, al costado de la casa de Gutierritos, en la 21 Poniente y 16 de septiembre. Muy bonita orquesta, ahí tocaba, en El Retiro.

Rafael M. Serrano: En los bailes le daban a uno dinero en los concursos, al primer lugar le daban una copita, así chiquita, y al segundo, tercero, cuarto, quinto y hasta el sexto lugar, les daban dinero. Había un salón que se llamaba Scander, que estaba por el rumbo del panteón de la Piedad, por ahí estaba el Scandel, también venía una buena orquesta de México; aquí en Puebla, en el palacio que está en la 5 oriente y 16 de septiembre, donde está lo de correos, entrábamos por acá y era un patiezazo tremendo, pero grande, la orquesta tocaba para todos, y también venían muy buenas orquestas. Luis Arcaraz, Adolfo Girón, muchas orquestas de buenos músicos. Y ahí sí teníamos que pagar caro, no me acuerdo cuánto. Todavía, apenas andaba yo queriendo conocer a mi esposa, iba con mi cuñada, que ya es difunta, íbamos los tres a bailar ahí al palacio de correos.

Olga Rodríguez Romero: En los bailes públicos también bailé, ufff. Los bailes de la universidad, con las amigas. Al Carolino, cuando eran los bailes de la Federación Estudiantil Poblana, que tenían las grandes orquestas. Cada año en el Carolino había reinas, en los patios. En el primero estaba la orquesta de Agustín Lara, en el segundo Pablo Beltrán Ruíz y en el otro estaba Dámaso Pérez Prado, ¡eran unos bailes…! Y todos todos de traje y las mujeres de traje largo, entonces sí eran bailes bonitos, de postín.

Rafael M. Serrano: En los bailes había refrescos o bebidas. Nos poníamos de acuerdo entre semana, había un carro que lo patrocinaba la “mejor sosa laxante La Rioja”, esa botica patrocinaba a un señor que le decíamos el Cuarentapelos, porque era medio pelón, y él nos decía: “va a haber fiesta en el Refugio, allá nos vemos todos”. Ahí vamos toda la palomilla. Y empezamos a bailar en la calle, cerraban de este lado y de este, y con la camioneta en medio, con el sonido, ahí en el pavimento bailábamos hasta agotarnos. “Ahora es en San Agustín, o en el Carmen”, o en fulana parte. Nos íbamos. Éramos muy viciosos para el baile.

Como dirían por aquellos viejos tiempos: ¡lo bailado nadie se los quita!

Las fotos, tomadas de internet, no corresponden precisamente a estos recuerdos.


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jueves, 30 de noviembre de 2017

La dulce leyenda del camote

Margarita Guevara me contó esta historia que he escuchado en media docena de versiones; cambian muy poco, pues todas se refieren a esa dulce variedad de camote cocinado que en las dulcería de la 6 oriente adquieren un abanico de sabores, formas y colores tan encantadores como su sabor. Esta es la leyenda.


Esta es una historia que nos remite a un lugar cercano a Puebla en donde se cultivaba –y se sigue cultivando- el camote, que puede ser Atlixco, Huaquechula, San Pedro o San Andrés Cholula, en donde existía un pequeño convento campirano cuyas monjitas fueron víctimas de una broma.

Una novicia decidió hacerle una broma a su amiga, la monja de la cocina. Sobre uno de los casos que aquella había dejado al fuego, la novicia echó unos camotes a sabiendas de que se haría una pasta poco apetecible que además era muy difícil de lavar; para complicar más la cosa, le echó una taza de azúcar que la cocinera tenía preparada para la elaboración de un dulce, y claro, salió corriendo.

La monja cocinera regresó de su mandado y afortunadamente revisó el cazo que recordaba haber dejado en la lumbre. Su sorpresa fue ver una pasta que, tras revisarla minuciosamente, descubrió que se trataba de camote, una suave y sabrosa masa de camote que envolvió en papel encerado para que se conservara mejor.


De ese hecho fortuito se inventó este emblemático dulce de los poblanos, poco a poco se le fueron agregando ingredientes, sabores y colores. Hoy es “el” dulce poblano, humilde y generoso como los poblanos. Ay, sí. 

jueves, 23 de noviembre de 2017

El telégrafo en la República restaurada



Lograda la restauración de la República, el país había expulsado a los invasores extranjeros pero sufría conflictos de armas prácticamente en todo el territorio, el talón de Aquiles de las comunicaciones eléctricas, como el telégrafo, que dependen del  buen estado de sus instalaciones a la intemperie. El pan de cada día en la República Restaurada eran las comunicaciones suspendidas por robo de alambre, destrucción de postes, asalto y matanza de constructores. Instalar una línea telegráfica, con el consiguiente desembolso particular o federal, era un riesgo que pocos estaban en condiciones de afrontar.

En consecuencia, los gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada, entre 1867 y 1872, se dedicaron a sostener en pie las líneas de los territorios vigilables; el resto de la República, era indispensable que esperarse una pacificación.

En 1867 –afirma Luis González y González en su ensayo El Liberalismo Triunfante–, los liberales tenían en las comunicaciones "una fe ciega en su capacidad redentora". No sólo Juárez y Lerdo como presidentes, sino lo más selecto de la opinión pública y la intelectualidad. El decano del periodismo mexicano, Francisco Zarco, escribió: "...decretamos ferrocarriles, caminos (...) para comunicar espiritual y materialmente al país". La comunicación era percibida como el elemento fundamental para una posible y muy deseada pacificación. José María Vigil, uno de los dieciocho intelectuales civiles de la República Restaurada, antepone como condición del desarrollo la "urgencia de la hechura de caminos de hierro"; Manuel María de Zamacona, ex-ministro de Relaciones y prominente escritor, iba mas lejos: "Los caminos de hierro resolverán todas las cuestiones políticas, sociales y económicas que no han podido resolver la abnegación y la sangre de dos generaciones".1

No era poco lo que había que resolver, pues la naturaleza también se encargó de frenar trágicamente las iniciativas. Una secuencia de desastres naturales dieron un siniestro colorido a la década del 77 al 86: "Hubo temblores trepidatorios a lo largo de la Costa del Pacífico; un par de erupciones del volcán de Colima; granizadas, tormentas e inundaciones en el centro y en la región del  Golfo; fuertes y sucesivas heladas a lo largo y ancho de la Altiplanicie; en 1881, plaga de langostas en la comarca del Istmo; en 1882, epidemia de vómito en el noroeste (...) y día tras día los azotes de la enteritia, la tosferina, la neumonía, el paludismo, la viruela, el tifo y docenas de aizootias y plagas."2

Entre lo más significativo del periodo de Juárez, en su reaparición, se cuenta la serie de reformas administrativas dictadas por su flamante Ministro de Fomento, Colonización e Industria, Blas Balcárcel. El ministro era consciente de la importancia que estas reformas tendrían para el futuro del sistema telegráfico. En sus Memorias al presidente Juárez sobre el año legislativo de 1868-69, Balcárcel afirma que cuando en el futuro se estudie su gestión al frente de esa Secretaría, "se reconocerá que (México) ha entrado vigorosamente en un periodo de regeneración civilizadora (...) sustituyendo al imperio de la fuerza con el sufragio del pueblo".3

En marzo de 1867 el presidente Juárez decretó la "federalización" de los telégrafos, que venían funcionando por medio de concesiones a empresarios privados. Federalización clara en el papel, no en los hechos. Si bien es apreciable la iniciativa de enfrentarse a un poderoso grupo de empresarios en tiempos de levantamientos cotidianos, el presidente Juárez no hace sino lo mismo que hizo Maximiliano en su momento: los telégrafos son del Estado, pero por el momento que los construyan particulares. Si bien Balcárcel mostró mayor energía que el ministro de Maximiliano lanzando la ley antes de negociar con los empresarios, lo cierto es que los telégrafos siguieron teniendo las mismas cuatro modalidades de propiedad que cuando lo dirigió el malhadado emperador: federales, subvencionadas por el congreso, estatales y particulares.

Las reformas consistían en ajustes administrativos y vigilancia en las líneas, fundamentalmente. A los telegrafistas de las oficinas de México, León y San Luis Potosí se les ordenó que, en lo sucesivo, no podrían retirarse de sus oficinas al concluir el turno de la noche "sin que los trabajos en general de la línea se hayan terminado". Se buscó regularizar los adeudos federales sobre uso de líneas telegráficas particulares, exigiéndose que al finalizar cada mes fuera remitido al ministerio el estado de cuenta de sus adeudos, "sin cuyo requisito no se hará a usted el abono correspondiente", ordenándoles especificar los sueldos de sus empleados y mostrar copias de los pagos para su constante revisión.

El 24 de abril de 1868 Balcárcel lanza un decreto que servirá como anticipo a un reglamento general expedido el 1 de enero del siguiente año. En este hace recomendaciones a los empleados para el buen uso de los equipos y las líneas, así como para el mejor aprovechamiento de su labor. Resalta la atención de la novena cláusula por contener un dato que no deja de sorprender a los telegrafistas de nuestra época, pues para ellos es común enviar mensajes al otro lado de la línea por medio de su magneta, accionando en el vibrador o llave el código Morse; o bien, recibirlos en el mismo código con el sonador al lado de la oreja, a la vez que lo transcribe con su máquina de escribir.

Cuando el telégrafo llega a México- y como se comprueba en el contenido de esta cláusula, bastante más tarde-, no se transmitía la clave Morse "de oído", como invariablemente sucedió después, sino que se transmitía con un sistema parecido al télex moderno, aunque más complicado (modelos como el teleimpresor "Hughes"), donde era necesaria la perforación de una cinta "en clave Morse", para luego ser instalada en el transmisor, copiándose a su vez otra cinta en el aparato receptor.

El telegrafista que recibía el mensaje sabía "leer" la clave Morse escrita en la cinta, pero no sabía "oírla", pues las características del aparato no estaban diseñadas para ello. A través de los años, con un servicio cotidiano y una legislación que les prohibía separarse de los aparatos, los telegrafistas empezaron a percatarse de que la cinta era un aditamento inútil -además de costoso-, ya que entendían el mensaje con solo escuchar los puntos y las rayas del aparato perforador del transmisor. Esta "habilidad" no causó alborozo a las autoridades ni mucho menos, quienes, extrañas a los pormenores técnicos de la telegrafía, creyeron que "podría prestarse a malos entendidos"; o bien, equivocar el sentido de los mensajes si los telegrafistas empezaban a omitir el servicio de la cinta, que era "exacto y probatorio". Y en razón de que empezaban a correr los chismes, cada vez más frecuentes, de que ciertos telegrafistas de por aquí y de por allá tenían la capacidad de captar el mensaje al vuelo del oído, Balcárcel dicta esta novena cláusula que habla por sí sola:

"Queda expresamente prohibido a los empleados recibir simplemente al oído los mensajes que les dirigen otras oficinas, pues siempre deberán dejar correr el papel de la máquina, y cuyo papel también se archivará para aclarar las dudas que pueden ocurrir."4
Otra de las tareas que emprendió Balcárcel fue la de legislar una tarifa telegráfica homogénea en toda la república, para lo que dictó una serie de circulares que no tuvieron el menor efecto, pues ese era un asunto de los dueños de las líneas que las imponían a partir de sus propios gastos y problemas, y tuvo que conformarse finalmente con solo igualarlas en las líneas federales. Optó entonces por presionar a partir de la ley de la oferta y la demanda, decretando una reducción en las tarifas de las líneas del gobierno de un 33 por ciento respecto a las empresas particulares, puesto que, argumentó, "no se ha procurado tener un objeto de lucro, sino facilitar lo más que sea posible las comunicaciones".5

El 3 de junio ordena por medio de circular a todos los telegrafistas del país, sobre todo aquellos situados en la región sísmica del territorio mexicano, que registren los pormenores de cualquier movimiento telúrico o fenómeno natural catastrófico, registrando la hora exacta del inicio, duración, intensidad, características, así como sus consecuencias, para "remitirlos inmediatamente a este Ministerio". Pero con todo, no era este tipo de catástrofes lo que a Barcárcel le interesaba remediar, puesto que él como nosotros sabía que en su mayoría son irremediables, sino aquellas que tenían que ver con la conducta humana "criminal", tanto de cuello blanco como de otros colores menos impolutos. Avisado de que los militares estaban abusando del servicio de las líneas federales para tratar extensos asuntos personales, dispuso que se prohibía este tipo de comunicación "gratuita", conminando a los abusivos a pagar sus justos precios, así como a usar "el estilo lacónico que se acostumbra en las comunicaciones telegráficas".

Por último, en cuanto a reformas balcarcelistas en el Ramo, el secretario insistió en la seguridad de las líneas telegráficas, "excitando" a los jefes militares, autoridades civiles, dueños de líneas, así como a los propios telegrafistas a que hicieran lo posible por que las líneas del telégrafo se mantuvieran en un estado saludable, pues eran tantos y tan frecuentes los perjuicios a manos de "mal intencionados", que hacían de este problema uno de los impedimentos principales de la administración para el desarrollo de las comunicaciones, haciendo recomendaciones para su rápida restauración.
Como se dijo, las Reformas Balcárcel culminaron en el Reglamento General del Ramo de Telégrafos, decretado el 01 de enero de 1869, que a grandes rasgos contempla lo que ya observaba el reglamento de Maximiliano, decretado en noviembre de 1865, que trazó los lineamientos generales y fundamentales de la legislación telegráfica. Salta a la vista, sin embargo, el contenido de aquélla  cláusula novena que prohibía a los telegrafistas recibir los telegramas de "oído", repitiendo la orden en los artículos 33 y 34, y exigiéndoles que "diariamente se marcará la tira, donde comienza el trabajo y donde termina".6


La propiedad de las líneas telegráficas también fue objeto de atención del ministro Balcárcel, por lo menos en cuanto a dejar claro cómo estaban las cosas, lo que no había ocurrido anteriormente. Como se dijo, hasta ese momento la propiedad de las líneas tenía cuatro modalidades: las administradas por el Gobierno de la República, que llamamos líneas federales; las que tienen subvención concedida por el  Congreso; las administradas por los gobiernos de los Estados y las sostenidas por particulares.

La situación de las líneas era esta: estaban a cargo de la Federación las de México-Querétaro-Guanajuato-León, con un ramal entre Dolores Hidalgo y Guanajuato: la de San Luis Potosí a Matehuala, que estaba prolongándose hasta Matamoros y que tenía en funciones el tramo de Saltillo a Monterrey, y la de Sisal a Mérida. Estaban subvencionadas por el Congreso las de Tlalpan-Cuernavaca; México-Toluca; Zacatecas-Durango; Durango-Mazatlán, que aún no empezaba a funcionar, y la de Veracruz-Tampico. Dependían de los gobiernos de los estados la de Oaxaca-México, al gobierno de Oaxaca, y la de Zacatecas-San Luis Potosí, al gobierno de Zacatecas. Y por último, dependían de empresas particulares las líneas: México-Veracruz, de dos conductores, uno por Jalapa y otro por Orizaba, con ramales hacia Tehuacán, pasando por la Cañada de Ixtapan, y de Perote a Jalancingo; las líneas de León a Guadalajara y Manzanillo, con ramal de San Juan de los Lagos a Aguascalientes; y la línea del Ferrocarril Mexicano, dividida en dos tramos: uno de México-Puebla y otro de Veracruz-Paso del Macho.

Había casos de líneas federales que no convenía mantenerlas en propiedad, por lo que se pretendía que el gobierno del estado que atravesara -de preferencia- las adquiriera, y de no ser posible se buscaba a un particular interesado. Eso sucedió con la línea Zacatecas-San Luis Potosí que perteneció a la Federación hasta 1870, siendo rematada ese año, pues "resultaba gravosa al erario del Estado debido al déficit que resultaba en las operaciones contables, que imposibilitaba su atención y mantenimiento."7

Así, se propuso al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Sr. T. García, su adquisición, convenciéndole para que, "parte del dinero de las operaciones" se destinara a amortizar la deuda que el estado de Zacatecas tenía con la Federación.

El Plan de la Noria, suscitado a la muerte de Benito Juárez en 1872, destruyó líneas sobre todo en los estados de Oaxaca, San Luis Potosí y Aguascalientes, siendo finalmente rehabilitadas en el interinato que Sebastián Lerdo de Tejada quien, en papel de Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tuvo el privilegio de acceder.

Durante su gobierno, en términos de comunicaciones, Lerdo poco o nada más que Juárez pudo hacer. Se siguieron instalando tímidamente líneas telegráficas y vías para ferrocarriles, más por iniciativas particulares que del gobierno. Como se sabe, el presidente Lerdo acabó su periodo provisional, logrando reelegirse en los comicios de 1876 para un nuevo periodo. En cuanto toma el poder se ve enfrentado a una fuerte oposición armada, encabezada por Porfirio Díaz, quien trae como bandera su odio visceral por las "reelecciones antidemocráticas", que finalmente acaba derrocándolo ese mismo año, luego de la expedición del célebre Plan de Tuxtepec.

A pesar de que no fue mucho lo que hizo, Lerdo  de Tejada contó con el privilegio de tener como ministro de Fomento a Blas Balcárcel, de nueva cuenta, que se dedicó a observar el cumplimiento, aunque fuera relativo, de las reformas hechas al telégrafo. Balcárcel, a pesar de su ortodoxia en cuestiones innovadoras, le tocó presenciar algunos descubrimientos en manos de mexicanos. Ya en su anterior periodo le había tocado otorgar privilegios desde su ministerio a un inventor de un aparato para fabricar velas, a otro por una máquina de hacer cerillos y otro más por una para extraer materias resinosas, entre noviembre y diciembre de 1868.8  Ahora se encontraba con un mexicano que había conseguido combinar un sistema telegráfico "que permite estampar en el papel, con tipos comunes, los telegramas que se transmiten por el alambre eléctrico"9 en 1872. Asimismo, tuvo que adecuarse a la nueva ola de descubrimientos cuando el telegrafista José M. Pastor fabricó un aparato telegráfico que, a decir del diario El Siglo Diez y Nueve, “es digno de llamar la atención,  pues por lo fino de las piezas reúne la solidez y nueva forma sobre los que comúnmente son conocidas", en 1875.10 Promovió el  establecimiento de escuelas donde se enseñara la técnica de la telegrafía y la electricidad, como la fundada en Matamoros por don Vicente Prieto; mandó elaborar la primera carta geográfica de la Red Telegráfica al eminente dibujante y gran conocedor de la topografía mexicana, don Cristóbal Ortiz, y finalmente, lanzó una iniciativa el 21 de marzo de 1874 "para mejorar los pronósticos del tiempo que por telégrafos se envían a nuestras costas", para lo que fue preciso formar un código de señales adecuado a las fluctuaciones climáticas de nuestro país.

Un acontecimiento sobresaliente de este periodo consistió en la comunicación de la Península de Yucatán con el centro de México, con dos proyectos alternativos. El primero por iniciativa del constructor norteamericano, Capitán Platt, quien a bordo de su vapor "Bible" inició en 1872  los sondeos del fondo marino de las costas mexicanas, en vistas de colocar un cable que comunicara la Isla de Cuba con Cabo Catoche, Yucatán. Y el segundo promovido por el propio gobierno para la colocación de otro cable submarino de Campeche a la Isla del Carmen, comunicando Yucatán en 1874.

Sin embargo, a pesar de todos estos datos optimistas sobre la comunicación con Yucatán, se sabe que esta ocurrió con efectividad y sin intermediarios hasta ya muy entrado el Porfiriato.

En su tercer informe de gobierno, Sebastián Lerdo de Tejada informa que "desde que se restableció la paz a mediados de 1872, se han construido 2,600 kilómetros de telégrafos en las líneas del gobierno", aumentando las esperanzas de que el país contara pronto con un sistema completo de líneas federales que cubrieran el territorio nacional; sin embargo, afirma en su último informe de 1875, "la rebelión ha aplazado estas esperanzas, como ha estado deteniendo la realización de muchas mejoras materiales."11.

Lerdo de Tejada dejó el poder en manos de Porfirio Díaz a partir del  cuartelazo dado por este en protesta por su reelección, tras breve interinato del Presidente de la Suprema Corte de Justicia, José Ma. Iglesias. Su último alegato en materia telegráfica la hizo con la empresa del Ferrocarril Mexicano, respecto a la línea entre Apizaco y Veracruz, pues mientras la línea federal registraba permanentes destrozos, la del ferrocarril "jamás sufría deterioro alguno", motivando que la Secretaría de Industria, Fomento y Colonización, hiciera "severos extrañamientos a esa empresa".12
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           
Citas:
1) Historia General de México, El Colegio de México, Tercera Ed. México, 1981; "El liberalismo Triunfante", de Luis González y González, Tomo II, p. 941
2) IBID. Para referencia de opinión de intelectuales y desastres naturales, p. 941
3) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Informe presentado por el Ministro de Fomento, Blas Balcárcel al Presidente Benito Juárez, 1868-1869, p. 3 y 4 respectivamente.
4) Tanto esta circular, como las anteriores registradas como Reformas Balcárcel, están contenidas  en Circulares y Disposiciones, Administrativas del Ramo de Telégrafos, editada por la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas en 1901.
5) MEMORIA de la Secretaría de Fomento 1868-1869
6) MEMORIA de la Secretaría de Fomento 1868-1869, p.116.
7) Expediente 332 del Archivo Histórico sobre Instalación de Líneas Telegráficas de la Dirección General de Telégrafos Federales, correspondiente a 1870.
8) MEMORIA de la Secretaría de Fomento del año 1868-1869, p. 15
9) El Siglo Diez y Nueve, 24 de Abril de 1872, p. 3
10) El Siglo Diez y Nueve, 29 de enero de 1875, p. 3
11) México a Través de los Informes Presidenciales, Secretaría de la Presidencia, 1976, Tomo VIII.
12) Expediente 267 del Archivo histórico sobre instalación de líneas telegráficas, DGTN, correspondiente al año de 1875.

*Subcapítulo de mi libro La raza de la hebra, historia del telégrafo Morse en México, BUAP, 2004


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jueves, 16 de noviembre de 2017

Leer en Kindle


 “El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al kindle… prefiere coger un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo.” 
                                                                                                            George Steiner


Mi hermano tuvo a bien regalarme para mis sesenta un lector de libro electrónico portátil Kindle, una pequeña tableta de 20 x 15 centímetros en donde cabe, dependiendo del tamaño de la letra, una media página de un libro común. Aunque tal vez sea mucho menos. El asunto es que en este lector dejan de tener importancia las “páginas” y el número progresivo de tu lectura se cuenta con otra numerología que aún no acabo de interpretar, y un porcentaje de lo leído en la parte inferior: 60 %. Es toda la información sobre el avance.

Llevo algunos años leyendo libros electrónicos en formato de pdf, que como sabes es una copia electrónica de un libro de papel común. Aquí disfrutas de todas las cualidades de los libros, excepto, claro, del papel. Pero están las páginas iguales, con su encabezado con los nombres alternados del libro y del autor, número progresivo y sangrías. La única diferencia es más bien espacial, lo debes leer en tu escritorio y no en las cómodas almohadas de tu cama, que es donde más disfruto mis lecturas de placer –porque hay muchas lecturas de trabajo, que son otra historia-.

La  nueva experiencia del Kindle es contrastante con mi antigua afición. No hay nada de lo anterior, sino un texto cerrado que comienzas a leer en el extremo superior izquierdo y lo terminas en el extremo inferior derecho, le picas con el dedo ahí y cambia a la siguiente (media) página; necesitas luz para leer como si fuera un libro de papel. Sus ventajas las irás conociendo poco a poco, por ahora he visto que puedes consultar un diccionario para la definición de una palabra o puedes subrayar un fragmento que automáticamente se guarda en un archivo con cita bibliográfica y todo.

Bueno, lo que quiero decir con todas estas explicaciones es que el placer de leer un libro y el presunto placer de leer en Kindle no tienen prácticamente ninguna semejanza. El Kindle es ese ladrillito plano y pesado que excluye completamente la parafernalia y te somete directamente a las palabras del autor, al autor mismo; no hay editores a la vista, no hay títulos ni nombres, no hay páginas, ni sangrías sino únicamente el texto que deseas leer con ansiedad, porque nunca habías tenido a la mano ese libro que buscaste afanosamente y ahora está ahí, en ese cuadrito, sin ninguna clase de ceremonia, sometiéndote estricta y directamente al placer de la literatura.

Mentiría si dijera que el placer ocurrió desde las primeras sesiones. No, he tenido que acostumbrarme y trabajar para hallar el placer de leer en este nuevo soporte. Es, calculo, otra posibilidad de placer que muy poco tiene que ver con la anterior de los libros impresos, e incluso la de los electrónicos en pdf. No sé a dónde me va a llevar, pero también calculo que lo hará por el sendero del hábito, esa rutina que tan bien me aviene y que rápidamente se convierte en costumbre. Comencé cargando mi Kindle con ambición controlada, una veintena de títulos, y por ahora voy en el primero. Te cuento: Elegidos para la gloria  (The Right Stuff, 1979), de Tom Wolf, sobre la invención de los astronautas en la aeronáutica estadounidense que dormía en sus laureles cuando los rusos irrumpieron en la estratósfera y los pusieron –literalmente- a volar. Pero existe una página gratuita (https://www.epublibre.org/catalogo/index) que te da, para empezar, treinta mil libros variopintos que no sé a qué horas vas a poder leer.

El Kindle además te ahorrará no poco esfuerzo al llevar contigo en viaje pesados libros de papel (o grandes o gordos); en ese rectángulo delgadito puedes llevar decenas o centenares de volúmenes para que elijas el que más de avenga a las circunstancias de tu viaje, sea por el mundo, por las filas de ventanillas burocráticas, en salas de espera, o simplemente deambulando por los espacios de tu casa.


Pero sí, Kindle no es un chocolate que te procura placer con solo abrirlo, es más parecido a un duro piñón que te cuesta mucho abrir para comerte esa pequeña fruta. Por eso hay que quebrar muchos piñones para agarrarle el gusto. Suerte.

jueves, 9 de noviembre de 2017

El telégrafo en la Reforma


En 1853, año de la primera comunicación telegráfica en México, el presidente Mariano Arista deja el poder tras un periodo completo de tres años en donde no sufrió intentos de golpes de estado ni proclamaciones y concluyó su periodo presidencial, algo que no ocurría desde Guadalupe Victoria. Además de inaugurar la primera línea telegráfica, Arista otorgó la primera concesión para la construcción del ferrocarril en ruta México-Veracruz e intentó impulsar la minería, la agricultura y la incipiente industria mexicana, pero con el país en bancarrota poco más pudo hacer. La República estaba profundamente dividida. Desde ese momento, hasta la victoria de Benito Juárez sobre el imperio de  Maximiliano en 1867, México verá pasar a cuatro  presidentes y un emperador que tratan de gobernar un estado de cosas evidentemente ingobernable; en ese periodo también vemos el enésimo retorno del caudillo Santa Anna y su derrota final a raíz de la proclamación del Plan de Ayutla.

Dividido entre dos bandos, el telégrafo sirve -es un decir- tanto a conservadores y como a liberales que se proclaman gobernantes simultáneos del mismo país. Aquí, el primer instrumento de telecomunicaciones eléctricas es objeto de todo tipo de disposiciones encontradas y continuos sabotajes. Las divisiones de la sociedad mexicana, junto a la histórica desigualdad  y la mala distribución de la riqueza, se dejan sentir a través de actos vandálicos y sabotajes contra toda clase de instalaciones estatales.

Por paradojas de la modernidad, el telégrafo representaba un gran avance en el progreso humano, pero también vino a echar por tierra a una cantidad de negocios lícitos e ilícitos que estaban sustentados, precisamente, en una mala comunicación, pues los correos tardaban, cuando las diligencias en las que iban no eran asaltadas, varias semanas en llegar a su destino y todo funcionaba con histriónica lentitud; por poner un ejemplo, imaginemos la circulación de capitales familiares, el padre manda dinero a un miembro de la familia que está al otro lado del país ¿con qué familiar es conveniente? Si el portador del capital llega sano y salvo a su destino ¿será tiempo aún de intervenir en el negocio? El telégrafo, junto al ferrocarril, inaugurados en 1851, pero funcionales mucho tiempo después, llegan a romper con una tradición comercial y financiera basada en una lenta y pausada comunicación, lo que quiere decir que llegan a modificar costumbres y formas de pensar, mentalidades algo medievales que habrán de ponerse –literalmente- las pilas (electrostáticas, recientemente inventadas por Alessandro Volta) para poder funcionar.


Debe pensarse en los perjuicios causados a una clase comercial hegemónica que sufre las consecuencias de una comunicación expedita que transforma sus esquemas de distribución, de cobranza y pago, modificando asimismo las costumbres de consumo de la población; y también se debe descubrir quiénes fueron los beneficiarios de esta nueva situación comunicadora: una clase moderna de comerciantes, una naciente burguesía comercial que rompía los mecanismos tradicionales reinantes en las relaciones económicas internas y externas del país; una generación de inversionistas, muchas veces llegada de los Estados Unidos, como fue el caso del introductor del telégrafo Morse, Juan de la Granja, residente en Nueva York por dos décadas, que aprendía a capitalizar sus riquezas con los esquemas copiados en las exitosas y florecientes sociedades burguesas del siglo XIX. Pero bueno, menos optimismo, recordemos que a mediados del siglo XIX México vivía una de sus peores crisis políticas, económicas y sociales desde su independencia, cuando de manera más clara estuvimos a punto de desaparecer como país, pues como república desaparecimos durante cuatro largos años.

El telégrafo, pues, era uno de los chivos expiatorios, una empresa que tenía que mostrar su efectividad en medio del caos y que en consecuencia no tuvo un comienzo prometedor. En 1854 la Red de telégrafos cuenta con 608 kilómetros de líneas instaladas, cinco oficinas públicas, once empleados y productos superiores a los 10 mil pesos anuales; por su parte, los gastos de reparación de líneas destruidas, renta de locales y salarios casi llegan a los 20 mil. "En este año -dice don Pedro Maldonado Olea en su Resumen Histórico del Telégrafo en México- tuvo la  empresa un deficiente de $30,000. Hasta entonces no había podido obtener utilidades en razón de que las convulsiones políticas entorpecían toda clase de negocios."1 Como se ve, no era aún un buen negocio. De hecho, faltaba mucho para que lo fuera. Por primera vez, costosas y delicadas instalaciones eran desplegadas a lo largo de kilómetros sin posibilidad de vigilancia; alambre de cobre nuevecito, de alta calidad, que resultó excelente para la elaboración de ollitas y cazuelas, aretes y artesanías. ¡Y tanto! Kilómetros y kilómetros. Por otra parte, era urgente evitar que los liberales se comunicaran; o que lo hicieran los conservadores; o que se supiera del abuso, del despojo, del asesinato. Fue la primera red social que, como ahora, interfería en la privacidad. Las noticias sobre destrucciones de líneas son prácticamente las únicas que se publican sobre el telégrafo durante el primer lustro de los años cincuenta.

Dice El Siglo Diecinueve en su edición del 22 de mayo de 1855: "El Telégrafo. Desde el día nueve se interrumpió la comunicación con Guanajuato. Se restableció ayer a las ocho de la mañana y hubo que reponer los alambres unas 3 leguas." El 12 de julio el mismo diario hace un enérgico llamado para que cesen los robos de alambre por el rumbo de Puebla. Oficialmente, el gobernador de dicho Departamento conmina a la opinión pública para que "cese en sus desmanes". La Verdad, el 31 de agosto de 1855, dice al respecto: "Desde hace mucho tiempo oímos al público lamentarse de las frecuentes interrupciones de las comunicaciones telegráficas: informamos la causa, hemos llegado a saber que generalmente depende de que personas mal intencionadas cortan los hilos, perjudicando al comercio, a las empresas y al público en general.”

"El  dejar impunes estos delitos -abunda La Verdad-, puede hacer  además de los males que hoy causen, el gravísimo de que no se puedan establecer otras líneas, pues que  mirándose los interesados en estas mejoras abandonados y sin protección de la autoridad, no expondrán sus intereses para contribuir al engrandecimiento del país, estableciendo nuevas líneas."


Williams Stewart, heredero de Juan de la Granja, quien después será un destacado empresario de la línea ferrocarrilera a Veracruz, no escatimó esfuerzos por sacar alguna ventaja a esta fallida empresa telegráfica que de tan avanzada no permitía ya a los inversionistas dar marcha atrás. Por el momento andaba tramitando la instalación de una línea México-Toluca. También, algunas regiones del interior se distinguían por establecer telégrafos en sus localidades, tal es el caso de Saltillo, Coahuila, hacia septiembre de este fatigoso año de 1855. Stewart puso una línea "por su cuenta" de la Capital a la Villa de Tacubaya, con el objeto de "alentar el proyecto de la de México a Toluca", según cuenta El Monitor Republicano del 16 de septiembre. La idea de Stewart no sólo era comunicar la ciudad de Toluca, pensaba seguir el trayecto de Toluca a Morelia, de ahí a Zamora y de esta última a Guadalajara.

El Monitor Republicano hace un llamado al público para que colabore en este “estimable” plan, dice: "La actividad que demuestra el Sr. Stewart es digna de que su proyecto, que es de tanta importancia para el país, tenga la acogida que merece, los que se interesan en el adelanto de la República deben tomar acciones para que pueda realizarse el pensamiento del Sr. Stewart. Las ventajas que el país recibirá son inmensas y esas mismas ventajas las han de reportar en lo particular los que tomen parte en la mencionada empresa. La oficina de la línea (a donde podían acudir a comprar acciones los interesados) se ha establecido en la Agencia Americana, esquina de la Monterilla y San Agustín, y en Tacubaya en la calle principal." 2

Tan entusiastas llamados no podían ser desoídos por la población y menos por el gobierno. Cuatro días después de esta nota, el Sr. Plutarco González, gobernador del Estado de México, ofrece su cooperación "en cuanto le sea posible al establecimiento de una línea telegráfica entre México y Toluca".3 Y para el 10 de octubre, William Stewart, "con la actividad que le es genial", en palabras del Monitor Republicano, tiene ya la mayor parte de los árboles que le  servirán de postes para la línea hacia Toluca, y ya encaminados hacia el éxito de lo que vislumbra como el reflorecimiento de la empresa, propone en esa misma edición "el establecimiento de una línea telegráfica de México a Cuernavaca, y ofrece comenzarla tan luego como haya algunos accionistas."4 Al día siguiente se informa la disposición de que, "sin pérdida de momento", se establezca esta línea para la que el Sr. Comonfort, "por parte del Gobierno", auxilia a la empresa con ocho mil pesos.5

El Monitor es el vocero del gobierno republicano, el canal por donde esta fracción que comparte el poder sobre los mexicanos externa sus preocupaciones y deseos. En su edición del 28 de octubre se queja de los destrozos que "algunos indígenas" ocasionan a las líneas telegráficas: "sentimos que algunos indígenas se entretengan en cortar el alambre. Para evitar esos abusos que redundan en perjuicio de la empresa y del público, debe castigarse con rigor a todo el que cometa aquella clase de atentados."6 Pero 10 días después, el 7 de noviembre, dice al respecto que el Sr. Stewart ha puesto celadores en los postes debido a "que algunos perversos están a cada momento destruyendo alambres", pero que parecen estar de acuerdo con los celadores, "pues el mal no ha cesado. Llamamos por tanto la atención del  supremo gobierno para que tome parte en evitar que se cometan tales maldades, pues de lo contrario se enfadarán las personas que tienen interés en esas empresas. Sabemos que le Sr. Stewart intenta suprimir la línea de que hablamos, si no logra contener el mal que se le está causando."7 Sin embargo, Stewart, lejos de pensar en serio dichas amenazas, se esforzaba por poner en práctica otros proyectos en los que no estaba directamente relacionada la ciudad de México. Por lo pronto, por estas fechas logró la autorización del gobierno para una erogación de 65,000 pesos para tender una línea de León a San Blas, pasando por Guadalajara, y otra de León a Ciudad Victoria, pasando por San Luis Potosí.

El año 1856 inicia con la noticia de la aprehensión del jefe de los reaccionarios de apellido Guitián, que resultó falsa, motivo por el cual el periódico El Republicano se pregunta hasta qué punto pudiera comprometer a la paz pública un cable enviado por una persona cualquiera, firmado con el nombre que convenga a sus intereses, donde se diga algo que no es cierto y que puede tener enorme importancia por los acontecimientos políticos que pudiera suscitar. Opina que habrán de tomarse medidas y,  aunque reconoce no tener ninguna idea, recomienda al gobierno que actúe para que "en el telégrafo no se abuse de la fe y de la credulidad. Creemos, sin embargo -abunda-, que es de meditarse este asunto, y lo recomendamos muy especialmente al supremo gobierno".8

El supremo gobierno no tuvo idea de cómo evitar este problema, y no la tuvo nadie, pues como se reconocería después, éste era un punto flaco del sistema telegráfico que no tenía solución. Y en consecuencia habría de seguirse usando el servicio con un dejo de buena voluntad en la credibilidad de los mensajes, corriendo el riesgo, bien posible, de que el remitente no fuera quien decía que era, y el dueño verdadero de la firma, así como su despistado destinatario, sufrieran las consecuencias del engaño. A 160 años de telecomunicaciones eléctricas en el mundo, parapetados ya en el internet, ese asunto sigue relativamente latente, es decir,  cualquiera puede abrir un perfil de Facebook, un blog o de correo electrónico con el nombre que le apetezca. Y se puede hacer poco, o nada, por evitarlo.

Mientras tanto, Stewart seguía plantando postes por el Desierto de los Leones, allá por Cuajimalpa, encaminado a Toluca. El gobierno del estado publicó las bases para el establecimiento de la empresa, de nueve puntos, entre los que resaltan el capital total de dicha compañía, que sería de cien mil pesos, representado por acciones de cien pesos, medias acciones de cincuenta y cuartas de veinticinco.9 Para el 17 de febrero de 1856, habían sido tomadas ya cincuenta y un acciones de cien pesos cada una para la línea México-Toluca-Morelia, y el 19 se informó que la Capital del país ya estaba concentrada con la del Estado de México y empezaba a cruzarse información con regularidad.  Sin embargo, El Republicano muestra  extrañamiento al descubrir que en la lista de accionistas "no se halle al supremo gobierno, el cual bien puede tomar diez o veinte acciones para proteger ese ramo de utilidad pública."10 Este mismo diario publica la lista de accionistas que "hasta ahora han contestado a la invitación" de formar la empresa telegráfica.

Entre los veintisiete accionistas se cuenta a los gobiernos de los estados de México y Michoacán, al propio gobernador del Estado de México, Plutarco González, de manera particular; cinco licenciados, 17 civiles, entre ellos una mujer y un cura: el de Ixtlahuaca, Pbro. Luis G. Suárez. Los gobiernos tomaron 18 y 10 acciones, respectivamente, el gobernador y uno de los licenciados cinco; los demás entre una, media y cuarta acción cada uno. Las aportaciones, por tanto, fueron de 25 a 1 800 pesos.11

El "supremo gobierno" se vio en la necesidad de responder la nota crítica de El Republicano, que se extrañaba de no verlo entre los accionistas, alegando haber tomado 15 acciones el 12 de febrero a favor del Ministerio de Fomento, que por alguna razón el diario no había tomado en cuenta.

El gobierno de Michoacán formó una comisión integrada por los señores Manuel Elguero, Agapito Solórzano, Carlos Valdevinos y Onofre Calvo Pintado, "para que promueva todo lo que les parezca conducente a fin de que se realice tan importante mejora que tanta influencia debe tener en el estado para las relaciones de cualquiera naturaleza y principalmente para las comerciales."12

En notas separadas del El Heraldo, el 19 de marzo, y de El Republicano el 20, William Stewart informa que se han transmitido en el último mes por la línea México-Toluca-Morelia, seis mil doscientas cuarenta y cuatro palabras, produciendo $253.56 pesos, "lo que tengo el honor de participar a los señores accionistas". Don Pedro Maldonado Olea, menos entusiasta cuando trata sobre aquellos años de 1858 y 59, dice en su crónica: "La revolución que asolaba el país había destruido las líneas telegráficas. Las de Guanajuato y León acaban de sufrir pérdidas que se estimaron en 31,000."13

En 1859, en el bando de los conservadores, el Presidente Miramón "prorrogó al Sr. Viya y Cosío por 25 años el privilegio para construir líneas y decretó un impuesto de 5% a las importaciones para fomento del telégrafo. El movimiento de mensajes en la oficina de México era entonces de 250 al mes.

El telégrafo pasó crisis tremendas. La línea de Veracruz, destruida constantemente por los revolucionarios, había sido repuesta tres veces; pero como continuaran las depredaciones, pues utilizaban el alambre para obras de fortificación, se abandonó, quedando interrumpida por espacio de cinco años. Nuevamente se reconstruyó y una vez más se le causaron graves perjuicios. La empresa había agotado ya su capital en las reparaciones, y además no tenía ingresos porque el gobierno impidió, durante largas temporadas, que el público hiciera uso del telégrafo; únicamente se expeditaban los mensajes oficiales. Así de grave estaba la cosa.

“Como compensación por este servicio –explica Maldonado Olea-, el gobierno ofreció a la empresa que le daría 80 pesos diarios cuando ocupara las líneas, sólo que no pasó del ofrecimiento porque no tuvo fondos para hacer el pago. En 1863 debía al telégrafo, según las cuentas atrasadas desde 1855, la suma de $58,540, además de $11,294 que se vio obligado a tomar del fondo del 5%. Sin tener en consideración lo anterior, la Regencia del Imperio exigió a la empresa que le diera comunicación telegráfica y que tendiera más líneas, y trató, por fin, de anularle el privilegio, como lo hizo después."14

Bajando de tono el entusiasmo, y bajando de años, pues don Pedro Maldonado nos adelantó bastante, el 5 de marzo de 1861 El Constitucional publicó una extraña nota de protesta de un grupo de telegrafistas que dice: "El día de ayer insertamos en la sección de remitidos, por habérsenos mandado para su publicación, una representación que dirigen los empleados de telégrafos para que se devuelva a su dueño la oficina que ha estado como secuestrada desde la entrada de las fuerzas liberales a esta capital. Como las razones en que se funda esta representación son, a nuestro juicio, dignas de consideración, recomendamos al supremo gobierno la determine con la justicia que ello merece."

Ese año, desde el bando liberal, Benito Juárez hace una serie de importante reformas a la administración pública. Reduce a cuatro sus ministerios, quedando las comunicaciones incluidas en la Secretaría de Justicia, Fomento e Instrucción Pública, bajo el mando Ignacio Ramírez, el célebre “Nigromante” liberal. El 4 de mayo lanza un decreto "para el fomento y mejora de las líneas telegráficas", consistente en seis artículos: "Art. 1.- Para el fomento, mejora y extensión de las líneas telegráficas, se establece una contribución sobre todos los estanquillos y tiendas donde se expenda tabaco labrado, en rama o en polvo. Art. 2.- La base de esta contribución se tomará del capital en giro en cada una de las negociaciones; Art. 3.- Cada uno de los referidos establecimientos pagará una cuota mensual de uno, dos, diez, quince o veinte pesos, según la categoría en que esté colocado; Art. 4.- Tres personas pertenecientes al ramo, nombradas por esta Secretaría para la Capital y el Distrito, formarán una junta calificadora, que con presencia de las manifestantes hechas por los interesados determinarán la cuota que cada uno deba satisfacer. Si ningún documento se presentase a los calificadores, éstos resolverán por sí y su fallo no tendrá apelación; Art. 5.- En cada uno de los estados los Agentes del Ministerio de Fomento harán el nombramiento de la junta, la cual tendrá las mismas atribuciones que la de la Capital; Art. 6.- Este impuesto se cobrará por los Agentes de Fomento en sus respectivas demarcaciones, por meses adelantados, y se les concede para gastos de cobranza un ocho por ciento. Por tanto, mando se impriman, publique, circule y observe. Palacio Nacional de México, a 4 de mayo de 1861. Benito Juárez al C. Ignacio Ramírez, Ministro de Justicia, Fomento e Instrucción Pública."15

Del lado conservador Ignacio Comonfort, habiendo observado que el antiguo sistema de medición, basado en leguas y varas tenía el "defecto de ser enteramente arbitrario"16, lanza una "ley fundamental" para la adopción del sistema métrico decimal. Diez años después, como no fue "enteramente adoptado" este sistema, según el ministro imperial Luis Robles Pezuela en su Memoria de 1865, es decir, que nadie lo tomó en cuenta o que nadie lo entendió, Maximiliano expidió "la nueva ley de pesos y medidas, poniendo en vigor el sistema métrico-decimal desde el 1 de enero de 1867":

Adelantando acontecimientos, sabido es que Maximiliano de Habsburgo fue finalmente derrotado por los republicanos, instalándose de nueva cuenta Benito Juárez en el poder. No se sabe si por haber sido una decisión de los conservadores, avalada después por el Imperio, o porque aún no hubo condiciones para entender el sistema métrico decimal, la ley de Maximiliano tampoco fue acogida ni por la población ni por el propio gobierno, pues todavía avanzado el Porfiriato las distancias en las Memorias del Ministerio de Fomento guardaban fidelidad al "enteramente arbitrario" sistema de varas, leguas y pies.
No fue la única iniciativa imperial que se encaminó decididamente al fracaso. La concesión que Miramón había otorgado a Viya y Cosío en 1859, por 25 años, causaba el inconveniente de no poder construir una sola línea más sin su autorización, pues era de este caballero el "privilegio exclusivo" para establecer telégrafos "en toda la República", lo que significaba algo más o menos como estar a merced de lo que Viya y Cosío dispusiera sobre el particular.
Las protestas no se hicieron esperar y desde 1861 hubo una campaña periodística y oficial contra la exclusividad del privilegio en un territorio tan grande como México. A la llegada de Maximiliano, la concesión ya cobraba visos de escándalo y éste se vio precisado a "conminar" al privilegiado a que "permitiera hacer nuevas concesiones, a reserva de arreglarse después la indemnización que por ello V.M. crea justo concederle."17 Don Pedro Maldonado Olea sugiere que la petición fue mucho menos oficiosa, y el ministro imperial Robles Pezuela sencillamente le "anuló el privilegio", luego de una campaña orquestada contra Viya y Cosío por el periódico "Le Estaffete"; sin embargo, fue tal su incapacidad para "adueñarse" de las líneas telegráficas, como se lo había pedido Maximiliano, que es de presumirse que el poderoso Viya y Cosío hizo largas negociaciones con el Estado de las que no salió del todo mal librado.

El gobierno de Maximiliano se interesaba sobre todo en adquirir sus propias líneas. El Emperador había pedido al ministro Robles Pezuela que estudiara la posibilidad de que el gobierno fuera propietario de las líneas telegráficas con el objeto de ganar control en las provincias. Robles Pezuela interpretó equivocadamente una "orden de adueñarse" por cualquier vía de las líneas, y sólo se concretó a estudiar cuánto costaría al gobierno instalar una red propia de líneas telegráficas (lo que hizo Juárez posteriormente fue "federalizar" los telégrafos, sin importar si sus dueños querían o no vender), resultando de esto la insolvencia financiera para emprender una acción de tal magnitud. El ministro respondió: "No siendo posible construir inmediatamente las líneas del gobierno y teniendo mayor importancia que se establezcan en el mayor número posible, se arreglaron con los particulares (...) varias concesiones bajo bases favorables (...), siempre con la condición de que el Gobierno pueda comprarlas."18

Robles Pezuela informó haber concesionado a Carlos C. Clute para tres líneas telegráficas: una de Guanajuato-San Luis Potosí- "El Saltillo"- Monterrey-Matamoros; otra de Matamoros-Cd. Victoria-Tampico-Tuxpan-Veracruz, y otra de San Luis Potosí-Aguascalientes-Zacatecas-Fresnillo-Sombrerete-Durango. El plazo concedido fue de un año para la primera, y de dos para las otras.

Y por aquello de que "la ambición mató al gato", el ministro se apuró a comentar: "Tengo noticias positivas de que cuenta con los elementos necesarios para cumplir su compromiso."19 Se concesionó a Carlos J. Arnoux "como representante de varios capitalistas de New York", las líneas México-Toluca-Morelia-Zamora-La Barca-Guadalajara-Tepic-San Blas-Mazatlán-Culiacán-Guaymas-San Francisco, este último punto de la Alta California; Mazatlán-Cuencamé-Parras-Villaldamas-Cerralvo-Camargo-Durango, y entre Manzanillo y Guadalajara, poniéndole un plazo de cuatro meses "para presentar la conformidad de las personas que representa".20 Y por último, por si a Maximiliano le quedara duda de la imposibilidad de adueñarse del telégrafo, la concesión otorgada a Rodrigo Rincón  para dos líneas: de Lagos a Aguascalientes y de Lagos a San Luis Potosí, pasando por sus haciendas de Juachi e Ibarra. Se le dio ocho meses para la primera y dieciocho para la segunda, 21 ante lo cual Maximiliano, arrinconado, respondió que aunque el telégrafo debía pertenecer al Estado, "no hay inconveniente en que sean construidos por Compañías, a las que después les compre el Gobierno."22 Y en su cometido por dejar claro que "el Gobierno es el único que puede construir líneas telegráficas en el Imperio", y sólo cuando "lo considere conveniente, dará permiso a algún individuo o compañía para que lo haga", ordenó a Robles Pezuela la elaboración de un documento que no dejara dudas en la legislación del sistema telegráfico.23

Se originó el documento, que sin duda fue la principal obra de Maximiliano en materia de comunicaciones eléctricas, pues es el primer reglamento en la historia mexicana de un sistema de telecomunicación en donde se incluyen la totalidad de sus mecanismos técnicos y administrativos, que serviría de prototipo a los que le siguieron, implementando bases definitivas que se observaron hasta el final de su historia, cuando fue oficialmente clausurado en 1992.

Maximiliano deja el gobierno con sólo dos líneas funcionando: una de México a Veracruz, "con un pequeño ramal del Palmar a San Andrés Chalchicomula, de la propiedad del señor Viya y Cosío, y otra de esta misma Capital a Guanajuato, propiedad del Sr. Muñoz Ledo. Ambas estaban comprendidas en el antiguo privilegio de líneas telegráficas de 1849, prorrogado por el gobierno del general Miramón el 10 de mayo de 1859 al referido Sr. D. Hermenegildo de Viya y Cosío, como concesionario de la testamentaría de D. Juan de la Granja." 24

A la caída de Maximiliano en 1867 el telégrafo está en su más precaria condición. Las líneas federales aparecen en el paisaje mexicano como un ejemplo de barbarie. Benito Juárez, Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz -por primera vez- y Manuel González, a pesar de su preocupación, poco fue lo que pudieron hacer. Los franceses estaban fuera, esto era cierto, pero quedaban los insurrectos nacionales. Y ellos también tumbaban líneas.

No obstante, es en esta época cuando el telégrafo empieza su resurrección. O su verdadero nacimiento. Los gobiernos de la República restaurada vislumbraron las posibilidades infinitas que les ofrecería un eficiente sistema de transporte y comunicación. Juárez aparece en escena innumerables veces dictando leyes y decretos en favor de éstos, aunque sus resultados, en un ambiente de levantamientos, revueltas indígenas, invasiones y amenazas extranjeras, hayan sido prácticamente insignificantes. Sin embargo, hay indicios de su preocupación.


Dice don Luis González y González en la Historia General de México: "Movidos por una fe ciega en la capacidad redentora y lucrativa de las modernas vías de comunicación, los gobiernos de Juárez y Lerdo dedicaron a construirlas lo mejor de sus esfuerzos. Antes se habían instalado mil ochocientos setenta y cuatro kilómetros de líneas telegráficas. En la década comprendida entre 1867 y 1876 se tienden más de siete mil kilómetros. Además, se restauran viejos caminos carreteros y se abren otros, y se vuelve costumbre el servicio de diligencias entre las mayores ciudades de la república. Por otra parte, se renueva la concesión a la compañía constructora del Ferrocarril México-Veracruz con más franquicias para los constructores que las negociadas por Maximiliano." 25




Nota:

El diseño de los telegramas corresponde al de 1893.

Citas:

1) Pedro Maldonado Olea, Resumen Histórico del telégrafo en México, S/F, Original propiedad del Grupo de Investigaciones Históricas y Museo de las Telecomunicaciones. p.1
2) El Monitor Republicano, 17 de Septiembre de 1855, Año X, No. 2933, p. 3
3) El Monitor Republicano, 21 de Septiembre de 1855, Año X, No. 2937, p. 4
4) El Monitor Republicano, 10 de Octubre de 1855, Año X. No. 2956, p. 3
5) El Monitor Republicano, 11 de octubre de 1855, Año X, No. 2957, p. 4
6) El Monitor Republicano, 28 de octubre de 1855, Año X, No. 2974, p. 4
7) El Monitor Republicano, 7 de Noviembre de 1855, año X, No. 2983, p. 3
8) El Republicano, 11 de Enero de 1856
9) El Monitor Republicano, 8 de Febrero de 1856, Año XI, No. 3076, p. 2
10) El Republicano, Tomo I, Año II, No. 147 del 19 de Febrero de 1856, p. 4
11) El Republicano, 20 de febrero de 1856
12) El Monitor Republicano, 25 de Febrero de 1856, Año XI, No. 3093, p. 3
13) El Heraldo, 19 de Marzo de 1856, Año III, No, 748, p. 3 y El Republicano, 20 de Marzo de 1856, Tomo I, No. 173, p. 4
14) Pedro Maldonado Olea, Resumen Histórico del Telégrafo en México, Original propiedad del GIHMT, p. 1 y 2
15) Dublán y Lozano, Legislación Mexicana, Tomo IX, Edición Oficial, p. 188-189
16) MEMORIA de la Secretaría de Fomento  a Maximiliano I por el Ministro de Fomento Luis Robles Pezuela, 1865, p. 3
17) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, p. 93
18) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, p. 93
19) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, p. 93-94, Documento 50
20) MEMORIA de la Secretaría de Fomento de la Secretaría de Fomento, Ibid, Documento 51, p. 94
21) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, Documento 52, p. 94
22) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, p. 469
23) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, Documento 35, p. 475-476
24) MEMORIA de la Secretaría de Fomento, Ibid, Documento 47, p. 92
25) Historia General de México, El Colegio de México, Tercera Ed. México, 1981; "El liberalismo Triunfante", de Luis González y González, Tomo II, p. 921-922

*Subcapítulo de mi libro La raza de la hebra, historia del telégrafo Morse en México, BUAP, 2004

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