domingo, 8 de mayo de 2011

La cabeza, el aire, la oxidación



“En una reacción, la cantidad de materia siempre es la misma al final y al comienzo de la reacción.” Segundos después de reflexionar probablemente en esta frase, muy propia para medir la especificidad del peso de la guillotina sobre su cuello, la cabeza de Lavoisier rodó por el tablado revolucionario de aquel convulso París de Robespierre, quien moriría de la misma forma apenas dos meses después.

Era el 8 de mayo de 1794, Antoine-Laurent de Lavoisier, más conocido por su inquietud científica que por su profesión de abogado, moría a los 50 años a pesar de la férrea defensa de innumerables voces que solicitaron su perdón. Pero la sentencia del juez fue implacable: “La república no necesita sabios” y que ruede la bola, que era la cabeza de este sabio.

Lavoisier es un nombre asociado inevitablemente a nuestra educación elemental, pues puso las bases de la química moderna en su Tratado de Química Elemental, por lo que se le considera padre de esta disciplina. Lavoisier, siempre con la ayuda de su esposa Mary, establece la Ley de conservación de la masa y estudia el aire, la respiración y los procesos de oxidación, además de participar en el método de la nomenclatura de los elementos químicos que tantos dolores de cabeza nos causó en la escuela secundaria.



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