jueves, 24 de septiembre de 2015

De una hija


A 23 de septiembre de 2015 en un hoyito de la ciudad de Puebla, frente a una computadora

Para papá:

La carta tardía

Hay una tendencia en nuestra cultura de decir cosas amables cuando es el cumpleaños de alguien. Quizás son cosas que uno siempre siente o piensa pero que por otra cuestión cultural – la de no expresar las emociones – uno se calla y sólo juguetea con ellas en la cabeza. La cultura como supresora de la voluntad. Este es mi acto volitivo, este es mi acto de palabras y es para ti.
Los cincuenta y ocho años de un padre no son alentadores pues son una certeza de que el tiempo avanza y de que algún día no tendrás a uno de tus maestros que te aconseje qué sí y qué no con la vida (así, la vida personificada porque no merece menos). Es una certeza también de que ya no se es niño y de que el mundo es cada vez más caótico y el tiempo no alcanza.

Una de las cosas que he comprendido como aprendiz de lingüista y novia de la literatura, es que hay emociones y conocimientos que están más lejos de lo palpable, en este caso, la palabra, de hecho, el significado de las palabras van, generalmente, ligadas a principios espaciales, senso-motores, perceptuales, entre otras cosas, de nuestra biología. Sin embargo, podemos decir, convenientemente, que la palabra es constructora de realidades e irrealidades, y que por eso es tramposa pero también imprescindible. Las emociones que yo siento en este momento, al tratar de escribir esto, están más allá que acá, son orgánicas y escurridizas, no tienen forma ni las construyen letras certeras. Pero si yo no tuviera ni siquiera la palabra no podría estar tratando de explicar lo que no sé cómo explicar en este momento, y no caería en esta torpeza de querer expresar mis sentimientos en pequeños y sustanciales signos lingüísticos.

Pero para no caer en sentimentalismos (ni en más ambigüedades),  porque no “semos” ese tipo de personas –quizá por la coerción cultural- quiero agradecerte, antes que nada, la semilla de humanismo que engendraste en mi mente y por ende, en mis actos. Si alguien me dijera que yo soy (lo que soy) gracias a ti y a mamá, yo diría: sin duda. Y con una contradictoria humildad puedo decir que estoy orgullosa de mi humanidad.

Más que agradecer, como mencioné antes, esto es un sumario de las cosas que aprecio de nosotros a estas alturas de la vida, porque agradecer es demasiado artificial.

Aprecio el amor que tanto tú como mamá nos han dado de manera libre. Cuando estoy triste (y mucho tiempo fui una persona triste) pienso en ese amor, que me parece el verdadero, el perenne –no sé por qué relacionamos tanto lo duradero con la verdad, ha de ser porque no nos gusta ver desaparecer el mundo.

Soy más feliz cuando siento que tú eres feliz y afortunadamente, he visto cómo los últimos meses has recobrado tu fuerza, tu voluntad y has empezado a creer en ti mismo de nuevo. Quizá no eres el hombre más joven pero aún tienes la vida y la vida te tiene a ti, aún corres como el río, y no creo que sea desdeñable tal hecho. No creo que valga la pena despreciar la vida sólo porque se ha vivido con ella 58, 59, 60 o más años. Hay una parte en Memorias de Adriano, donde el bienquerido narrador, Adriano, dice: “jamás he podido comprender que pueda uno saciarse de un ser”. Eso aplica para muchos casos, para muchas personas y para la vida que aunque 58 años vivida, debe ser sorprendente. O como alguna vez dijo un tal Octavio Paz, el asombro de estar vivo. No lo cito textualmente porque no pretendo llenar esto de citas, pero algo así escribió, en alguna parte de Piedra de sol. 

En mi vida, yo aprecio tu paternalismo y estoy, sí, sí puedo decirlo, orgullosa de ser hija de “Polo Noyola”, un sujeto extraño, güero como un queso, elocuente como cuando en los tiempos de los griegos los sabios no eran los que escribían sino los que oraban con sapiencia. Yo sé que tú puedes más de lo que ya haces y que sólo es cuestión de que quieras.

Otra cosa que aprecio mucho como enseñanza, es el enfoque antropológico que me has heredado generosamente, pues gracias a él y a lo que he podido sumarle, entiendo a la gente en distintos niveles humanos y eso, además de ser una delicia, es una herramienta útil para la sobrevivencia social y espiritual.

Me has enseñado muchas más cosas pero si te las digo todas ahorita, se me acaban las cartas de los años venideros.

Estas son mis palabras para conmemorar que tengo un buen padre. Creo que queda claro que te quiero, pero para no ser axiomática, claramente expreso que: te quiero.


Teresa