jueves, 30 de junio de 2016

El alma de la Malinche


Esta es una leyenda probablemente sobre el origen del volcán La Malinche, también conocido como Matlalcueye (llamado por los antiguos como Matlalcuéitl: falda azul en náhuatl), que los estados de Tlaxcala y Puebla comparten en sus límites de altura a 4,500 metros snm. Me gustó porque involucra ese sentimiento nacional, ambiguo como pocos, que conocemos como malinchismo, una suerte de autodesprecio y especial aprecio por lo extranjero, por lo europeo de tez blanca aquí representada por un ánima que es a la vez nieve y española, con la que presuntamente los hombres que suben quisieran casarse. Pero antes tendrán que aceptar ciertas condiciones. Así me la contó Francisco Jiménez.


En determinado momento las personas que viven cerca del volcán, a las faldas del volcán, dicen que a principios de cada año, el primero de enero, el dos de enero, se aparece una mujer blanca; cuando un hombre va subiendo solo hacia la punta de la Malinche, simplemente por recorrerlo, por distraerse o por buscar un momento de esparcimiento, en determinado momento dicen que se aparecen una mujer blanca, una mujer muy bella, de color blanco, muy simpática, muy agradable, la cual invita a conocerla, invita a tratarla y dicen que el trato es muy atrayente.

En determinado momento las personas que la llegan a tratar le preguntan ¿tú quién eres, por qué estás aquí sola?, y ella dice que es el alma de la Malinche, pero que ella quiere salir de ahí. Incluso promete casarse con quien la interpela, pero para esto la condición es que ella tiene que subirse a la espalda de esa persona, el hombre tiene que cargarla, para lo que le advierte: “una vez que hagas esto no voltees, aunque escuches sonidos estruendosos, horribles,  truenos o lamentos, no voltees por ninguna circunstancia”.


Entonces las personas, el hombre, atraído por la belleza y bajo la promesa de que van a casarse, acepta. Entonces carga a la mujer y comienza a bajar la montaña. Sin embargo, menciona la leyenda, empieza a escuchar ruidos extraños, crujidos, lamentos, gente que lo llama por su nombre, por el nombre del varón; al mismo tiempo la mujer comienza a pesar, el hombre empieza a sentir cómo la mujer comienza a ser cada vez más pesada; en determinado momento los extraños sonidos hacen voltear al varón, también por eso de que empieza a pesar más, y pues, las personas que llegan a voltear dicen que en lugar de tener a la mujer sobre su espalda lo que llevan es una víbora de tamaño enorme.

Esa es una de las leyendas que me impactó mucho cuando era niño.


La leyenda también dice que si en algún momento se llega a bajar a la mujer, que es el volcán de la Malinche, entonces el volcán va a desaparecer porque el volcán está formado por pura agua, y ella es el alma del volcán. 

jueves, 23 de junio de 2016

Laxas leyendas


A finales de 2014 dictaminé un libro de leyendas poblanas que venía sin prólogo, pues el editor retiró la primera página en aras de un dictamen ciego y objetivo, omisión que resultó relevante, pues ahí, además del nombre del autor, figuraba la advertencia de que todos los relatos incluidos, tratados como leyendas, provenían única y exclusivamente de la imaginación del autor, es decir, no eran propiamente leyendas sino historias, cuentos, perspicaces fantasías del escritor al que por cierto le fallaba la prosa, aunque le sobraba imaginación.

Al ser leyendas, como supuse en primera instancia, recopiladas por una persona mayor en los barrios de Puebla, el volumen tenía un interesante valor histórico y antropológico, porque las leyendas eran plausibles y atañían a barrios específicos de la capital; pero al ser inventos del autor ¿era posible y pertinente seguir llamándoles leyendas?

La pregunta que busqué responder en un segundo dictamen fue si las personas modernas tenemos el derecho a crear nuevas y mejores leyendas que las existentes. La respuesta no es sencilla, pues incide en la libertad de creación y nos somete a una revisión de nuestros numerosos prejuicios. Tenemos derecho a crear leyendas pero, al parecer, hay que cumplir con cierto número de condiciones para hacerlas valederas.

La palabra leyenda proviene del verbo latino legere, cuyo significado varía entre escoger y leer. Algo para ser leído que el catolicismo aplicaba especialmente en las biografías de los santos pero, con tan poca precisión histórica y detalles tan fantásticos, que poco a poco fueron perdiendo credibilidad, convirtiéndose en… leyendas.

Una leyenda es una narración de hechos naturales, sobrenaturales o mezclados que se transmite de generación en generación de forma oral o escrita y puede presentar elementos sobrenaturales como milagros, presencia de criaturas extraordinarias o de ultratumba que aparecen como reales, pues forma parte de la visión del mundo propia de la comunidad en la que se origina la leyenda.

En una acepción más concisa y moderna, se define como leyenda a un relato folclórico con bases históricas y, contrariamente al mito, que se ocupa de dioses, la leyenda trata de seres humanos que representan arquetipos: el del héroe, el anciano sabio o el villano; la heroína y la bruja. (Wikipedia)

Como puede apreciarse, las imaginativas y entretenidas leyendas de ese autor no cumplían los requisitos para ser llamadas leyendas; eran cuentos, historias inventadas sobre los barrios de Puebla –como deberían llamarse-, y en cuyo caso habría que reflexionar sobre la pertinencia de que los niños y jóvenes escuchen o lean estas historias sobre sus barrios sin acusar confusión en la historia de su ciudad, mezcladas con numerosas ofuscaciones antropológicas y hasta con seres estrambóticos como Cthulhu, el monstruoso ser creado por el escritor estadounidense H.P. Lovecraft, que de pronto aparece en una de las historias. ¿Se hace un beneficio a la imaginación de un niño o se distorsiona su visión histórica sobre nuestra -de por sí- nutrida tradición de historias y leyendas?


Todas estas reflexiones vinieron a mí cuando otro conocido editor me solicitó un libro de leyendas poblanas contemporáneas, un tema por el que yo había pasado leyendo diferentes y numerosas páginas de internet en donde hay libros completos sobre este tema, necesariamente sobado, razón por la que le propuse que mejor fueran leyendas testimoniales, no leyendas formales, pues estas saturaban ya el internet y las hallabas en diversas versiones, tamaños y calidades; en cambio, las testimoniales podrían al menos darnos una nueva versión, más coloquial, de las leyendas, lo que nos pareció de momento, al menos, original.

Me puse a trabajar y con las semanas lo que encontré en mis informantes poblanos fue un explicable hartazgo sobre ciertas leyendas que han escuchado y platicado ya un millón de veces, al grado que podríamos crear una leyenda que tratara de un hombre que contaba las mismas leyendas poblanas hasta que se convirtió en leyenda. Historias archicontadas que, como la receta de los chiles en nogada, a la que le quitan aquí y le agregan allá, devienen en una sarta de mentiras veniales y exageraciones con tal cantidad de versiones como informantes tengas.

El lado bueno de la experiencia fue la novedosa aparición de leyendas modernas, si acaso cumplen el requisito, como la del torero fantasma o el capitán también fantasma que ya he publicado aquí, así como otra serie de leyendas inocuas donde no pasa nada a pesar de la diabólica presencia del nahual o de la bruja o la llorona en persona; preciosas “leyendas” que, más allá de la anécdota, nos hablan de la idiosincrasia y los anhelos truncados de generaciones de hombres como en El alma de la Malinche, que resulta ser una mujer “blanca” con la que los alpinistas que suben esa montaña poblana-tlaxcalteca sueñan con amancebarse y por ello están dispuestos a seguir sus imposibles instrucciones. Estas las iré publicando en lo sucesivo.


El libro de leyendas orales se truncó, como era de esperarse, primero porque no me desbordaba el entusiasmo de ver las cejas alzadas de mis informantes, y segundo, porque en efecto la gente está cansada de contar historias que por lo demás están en todas partes, tanto en librerías como en el internet: El doliente de San Diego; El niño panteonero; Los obreros del Puente; El lirio poblano; Leyenda de los volcanes; Los volcanes de la leyenda; la del beato, de la beata, la casa del perro, el Cuexcomate, la dama colorida, la descolorida, la de rojo y la de verde; que la leyenda de la campana de catedral, que la de la casa que mató al animal, que la de Anita y su sueño de alfeñique.


Las personas me miraban con cierta y justificada desconfianza cuando les pedía leyendas poblanas: ¿Por qué quieres escuchar semejantes cosas?

jueves, 16 de junio de 2016

El torero fantasma


En la vena de las leyendas, la siguiente quizás sea la primera versión de una leyenda sobre un fantasma que moró en una antigua plaza de toros del Barrio de Santiago en la ciudad de Puebla que fue desmontada hace ya muchos años. En las leyendas no se discute su certidumbre, se creen o no se creen, pero mi informante, el maestro de baile Ángel Peña, indudablemente vio algo que en sus años mozos no tuvo la menor duda de reconocer como un fantasma, ni más ni menos que el fantasma del torero que contaban algunos comensales que también lo vieron. Esta es la historia.

Un día vimos al torero fantasma, se abrieron las puertas y vimos su sombra. Nosotros vivíamos en el barrio de Santiago donde estaba la plaza de toros y había muchas historias de toreros. De pequeños nos tocó jugar beisbol en la arena del rodeo, como el piso era de arena era muy rico jugar ahí, se podía uno tirar, lanzarse, brincar sin ninguna preocupación. Entonces tuvimos oportunidad de conocer a los consagrados del toreo, figuras importantes, desde Joselito Huerta hasta Arruza, después Alfredo Leal y todos los que se fueron formando ¿no? Nosotros nos metíamos a escondidas y jugábamos a las escondidillas. Entonces siempre hubo una creencia, de acuerdo con un señor que era el encargado de cuidar la plaza, que vivía ahí mismo, en el interior por la parte de la 9 poniente donde estaba su casa. Su hijo siempre jugaba con nosotros y su papá le contaba muchas anécdotas de los novilleros y los matadores. Entonces a nosotros nos decían que tuviéramos cuidado, que nunca anduviéramos solos, que anduviéramos en pareja, nunca solos, porque había un alma en pena de un torero que se llevaba a los niños para no se sabía qué. No sabíamos su nombre, sino que era un torero que había muerto en la arena de esa plaza y ahora andaba penando; nos decían que si llegaba a encontrar a un niño solo no se le volvía a ver. Nosotros le decíamos simplemente el fantasma y nunca, nunca, andábamos solos.


La plaza de toros de la ciudad de Puebla, en las calles de la 11 poniente y la 19 sur, donde ahora está un centro comercial, por la zona de la UPAEP, era nuestro campo de juegos. Era la plaza principal, porque había una plaza de toros enfrente de lo que es hoy el Parque Ecológico, que era aviación antes, ahí también era plaza de toros, en la 24 sur.

Pero esta era la principal. Enfrente vivía la familia de los Calleja, la mayoría de los matadores se llevaba con esa familia y ahí era donde se vestían de luces, era muy raro el que se vestía en el interior del toreo, donde había vestidores, altar y todo, pero por alguna tradición la familia Calleja tenía la costumbre de recibir a todos los matadores y sobra decir que el señor Calleja era aficionadísimo a la fiesta brava, por lo que todos coincidían en llegar a su casa. Entonces veíamos como atravesaban la calle rumbo a la plaza. Era nuestro territorio, el campo de juego, todo el toreo. Y en las grandes corridas, en la privadita que está atrás, por donde pasaban los cables de las primeras transmisiones de televisión y nosotros cabíamos, nos metíamos subrepticiamente. Siempre andábamos en los toriles y era un lugar peligroso, no por el fantasma, sino por los toros.


Cuando seleccionaban a los toros y los entorilaban para darles el orden de salida de partida de plaza, primero los tenían a todos juntos y luego los iban separando. Había un cuadro que se llamaba “antes de toriles”, donde nosotros hacíamos una especie de apuesta, era un callejoncito donde cabía una sola persona, y a veces nomás de costado, y tenía varias aberturas para ir tentando al toro. Pues nosotros, de canijos, que no teníamos más de un metro de estatura, apostábamos los cinco, los veinte centavos para ver quién se cruzaba de lado a lado, y dependiendo si cruzábamos por el frente, por atrás o por el costado, era la apuesta. Había que armarse de valor, pues el riesgo era grande, el toro estaba muy nervioso y nosotros éramos muy pequeños, algunos íbamos de rojo, entonces era como más riesgo. Y sí, pasábamos corriendo, a veces nada más en ángulo, sin  atravesar totalmente, pero los toros amagaban que hacían las embestidas y era muy divertido. Pura adrenalina. Claro que éramos tan rápidos no nos alcanzaban, pero ese era el chiste, nos la jugábamos ahí.

Uno de tantos días que estábamos jugando se nos apareció el Torero Fantasma. Decían que era un matador que nunca fue famoso pero que siempre estuvo en todas las corridas, en algunas ocasiones creo que hasta de espontáneo, siempre se lanzaba. Y murió ahí, por eso. Pero que de veras tenía esa afición y ese sueño de ser un gran matador. Y bueno, nosotros veíamos a los aprendices y a los prospectos, tal vez hasta lo conocimos, porque se decía que era moreno, alto, de gallardía, y nosotros teníamos la curiosidad de verlos cuando entrenaban los nuevos valores en la plaza, pasaban los cuernos, los pitones y ensayaban, hacían las pruebas y nosotros las presenciábamos. El Torero Fantasma se suponía que podía haber sido cualquiera de ellos, aunque es muy improbable que fuera uno de ellos, pues nosotros jugábamos ahí en los años sesenta, estoy hablando del 63 al 65, cuando yo tenía siete, ocho años, pero ese torero debe haber sido de los años cuarenta o cincuenta.



Una tarde lo vimos. O quisimos creer que lo vimos. Nosotros conocíamos muy bien cómo se hacía el paseo, la partida de plaza de los toreros, y esa tarde casi casi vimos cómo la sombra del torero fantasma, con su capote y su alterno y sus mozos de plaza que les ayudan, vimos cómo se proyectaban sus sombras, porque cuando abrían las puertas del ruedo para que salieran las cuadrillas allí se notaban siempre las sombras, y como la puerta era del lado del sol, del lado poniente, casi siempre se proyectaba la sombra que en las tardes daba del lado poniente, como si se ocultara en lo que antes era el Colegio Oriente y ahora es la UPAEP; el sol siempre bañaba esa esquina totalmente, entonces sus sombras fueron bien visibles y nosotros sabíamos que no había nadie ahí, al menos nadie vivo; estábamos jugando y de pronto vimos esas sombras del Torero Fantasma y el alma se nos fue a los talones; estábamos ahí chacoteando pero siempre sensibilizados y, de alguna manera sugestionados con la historia del Torero Fantasma, que entonces tuvimos la seguridad de ver e, incluso, oímos cómo se abrían las puertas. Cuando apareció la supuesta sombra salimos hechos la cochinilla hacia la casa de este señor y nos fuimos a nuestras casas muy disimulados, porque tampoco íbamos a pasar de cobardes; cuando nos preguntaron nos hicimos los muy machitos. Y así fue. 

jueves, 9 de junio de 2016

Capitán Fantasma


Desde que llegué a Puebla escuché hablar del Capitán Fantasma, un mito local sobre un personaje que no solo existió, sino que algunas personas relativamente jóvenes conocieron, pues se trata de una historia de los años sesenta. Una de ellas es Flor Coca Santillana, una de mis fuentes primordiales de la poblanidad, a quien muchos años después, buscando recopilar un libro sobre leyendas de esta antigua ciudad,  aproveché para entrevistar y sonsacarle su muy particular versión del Capitán. Aquí está el resultado.

Mi abuela tenía una casa de vecindad donde había varios departamentos. Esta casa se la sacó mi abuelo, bueno, se la compró porque mi abuelo se sacó la lotería, debe haber sido a principios de los años cuarenta. Don Ernesto se sacó la lotería, 25 mil pesos, y le compró esa casa de vecindad a doña Mary, que estaba muy deteriorada. Pero después, de eso vivió doña Mary, que era maestra alfabetizadora. Se quedó con la casa de departamentos y de eso vivió y sacó adelante a sus hijos. Entonces, uno de los departamentos que está en la parte de abajo era rentado por un señor que fue a rentarla con el nombre de Pedro, no recuerdo el apellido que uso, un señor bajito, de ojos azules, muy agradable en su trato y rentó la casa. Lo que a Mary y a algunos vecinos les llamaba la atención es que nunca tenía un horario para salir, y el señor que rentaba un departamento de muy poco dinero tenía muy buenos trajes y se vestía muy bien. Siempre vistió muy bien, incluso usaba gasné en  algunas ocasiones. Entonces, bueno, les llamaba la atención y nunca supieron a qué se dedicaba este hombre. A doña Mary, cuando le preguntó, le dijo que vendía medicamentos en los pueblos. ¿Y por qué iba tan elegante?, le preguntó. Bueno, es que si yo no voy elegante no me hacen caso en las farmacias, etcétera ¿no? En fin, después se enteraron que él se vestía de mujer y lo hacía para engatusar a los que iba a robar. Se sabe que robó joyerías en Puebla, que robó casas y eran millones de pesos lo que obtenía en esos robos. Después se fue de la casa de doña Mary y siguió llamándose Pedro, quien en realidad era Santiago Quezada. Entonces Pedro se casó con una mujer, Laura, hermana de un amigo de uno de mis primos, aún con su personalidad de Pedro, o sea que mal lo conocía. Laura Vifano, vivía en la 7 oriente, por donde está el Cine Puebla hay una casa de vecindad, con ella se casó Pedro. Tuvieron tres hijos y obviamente seguía haciendo sus robos, de los cuales vivían; estuvo en la cárcel, Laura lo iba a ver, le llevaba la comida y seguía siendo su esposa, pero nunca se enteró de su verdadero nombre, incluso su primer hijo se llama Pedro, porque Santiago Quezada, el Capitán Fantasma, se hacía llamar Pedro.


Yo lo conocí en la cárcel en el 68, cuando mis tíos estuvieron ahí en la cárcel de San Juan de Dios,  era un hombre muy amable que ya tenía incluso un cuartito en la parte de abajo para vivir,  para él solo, o sea que no estaba como reo común, sino que tenía su cuarto independiente con una televisión moderna que ya no tenía un mueble grande como la mayoría, sino una televisión blanca, pequeña, muy bonita. Nos dijo a mi hermano y a mí que si queríamos verla mientras mi mamá y mis tías iban a ver a sus hermanos Arturo y Ernesto Santillana, que estaban presos por el movimiento estudiantil.

Aquí se van a quedar con el Capitán Fantasma un rato para que podamos platicar con sus tíos; en realidad íbamos dos niños, yo de trece y mi hermano de 11. Del capitán me llamó la atención su amabilidad. Físicamente era un hombre muy guapo, a mí me pareció muy guapo, yo tendría 13 años; era un hombre que tenía una mirada muy profunda, unos ojos muy azules, era muy amable,  muy educado, chaparrito, delgado, muy delgado, con bastante cabello, cejas pobladas y una nariz bonita, fina; o sea, era un hombre bien parecido que vestido de mujer deber haber sido bastante agraciado. No era tan bajito, pero sí de tamaño normal, tirando a bajo, 1.68, por ahí. Muy amable con nosotros, nos dijo que podíamos jugar ahí y se acordaba bien de nuestros tíos y de alguna manera los cobijó ahí en la prisión. Entonces la leyenda termina en el hospital universitario, que era el hospital que atendía a todos los reos de Puebla,  cuando tú ibas por ahí veías cómo llegaban los policías que se hacían cargo de que no se fugaran. Entonces el Capitán Fantasma se fuga del Hospital Universitario en donde estaba hospitalizado. Con unas sábanas amarradas se fugó del segundo o tercer piso. Enfrente había un parque de beisbol, donde ahora es el Parque de las Ninfas, ahí se jugaba también futbol llanero, de modo que cuando él se fuga, atraviesa la 25 poniente y se mete al campo de futbol. La historia oficial es que ahí lo alcanzan y lo matan; la historia real, que nosotros supimos a través de Laura, es que no lo matan, sino que lo dejan herido, logra correr, para un taxi y se va en taxi. Entonces vuelve a ver a sus hijos, platica con ellos, les dice que ya no puede estar en Puebla porque lo están persiguiendo y que se tiene que ir de la ciudad. Entonces, a final de cuentas, se va a Estados Unidos, y donde hasta ahorita, aunque es difícil que viva, pues ya tendría más de 90 años, se sabe que vivía con una mujer en Los Ángeles, California.


Yo nunca creí cuando nos dijeron que era un gran delincuente, pero la leyenda existe y creció con los años. Primero, el Capitán Fantasma era un ladrón que se burlaba de las autoridades, era un hombre con un gran talento al que le gustaba disfrazarse; no que fuera extraordinario, pero si lo veías con su traje impecable jurabas que era un gran empresario. Entonces le gustaba mucho burlarse de la gente, de las autoridades, de la vida, que era como un juego para él. Disfrazarse de mujer y robarse un collar, o entrar vestido de dama de sociedad a una elegante joyería y robarse un anillo. Era un artista.

Una vez, nos contó doña Mary, les llamó la atención que tenía, por ejemplo, un sombrero de copa. Un señor que vivía en una vecindad cómo iba a tener un sombrero de copa. Y así salía, con un abrigo de piel muy elegante y su sombrero de copa. Aunque él decía que esas prendas se las habían regalado, después se supo que eran parte de su botín en los robos. Robaba residencias, hoteles caros, lugares de postín, lo que no hacía era el robo común, como sacarte la cartera. Su hijo sí, su primer hijo era carterista en los camiones, de esos que te sacan la cartera, un carterista de poca monta. Pero él no, él era como de primer nivel, incluso se hablaba que una vez cambió un  cheque a todas luces falso, que el cheque no tenía cuenta pero que de alguna manera hizo creer a los del banco que era bueno y lo cobró por 30 mil pesos o algo así. Entonces yo decía: este señor amable y de trato maravilloso no puede ser que sea ratero, y mucho menos que haya matado a nadie, porque se decía que había disparado a un guardia bancario y que había muerto.


Cuando nos dijeron en la cárcel “quédense con don Pedro” yo lo reconocí y se le dije a una de mis tías: oye a él yo lo conozco, lo he visto en algún periódico o en algún lado. Es que es el Capitán Fantasma, me respondió. Y le decían Capitán Fantasma porque siempre logró escabullirse; lo atrapaban pero se escapaba; lo volvían a atrapar y se volvía escapar. En tres ocasiones, hasta donde sé, se burló de los guardias. Y ya la última, que dicen que lo mataron, yo sé que no fue así, porque Laura nos dijo que se fue a vivir a Los Ángeles; nunca hubo sepelio ni nada, se supone que lo enterraron en una fosa común, eso informaron, pero quién iba a reclamar un cuerpo que no existía.


Fotos del Archivo Gráfico/La Prensa