jueves, 28 de julio de 2016

El del Nahual


Las historias de misterio no tienen que ser tragedias necesariamente. Esto lo aprendí en una leyendas compartidas por Carmina Conde, en las que a veces no ocurre nada terrible en ellas, no corre la sangre, nadie muere y todo sale bien al final, en esta su papá vivió una historia terrorífica, pero vivió para contarlo.

Mi papá nos contó una historia de su niñez. Cuando ellos vivían en Amajac, mi abuelo los mandó a él y a su hermano a que acompañaran a mi tía –su hermana de ellos- con un familiar a Contla, un pueblo cercano; tenían que ir caminando, no había transporte, había que caminar. Entonces se fueron.
Como eran niños se fueron jugando en el camino hasta el otro pueblo y no vieron nada, no pasó nada. Cuando hicieron el mandado que iban a hacer, se despidieron de los familiares y se regresaron a Amajac.
Entonces, cuando regresaban, ya iban por contra, ya de tarde-noche, venían ellos con su hermana y, “de pronto nos encontramos con un perro”, pero era un perro enorme, negro, grande, con los ojos rojos. Se pusieron atrás de su hermana, que era más grande, entonces se movían a la derecha y el perro también, “nos íbamos a la izquierda y el perro se movía también”.

No ladraba ni nada, nomás los veía con sus ojos rojos; entonces se movía a donde ellos lo hacían: Quisieron regresarse, pero el perro se les ponía enfrente. Entonces, en eso, su hermano, que era el más chico, se evadió del perro y salió corriendo, “pero a nosotros no nos dejaba pasar”.

Su hermana se puso a rezar: “San Jorge Bendito, amarra tu animalito, con tu cordón bendito, y que no me pique a mí, ni a otro pobrecito”, y trataban de pasar “y a mí me daba mucho miedo –dice-, pero ya, nos pasamos como pudimos”.


Mi papá dice que quería llevarse a su hermana, no lo quería a él, sino a su hermana, que era una señorita como de catorce años. Hasta que por fin, en una de esas, “que la jalo y que arrancamos”. Corrieron lo más rápido que pudieron sin voltear atrás. Cuando llegaron a su casa les contaron a su papá y a su abuela lo que les había ocurrido con el perro; la señora les dijo que era el nahual, que seguramente quería a su hermana. No había ninguna duda. Rápidamente los preparó y les tuvo que dar una limpia con yerbas para protegerlos del nahual, también les dio no sé qué té para el susto.


El perro era demasiado grande para ser un simple perro. Además se movía de forma extraña, no como si fuera un animal. El nahual generalmente se aparecía en la figura de un perro, un perro grande, ese era el nahual, un ser maligno que hacía daño, un hechicero o algo así. Generalmente se representaba como perro, pero en otros lados lo hacía en otras figuras; pero aquí como perro, con los ojos rojos. 

miércoles, 20 de julio de 2016

Se lo chupó la bruja


Esta historia-leyenda familiar que me contó Carmina Conde es perturbadora porque hay detrás de ella otra historia menos fantasiosa, que habla de un vicio criminal o al menos de negligencia criminal, lo que llevó a estas familias a extrañas tradiciones y prácticas ¿quién era Juana?, ¿qué hacía Juana, además de niños?, ¿qué pasó esa noche cuando la familia de Juana fue visitada por la tragedia?, ¿o fue una bruja en verdad que llegó a chuparse el alma de su hijito?

Con las brujas para las familias era un asunto de protecciones, sobre todo con los niños, porque las brujas malas se llevaban a las niñas, pero a los varones se los chupaban. Por eso se decía que se lo chupó la bruja. Generalmente se hablaba de sacrificios, ellas vienen aquí para sacrificar a alguien. Mi abuela creía mucho en eso. Decía que su mamá tuvo un niño, hermano de ella, al que se lo chupó la bruja. Entonces, para proteger a los niños, cuando mi madre y sus hermanas tuvieron a sus hijos, ponían debajo de las cunas de los bebés unas tijeras abiertas en cruz para que los protegiera de las brujas, para que no se acercara la bruja. Entonces se ponían unas tijeras debajo de las cunas, directamente para proteger a los niños dela bruja.

Su mamá de mi abuela, cuando ella tenían como ocho años, su mamá, que se llamaba Juana Hernández… o López, tenía un hijito; bueno, tenían muchos hijos antes, ese era el octavo, creo, un bebé de meses; pero a la abuela le gustaba el pulque, entonces se iba y se echaba sus pulques, regresaba ya de noche y se dormía en su petate. Una vez hizo eso, regresó y se echó en su petate a dormir, pero que esa vez dice que lloraba y lloraba el niño. Otro de sus hijitos, uno de los mayorcitos, trataba de despertar a su mamá: “mamá, llora el niño”, pero ella no le hacía caso. Y “mamá, llora el niño, llora el niño”, y no despertaba la mamá. Todo estaba oscuro, antes nomás había velas. Y no se despertaba. 
Como el niño se quedó callado después, su hermanito pensó que ya se habría dormido y se volvió a dormir, “alguien le habría dado de comer”, pensó y ya no hizo caso. Al otro día vieron que el niño estaba muerto. Dicen que se lo chupó la bruja. No sé si habría señales o alguna clase de prueba. A la mejor el niño murió de otra cosa, pero mi abuela estaba segura que había sido la bruja, que la bruja se había chupado a su niño. Que por eso no podía despertar, porque la bruja les hacía algo para que no pudieran despertar. Nunca supe si había algún indicio, un animal que le pudo haber picado o algo, pero entonces se morían muchos bebés y ese se murió. Le echaron la culpa a la bruja. Ellas se acercaban a los bebés en forma de serpientes y para que no lloraran les metían la cola de la serpiente en la boquita, para que no lloraran, lo engañaban con la cola y los bebés se entretenían con eso en la boquita mientras se los chupaban. 

viernes, 8 de julio de 2016

El hombre sin cabeza


Creo que en mi niñez no me habría dado mieto la leyenda del  jinete sin cabeza,  no figuraba en mi imaginario terrorífico como en cambio lo fueron un ánima o un fantasma deambulando por el patio, los espantos que marcaron los límites superiores de mi terror infantil; el jinete sin cabeza era muy ajeno a nuestro ambiente pueblerino. La leyenda tampoco impresionó mucho a mi informante Ileana Gómez,creía que el fantasma la llevaba a pasear a caballo, y que se aparecía en los linderos de la actual Ciudad Universitaria de Puebla, donde abundaban los maizales y los solares baldíos donde hoy se ubican las abarrotadas colonias surorientales de la capital. A saber dónde quedó el pobre jinete, porque la cabeza estaba perdida desde entonces. Esta es su leyenda.

El hombre sin cabeza fue uno de los grandes horrores de mi niñez, aunque realmente no comprendía muy bien cómo es que procedía este espectro.

Los domingos veníamos por los rumbos de Ciudad Universitaria cuando aún no estaba construida la parte de atrás, lo que es ahora es el Círculo Infantil y todos esos edificios; entonces ya eran parte de la universidad pero estaba vacío. CU ya existía pero solo estaban las ingenierías, la facultad de derecho. Todavía ni existía contabilidad, esa la tuvieron muchísimo después. Las otras facultades estaban en el centro y en salud. Se conocía como ciudad universitaria, pero estaba aislada, llena de sembradíos y milpas.
Nos traían en carro a pesar de vivir en San Manuel, de donde podíamos venir caminando, pero nos traían en carro, entrábamos por la 24. En realidad es la misma entrada de hoy, ahorita está más bonita, pero era la misma. No existía la de Valsequillo, estaba cerrada completamente.

Mi mamá nos traía a comer ahí con mis primos y mis tíos, veníamos a comer ahí pollo rostizado. Y podías caminar, encontrabas de todo: sapitos, todo, zapatos. Yo me acuerdo que había muchos animalitos bien bonitos. Ya después, cuando caía la tarde, por la zona, no del estadio actual sino del antiguo, el de beisbol, ahí nos contaban que salía, por la noche, el hombre sin cabeza, el degollado. Eso nos contaban mientras íbamos caminando, nos decían que salía.

Al hombre sin  cabeza me lo imaginaba así como decían que era, te contaban que venía en un enorme caballo negro, muy alto, muy oscuro y no veías nada. El hombre sin cabeza llevaba una capa enorme, todo negro. En esa parte de terracería, entre las milpas y todo, se aparecía el hombre sin cabeza. A la mejor era una manera de decirnos que si nos portábamos mal nos llevaba el hombre sin cabeza, pero como niñitos lo imaginábamos bastante amenazador. Lo curioso es que, al menos yo, pensaba que el hombre te agarraba y te llevaba a caballo, después regresaba y te soltaba.

Era muy parecido al hombre sin cabeza de la película de Tim Burton, con Johnny Depp, pero “nuestro hombre sin cabeza” de ninguna manera era tan drástico como ese,  nosotros pensábamos que solo nos cargaba y nos llevaba, en la película te llevaba al infierno. Y no, yo pensaba que nomás nos iba a dar un paseo, nos cargaba y se iba después.


Yo lo que más recuerdo es esto, cuando voy a CU hay muchos lugares que reconozco, por aquí venía con mis hermanos y mi madre, por aquí se aparecía el hombre sin cabeza. Esa historia es la que más recuerdo.