viernes, 4 de diciembre de 2009

Que digan que estoy dormido


La mañana del 4 de diciembre de 1953, cuatro días después de festejar su cumpleaños, la salud de Jorge Negrete provocó que todo un país contuviera la respiración. Las noticias no eran buenas, el ídolo del cine y la canción mexicana estaba gravemente enfermo.

Todos hablaban este día de Jorge Negrete, de sus canciones y de sus películas; sus ojitos pícaros y sus bigotes recortados eran como imágenes de cine que pasaban ese día, como una película, sobre los pensamientos de la colectividad. No era un muchacho, pero a sus 42 años tampoco un viejo; líder sindical, charro entre los charros y el único cantor que podía hacerle alguna sombra al indiscutible Pedro Infante.

Jorge Negrete no era un ídolo popular convencional. Su refinada educación, que incluía el dominio de cinco idiomas; su fama de caballero, sus preferencias por la música de alta cultura que, añadido a su matrimonio con María Félix hacían de él, más que un ser real, un personaje de leyenda, un mito que se alimentaba más aún con las proximidades de su muerte.

Unas horas después, como se temía, el charro cantor muere en Los Angeles, California. Su cuerpo será recibido en el aeropuerto de la ciudad de México por cien organizaciones de mariachis que interpretaron al unísono México lindo y querido. Aunque no hubo necesidad de decir que venía dormido, sí lo trajeron aquí.


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