viernes, 9 de mayo de 2014

No somos ángeles

El sábado 15 de febrero una llamada telefónica marcó el rumbo de nuestro estado de ánimo e incrementó la penosa zozobra en la que vivimos en este desventurado país. Un  dizque zeta me llamó por mi nombre, confirmó mi dirección y durante cuarenta minutos me estuvo dorando la píldora con una bien armada historia de una vecina mía que me quería perjudicar por envidias, pero que una minuciosa investigación de parte de don Z había confirmado que era yo un buen hombre de familia que no merecía ser perjudicado, etc.  La investigación le había costado unos 240 mil pesos que de alguna forma tenía que recuperar, etc.

Para no hacer el cuento largo, una vez aclarado que era un malandrín que solo quería sacarme dinero, cosa que ocurrió como a los veinte minutos, el intercambio de información transitó por caminos poco afortunados; las malas noticias de mi maltrecha economía fueron bajando de categoría la conversación y de aquella alegre cantidad mencionada estuvimos a punto de cerrar nuestro “trato” en cinco mil pesos, para lo que yo solicité tres meses para acumularlos. Por poco le da un infarto. Finalmente cerramos nuestra negociación en mil pesos que debía yo abonar a uno de los siete teléfonos que me hizo apuntar, siempre y cuando fuera en los siguientes treinta minutos. Nos despedimos amablemente, pues resulté el cliente más razonable y comprensivo. Al colgar desconecté la línea telefónica e hice una junta urgente en el consejo familiar para decidir las medidas a tomar. No pagaríamos y buscaríamos cambiar el número de nuestro teléfono al día siguiente, plan que refrendé en el momento en que comprobé mis generales en el directorio telefónico vigente. Mal y de malas.

Al día siguiente, con pasmosa facilidad, una amable señorita de Telmex me hizo el favor de darme un nuevo número telefónico que resultó más agradable que al anterior, pues el nuevo número es más equilibrado,  alegre, polifónico y encima carece de prejuiciada cifra 41 que ostentaba el anterior. Quedamos muy satisfechos… hasta que comenzaron a llamar los centroamericanos. Pero no vayas a creer que Maras o miembros de la 18 o la 28, para nada, nuestros nuevos amigos son empleados centroamericanos de Banamex, o más bien, de una firma relacionada a deudas de Banamex que se encarga de llamar a cientos de miles de deudores que han dejado alguna clase de cuenta colgada en ese banco. Luego de dos semanas sabemos que son cinco turnos los que laboran en ese desagradable empleo, que consiste en torturar gente telefónicamente en llamadas de tipo: Pague. No tengo. Tiene que pagar. Ya lo sé. ¿Cuándo paga? No sé. ¿Puede pagar hoy? No. ¿Cuándo paga? No sé. Tiene que pagar. Ya lo sé. Esa muy circular. Me recuerda a aquellos torturadores de las dictaduras argentinas que una vez vi en una película: llegaban a su trabajo, checaban su tarjeta de entrada e iniciaban su turno de torturas de acuerdo con una lista detallada: al señor González corte de uñas; a la señorita Gómez, pocito, etc. Así estos empleados también reciben  una lista de nombres con sus respectivos teléfonos y la orden de llamarlos al menos dos veces por turno. Nuestros nuevos amigos son un grupo muy variado de personas de ambos géneros, cuya principal coincidencia es el inocultable acento centroamericano y caribeño. Una amable señorita hace unos días me confió que llamaba desde San José Costa Rica; les envié saludos a los ticos desde Puebla. Sin excepción todos buscan a Ángeles Contreras M.

Llaman muy temprano, a media mañana, a medio día, a media tarde, en la tarde y hasta en la noche. He hablado largo y tendido con algunos de ellos y a todos los hemos convencido de que no somos nada de Ángeles Contreras, de que no la conocemos, de que se trata de un número reciclado, etc. Cuando llegó el primer recibo telefónico con el nuevo número fui a Banamex, mire, yo no soy Ángeles Contreras, pero nada podía hacerse, tendrá que venir Ángeles Contreras para hacer cualquier cambio en sus números personales, me dijo una señorita amable pero tajante. Comprendí que tenía razón. Un amable puertorriqueño me dio una salida ingeniosa: vaya a Telmex y pida que le bloqueen seis meses el 01 800. Imposible, me respondió el funcionario de la telefónica, nos multarían. Seguimos respondiendo a las llamadas la única respuesta posible: no somos ángeles, no lo somos, no la conocemos. A veces colgamos. Todos estamos convencidos de que no lo somos, incluidos nuestros amigos centroamericanos y del Caribe. El mes de mayo, por ejemplo, llaman pero ya no dicen nada, pues reconocen nuestra voz y saber perfectamente que no somos Ángeles Contreras.


En el documento Análisis de la extorsión en México 1997-2013, que publicó hace poco el Observatorio Nacional Ciudadano (ONC), se dice que en 2012 el INEGI contabilizó 130 mil 781 denuncias de las 5 millones 994 mil 34 extorsiones a particulares que se cometieron ese año. Y que desde la puesta en marcha de su número telefónico en diciembre de 2007, el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Procuración de Justicia del Distrito Federal recibió 764 mil 458 llamadas. Supongo que son cifras colosales que nos hablan del tamaño del problema, pues si todos esos usuarios vamos a cambiar nuestro número telefónico el asunto es grave. Lo cierto es que en épocas de pérdida de intimidad galopante como las que vivimos, cuando es posible saber tanto de gente que nos importa poco en las redes sociales, los simplones datos del directorio telefónico se han volteado contra los ciudadanos. No somos ángeles, pero ¿quién lo es?