miércoles, 24 de junio de 2009

Madreselvas en flor


Junio de 1935. En la pista Uno del Aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, Colombia, el avión F-31 de la SACO se apresta a despegar para transportar al divo del tango, Carlos Gardel, de regreso a Buenos Aires.

En plena pista, a toda carrera, el avión choca frontalmente con otro avión de tipo Manizales y estallan en fuego mortal.

Carlos Gardel viajó por todo el mundo, aclamado por ese llorón que todos traemos dentro. Su voz y su buena figura lo llevaron al cine desde 1917, aunque fue en los años treinta cuando hizo aquellas increíbles películas en donde el argumento era extraído de alguno de los tangos, como: Luces de Buenos Aires y Cuesta Abajo entre 1931 y 34; Tango Bar en los Estados Unidos en 35, y otras con títulos como Medio día de arrabal, El tango en Broadway, El día que me quieras y Cazadores de Estrellas. Por supuesto, todos eran unos dramones.

Carlos Gardel muere en el pináculo de la gloria. Sólo con una madera de ídolo como la suya, alimentada por la necesidad social de tenerlos, es posible explicarse que después de tantas décadas se le siga escuchando y venerando. ¡Sos grande, Carlitos!


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