martes, 31 de marzo de 2009

Resortes ocultos


Cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en los años ochenta, Octavio Paz se atrevió a emitir unos juicios críticos sobre los antropólogos, la escuela en su conjunto reaccionó con indignación, incapaz de meditar en las palabras del escritor. Lo llenamos de vituperios y lo menos que le dijimos fue que era un aliado de Televisa, vocero de la derecha y cosas por el estilo. Muy pocos o ninguno leyó críticamente sus argumentos, por desgracia. Recuerdo que, entre lo más hiriente, Paz decía que la escuela se había convertido en una pasarela de modas de una clase media hippiosa y que todo se discutía ahí, menos la antropología mexicana. Yo terminaba entonces la carrera y buscaba afanosamente quién me dirigiera la tesis de, por cierto, antropología mexicana. No encontré ningún maestro interesado, ni ahí ni el Ciesas, donde por supuesto había algunos estudiosos del tema, pero que no tenían tiempo para un estudiante de licenciatura. Me dediqué entonces a ver a nuestras lindas compañeras desfilar por el patio ataviadas de volátiles prendas hindúes y enormes aretes de artesanía que vendíamos ahí mismo. ¡Qué bonitas eran!

Como en muchas de sus ideas sobre México, Paz estaba adelantado a su tiempo. Respecto a la antropología, hablaba de una deformación profesional de los antropólogos de nuestro país debido a prejuicios cientistas, especialmente del marxismo, que motivaban que, más que conocer a las comunidades originarias, los antropólogos buscaban transformarlas a la medida de sus doctrinas y proyecciones de clase, para integrarlas a la sociedad mexicana.

Creía que los antropólogos mexicanos eran los fiduciarios de los misioneros y de los brujos, de los sacerdotes prehispánicos, pero que en lugar de intentar comprender “los resortes ocultos” de los que hablaba Mendizábal, que movían esas pasiones colectivas de los mexicanos, para los modernos antropólogos “ese conocimiento profundo” sólo eran aberraciones catalogables y clasificables "en ese museo de curiosidades y monstruosidades que se llama etnografía".

Octavio Paz hablaba de la oportunidad histórica de desprendernos de esa visión “moderna” del mundo para tomar senderos diferentes a los tradicionales, puesto que el uso exclusivo de la razón no conducía a la comprensión del mundo originario. En los albores del siglo XXI las evidencias muestran que, no sólo los antropólogos, sino los mexicanos en su conjunto, buscan aquella comprensión de la que hablaba Paz, ya no en el ánimo de comprender a las comunidades originarias, sino los resortes ocultos de su propia identidad.

Hoy, don Octavio cumpliría 95 años de edad y, sin duda, sería un viejito insoportable y autoritario, lo que no quita que, tantos años después, este estudiante eterno de la licenciatura le otorgue extemporáneamente la razón.

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lunes, 30 de marzo de 2009

Concordia


Hay algo de burlón e insensato en el transcurso de mi día, lo siento, lo huelo. Cuando los ojos se juntan es señal de acuerdo, de relativa concordia. La boca plena de expresión, en cualquier momento comenzará a hablar. La nariz huidiza, displicente. Todo indica que, aunque gris, este será un día particularmente bueno. Un día de nexos e intercambios, de dones pequeños y también pequeñas satisfacciones. Me siento bien, nada me duele, habrán de pasar muchos días para que vuelva a tener un semblante humano, para que pueda emprender algo más ambicioso. Pero está bien.


domingo, 29 de marzo de 2009

Erupción


Tiembla la tierra. Un extraño rumor subterráneo se escucha por toda la región. Una amplia zona del estado de Chiapas se estremece este día y el cielo se nubla por una densa capa de ceniza. El viejo volcán Chichonal, en los límites de los estados de Chiapas y Tabasco, inicia su erupción del siglo XX.
El 29 de Marzo de 1982, las tierras de labores agrícolas de la región se ven cubiertas por una gruesa capa de arena oscura, la erupción del Chichonal moviliza a la sociedad y a sus gobiernos para preservar el agua, los animales, descargar los techos y cuidar las atarjeas. La imprevista erupción de este volcán contrasta con la calma extrema de nuestro Popocatépetl, que durante diez años nos ha mantenido solamente con el Jesús en la boca. Para fortuna de todos, los tiempos de gigantes son los que cuentan para ellos, no tienen nada que ver con los tiempos humanos.



sábado, 28 de marzo de 2009

España


Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
Como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Miguel Hernández

El 28 de marzo marca dos hechos mexicanos respecto a España. El primero se remonta al año de 1942, cuando en el interior de una crujía franquista, el poeta republicano Miguel Hernández muere víctima de la violencia de un mundo muy violento en plena guerra mundial. México ya había roto relaciones con el gobierno franquista, recibiendo a miles de españoles republicanos que llegaron para convertirse, si no del todo, en ciudadanos mexicanos. Esta fue la fecha escogida por José López Portillo para, en 1977, restablecer las relaciones diplomáticas con el ahora reino español. Hemos visto la modificación de España y, con envidia, el crecimiento social y político de los españoles en su compromiso con la democracia. Madre patria o no, ejercemos nuestra libertad para querer (o no) a España, con lo poco o mucho que los mexicanos llevamos de ella.


viernes, 27 de marzo de 2009

Indiferencia


No esperes mucho de mí, hoy. Este día está marcado por la indiferencia, el desvarío y falta de objetividad. No es un día malo, sin embargo, puede ser placentero, juguetón, pues es el día en que debo resolver ciertas cuestiones humanas que vienen afectando mi vida cotidiana. Un día para hacer, no para pensar. Debo descargar todo lo estrictamente animal y dejar para después lo humano. Un día fisiológico. Epidérmico. Y aunque no sucederá nada importante, arreglaré cosas que me van a ayudar mañana. Porque estaré más vivo, más sano. Habré desinfectado un asunto que hoy me tiene incómodo. Calma.

jueves, 26 de marzo de 2009

Una muerte iluminadora


Cuando yo tenía unos ocho años murió el dueño de la estación de radio de Témoc y por esa razón se suspendió la transmisión de música comercial durante todo un día. Ahí, normalmente, escuchábamos cumbias colombianas y baladistas españoles y argentinos, de Leo Dan a Rocío Dúrcal; escuchábamos música mexicana de Armando Manzanero, Juan Torres y Carlos Lico, pero este día la programación, en señal de duelo, interpretó sólo música clásica, que aquel niño salvaje del desierto, ni en sus más descabelladas fantasías, habría podido imaginar.

Me senté extasiado en un sillón de la sala y escuché, por horas, la insólita presencia de una música muy hermosa e inadvertida ¿cómo era posible que existiera algo tan bello y tan desconocido? En aquel Témoc de los años sesenta todo era posible.

En uno de sus pasos por la sala mi padre me aclaró que la hermosa pieza que escuchaba tenía por nombre Claro de Luna, y pertenecía a un músico muy antiguo llamado Beethoven. No me aprendí su nombre de inmediato, ni de mediato. Pero Claro de luna quedó fijada en mi memoria como el nombre de un día en que una muerte fortuita me enseñaría el placer de lo desconocido. No era sólo la música lo que se aparecía en mi árida visión del mundo, sino el misterio mismo de lo que seguía. ¿Qué más hay?, me interrogué. ¿Cuántas cosas existen tan hermosas y tan desconocidas?

Beethoven muere el 26 de Marzo de 1827

Escucha Claro de luna, aquí: http://www.youtube.com/watch?v=vQVeaIHWWck&NR=1

miércoles, 25 de marzo de 2009

Ché, el auditorio


El periodismo crítico y muy divertido lo entiendo con el ejemplo de Guillermo Sheridan, en su blog de Letras Libres. El personaje de Sheridan, un maestro regañón, irónico y levemente reaccionario se dedica a sacar los trapitos al sol de todos aquellos que abusan de la confianza de una masa amorfa de lectores diletantes y de consumidores de la chatarra cotidiana, como la prensa y la televisión. Hace dos semanas mostró fragmentos de cartas de las FARC que involucran a funcionarios de Guerrero en un intercambio de dinero, de otros apoyos materiales y hasta de un presunto secuestro, que curiosamente –como lo reflexiona el propio Sheridan-, no tienen eco en la prensa mexicana. Sí que llama la atención.

Esta semana, en su blog de Letras Libres*, Sheridan desempolva un antiguo litigio que tiene que ver con el auditorio Ché Guevara en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, mostrando cómo este recinto ha estado ocupado en más de una década por grupos que lo han convertido en un centro cultural alternativo, no sólo de la facultad, sino de tribus urbanas que no tienen cabida en otros espacios públicos regenteados por la autoridad.

Desde que estudié en esa facultad en 1976-79, el auditorio Ché Guevara estaba dedicado a eventos estrafalarios que no tenían –ni tienen- cabida en otros recintos, sean universitarios o no. A precios súper módicos, era posible acudir a maratones de cine roquero. Ahí asistí a un inolvidable maratón de conciertos de rock, que atesoro como una de mis experiencias lúdicas favoritas de mis andanzas juveniles. Tengo experiencias memorables para mi modestísimo curriculum de vivencias en el auditorio Ché Guevara. Frisaba yo los veinte años y ahí pude ver un cine que me marcó en muchos sentidos, asistí a un concierto gratuito de la nueva trova y conocí a Milanés y Zitarrosa; conocí al Tri cuando todavía se llamara Three soul in my mind o algo así, fue cuando se agarraron a golpes Lora y el baterista. Fui a eventos milenaristas, indigenistas, conocí a guerrilleros, a filósofos, a dudosos mesías que te ofrecían las perlas de la virgen. No importa que no lo comprendas, que te parezca ridículo, son recuerdos míos, entrañables. Y el auditorio Ché Guevara fue el escenario. A eso quiero referirme para dar alguna especie de justificación a lo que ocurre hoy en ese recinto de la UNAM ganado por grupos contestatarios (la clasificación de Sheridan es muy atinada), que tal vez resulten intolerables para muchos, pero que aportan experiencias lúdicas y estrafalarias a los jóvenes de la facultad y de otras partes que se acercan ahí en número considerable. Por su parte, la Facultad cuenta con otros auditorios y recintos de lo más apropiados para sus actividades académicas y culturales, el Ché, en realidad, nunca le ha interesado al grado de luchar por él.

Si leyera esta opinión en maestro Sheridan me haría pedazos sin clemencia, porque es muy fácil oponerse a grupos sociales que podemos considerar como marcianos, que se dedican a hacer puras marcianeses, con espacios de dudosísimo uso y promoción de productos prohibidos como la marihuana y la pornografía. Es justo reflexionar sobre su enorme éxito en una masa mayor de universitarios que tiene la necesidad o la tentación de conocer caminos alternos al sacrosanto estudio y la consecución de títulos y alabanzas.

Tal vez terminen sacando a jalones a los grupos que ocupan actualmente el auditorio Ché Guevara, y quizás retome el recinto su antiguo nombre de Justo Sierra, lo que no van a poder sacar de su realidad es la existencia de estas expresiones de cultura popular que tienen derecho a existir y a ocupar un lugar, como lo demandan sus consumidores, que ahora son nuestros hijos, sobrinos y amigos de las generaciones venideras ¿con qué derecho se les puede decir: eso no? “Tú no puedes ver esto porque es vulgar, porque es enfermizo, porque es peligroso”. Y ustedes, maeses, no existen, váyanse para sus casas con todo y sus tiliches esotéricos. No tienen derecho a contaminar el feliz desarrollo de nuestros hijos.

No lo podrán hacer, porque la cultura popular no opera así. Eso lo hemos comprobado una y otra vez con las prohibiciones, que en mi generación, sándwich de la del 68 y los noventa, llevamos a su especialización, fuimos verdaderos especialistas de la deserción, el sabotaje y la anarquía contrainstitucional.

* Aquí, una de las entregas de Sheridan:

http://www.letraslibres.com/blog/blogs/index.php?title=che_guevara_autogestivo_tres&more=1&c=1&tb=1&pb=1&blog=8

martes, 24 de marzo de 2009

Estados de ánimo


Soy un móvil y tengo una vida. Los móviles mutamos permanentemente y en cada semblanza mostramos un estado de ánimo que de algún modo esparcimos en el ambiente. Mi vida transcurre en el movimiento perpetuo de mis piezas, una danza hipnótica que me convierte en medidor del tiempo, termómetro ambiental. Mientras tanto, un rostro voluble se revuelve en sus expresiones y manifiesta todos los estados de ánimo que estoy dispuesto a reconocer. Hoy, por ejemplo, taciturno. Hay un cruzamiento de visiones que me impide ver las cosas con claridad. No puedo verte bien. Amanecí con las cejas enmarañadas. Ya pasará.

lunes, 23 de marzo de 2009

El móvil que habla

A partir de hoy participará en este blog un móvil colgado en la sala de mi casa. Venía insistiendo en aparecer aquí, cada vez que bajaba las escaleras ahí estaba, con su semblante polimorfo implorando: “por favor”, “aunque sea una temporadita”. Está bien, compartiré el espacio de mitos sin sustancia con este móvil pensador, aunque no estoy muy seguro de la calidad de lo que vaya a decir. Desde ese rincón cercano al techo es difícil pensar en cuáles podrán ser sus argumentos. Un móvil que habla. Habrá que verlo.

Lodo


La tarde del 23 de marzo de 1994 estuvimos pegados a la tele, esperando noticias sobre el estado de salud de Luis Donaldo Colosio. Malú cumplía su octavo mes de embarazo y Guadalupe, su mamá, nos acompañaba para asistir al nacimiento de Teresa. Pero este día estuvimos paralizados, expectantes, hasta muy entrada la noche en que Zabludowski trasmitió la noticia de su muerte. Comenzó a circular el fragmento del video en el que se veía a Colosio rodeado de la multitud, mientras en un fondo musical se escucha La Culebra, con la banda Machos. Y ahí estaba la mano que portaba una pistola, luego la detonación, la sorpresa, la caída, la estupefacción. Una y otra vez la imagen, ahora en cámara lenta, ahora en reversa. Fueron semanas de repetición televisiva y gráfica. Una imagen hipnótica que nos decía muy poco del político que buscaba gobernar un país, para dejarnos sólo con un hombre de 44 años que caía al lodo de Lomas Taurinas.

Tras 15 años este ciudadano no puede aportar mayores elementos que éstos. No sabemos más que eso después de toneladas de papel y varias comisiones de investigación. De entonces acá, muchas cosas nos han sucedido, otros crímenes, otras crisis, más responsables de la debacle de un país que no levanta, que sigue revolviéndose en el lodo de sus contradicciones.


domingo, 22 de marzo de 2009

Cinematógrafo


La tarde de este día de 1895 -ignoro si también era domingo- los hermanos Lumiere reunieron a un grupo de gente de entre sus amistades de París, para presentarles los resultados de su último invento que ya llamaban el cinematógrafo.
Con moderada expectación, los asistentes a una sala que fue previamente oscurecida, pudieron ver sobre una blanca pared las imágenes que proyectaba el sofisticado aparato de los Lumiere: Salida de obreros de la fábrica, rezaba un cartelón de letras blancas y temblorosas. Ahí estaban, caminando a gran velocidad, los conocidos trabajadores de la fábrica de los Lumiere. Los asistentes aplaudieron y festejaron entre bromas el nuevo invento, pero ninguno sospechó la importancia que habría de tener en muy corto tiempo.
Este día inventaron no sólo el cine como espectáculo público, sino las salas de cine, que después incorporarían las palomitas.

Más de un siglo después, el cine es, probablemente, la manifestación artística más acabada y compleja de la llamada modernidad. Películas que van más allá de garantizar una hora y media de diversión, irrumpen en profundas reflexiones sobre el comportamiento individual y social, sobre la hipocresía del poder, de las instituciones, de los propios individuos de nuestros tiempos turbulentos.

sábado, 21 de marzo de 2009

Bach


No soy quien para hablarte de música, pues soy bastante sordo, analfabeta del solfeo y una especie de boxeador con guantes para tocar cualquier instrumento. En pocas palabras, no entiendo si soca. Empero, nada me impide recordar el día de hoy la muerte de un anciano ciego, dedicado a su iglesia, a su numerosa familia y a la infamante incomprensión de su música que no cultivaba las vertientes de moda.

Johan Sebastian Bach fue un artista sedentario que tuvo una vida ordenada y parsimoniosa. De acuerdo a la tradición familiar, procrea 20 hijos en dos matrimonios: siete con María Bárbara y trece con Ana Magdalena, de los que en su vida adulta sobrevivieron diez. Tuvo la fortuna de contar con su segunda mujer, una artista sensible que se compenetró en su obra y fue el aliento de su más importante impulso creativo.

Después de tanto tiempo de su muerte el mundo clama por su obra. Las expresiones sobre su grandeza lo llevan a ser considerado uno de los más grandes artistas de la historia. Y fue su vida, discreta y prolífica, un ejemplo de coraje, creatividad y honradez que sobrevivirá las más duras pruebas del futuro. Muere este día de 1750, a los 65 años de edad.

Escucha y ve al maestro Rostropovich interpretando la famosa Suite num. 1:
http://www.youtube.com/watch?v=LU_QR_FTt3E


viernes, 20 de marzo de 2009

Victoria olvidada


Increíble que no hagamos hoy un desfile triunfal con todas las escuelas primarias y secundarias muy bien uniformadas, con carros alegóricos conmemorativos, el presidente municipal engalanado y hasta bañado, las maestras de las escuelas muy bien peinaditas. Se cruzan las banderas como jugando la ronda y en la plaza se establece un ambiente que huele a fiesta y canto. El himno se interpreta a diestra y siniestra en todos los rincones del país. Además de la batalla del 5 de mayo, tenemos la batalla del 20 de marzo, una sobre las fuerzas francesas invasoras, otra sobre las yanquis. Un inconmensurable orgullo nos delata, y el maestro de ceremonias, con las venas henchidas en el cuello, declama odas a los héroes, a la primavera y hasta a la maestra Cuquita, sin venir al caso.

En este país, en el que festejamos hasta las derrotas, es increíble que no conmemoremos hoy la batalla de Golhiad, Texas, de 1836, cuando las fuerzas texanas del general Fanning son vencidas por el ejército mexicano a cargo del general Jesús Urrea, haciendo prisionero al propio militar yanqui y a trescientos de sus soldados.

jueves, 19 de marzo de 2009

Sabines


Hace once años, Jaime, cumpliste tu objetivo. Y al tiempo, moriste poco a poco de tu cáncer maldito y tu perturbador y descarnado espíritu. Pero moriste porque querías morir, estabas preparado para ello. Hiciste mil poemas. Para tu muerte y la del mayor Sabines y tu tía Chofis y tu madre y la parafernalia que rodea a los muertos con sus féretros elegantes y negros, los hoyos de dos metros, crisantemos, zempazúchitl y ofrendas, los tacuches negros, los zapatos de polvo, los niños que no entienden; te solazaste en el reposo, en tu propio reposo, y en reclamo insano –por muerto- de que te dejáramos descansar.

“Quiero una caja de muerto que esté cómoda,
no vaya a estar angosta o corta.
La almohadilla no muy alta
Y el color que quieran.
Herméticamente cerrada
Para que no me entre nada de la vida.”
Mal Tiempo, Jaime Sabines.

Ahora ya descansas, Jaime, en la estúpida muerte. No se ha roto ese vaso en que bebiste, sigue el mundo su paso, rueda el tiempo... Mi madre en su vejez hundida... Me acostumbré a leerte, te he elevado al nivel de consumismo vil... ¿Será posible que abras los ojos y nos veas ahora...? Es la sombra del agua, el llanto fracasado. Gracias, Jaime, suspiros en las rosas... Vamos a guardar este día en tu memoria.

Sabines muere el 19 de marzo de 1998
Puedes leer poesía suya aquí: http://amediavoz.com/sabines.htm

miércoles, 18 de marzo de 2009

Luch


Mi amor, hasta 1990 los 18 de marzo de mi vida estuvieron dedicados a disfrutar un día festivo más. Recuerdo alguna playa en este día petrolero, pero sobre todo días de sol pleno, honores escolares, discursos y ofrendas de flores en las estatuas de Lázaro Cárdenas del Río y su expropiación petrolera. Era un día de asueto como tantos otros, pero a partir del 18 de marzo de 1990, las cosas cambiaron para siempre en mi vida.

No fue un día sencillo, pues además de largo, estuvimos en varios sitios con tu pobre madre, que parecía empezar a reventar a cada momento. La tomábamos de la mano y contábamos los segundos que duraba la contracción. Recuerdo vivamente cuando fui a comprar una pizza para que comiéramos los tres (tu tía María, mamá y yo). Fui a un súper, no recuerdo el nombre, y ahí estuve un rato parado mientras me surtían la comida. Veía a la gente muy despreocupada, en sus propios asuntos y pensaba: ¡no imaginan lo que estoy viviendo! ¡eh, tú, panzón, ¿acaso tienes hijos…?!, y otras insolencias por el estilo. Pero cómo lo iban a imaginar. Un treintón con cara de asterisco que compraba una pizza en el súper, digamos, no estaba como para llamar la atención de nadie. Sin embargo, yo me sentía genial, fortalecido y muy nervioso, ¡estaba a punto de ser papá!

El día transcurrió lento y pesado. María y yo contamos unas ochocientas veces del uno al cincuenta, en sucesivas contracciones que, como el bolero de Ravel, iban creciendo en intensidad hasta volverse apoteósicos, casi delirantes. Por ahí de las nueve de las noche comenzaron a preparar a Malú para que quirófano. Ni siquiera imaginaba que tenía que hacerse en un quirófano. Yo mismo me vestí de médico y nos metimos a una fría y descolorida sala de operaciones en donde nos pusimos –literalmente- a pujar. Fueron, por supuesto, los momentos más intensos del día, destacando el esfuerzo increíble de mamá y la confiable asistencia del médico. Estuve a punto de desmayarme al menos dos veces, la vista se me nubló y –típico- comencé a ver estrellitas, pero afortunadamente pude controlarme. No recuerdo cuánto duró todo el proceso, pero sí un sentimiento vívido de lo que yo sentía mientras ocurría. Paradójicamente no pensaba en el nacimiento, sino en la muerte. Es como si, siendo testigo de este milagro natural, estuviera entendiendo, no lo obvio, que era la llegada de un nuevo ser al mundo, sino una parte anterior a este acontecimiento que tenía más que ver con el final que con el principio de la vida. Era una especie de iluminación que me indicaba la perfecta correspondencia entre la muerte y la vida. Veía tu nacimiento pero al mismo tiempo estaba entendiendo algún secreto de la muerte. No sé como explicarlo, pero me pareció hermoso ese mensaje, que pude corroborar después al asomarme al insondable abismo de tus ojos. Supongo que con todos los bebés ocurre, pero a mí me ocurrió contigo. Veía en tu mirada de recién nacida el infinito espacio del universo, como si me explicaran que nacer y morir eran lo mismo, haciéndome comprender, momentáneamente, el ciclo natural de nuestras vidas, la incontestable pregunta que la existencia justifica, sobre el famoso “más allá”. No sé finalmente si por la experiencia mística, o por el simple hecho de convertirme en papá, ese día aprendí mucho de mi mismo. Me diste la primera lección de tu vida.

Eran las 11:30 de la noche cuando salí a la sala de espera donde aguardaban Antonio, Marta y Eva; una agotada tía María, con Jaime, Cinthia y Emmanuel. Teo y Julio, de nueve años, revoloteaban en las esquinas. “Es niña”; “es niña…”

Tras 19 años yo sigo aprendiendo. Cada día me sorprendo de cómo es posible que cada día me sorprendas. Y me encanta llegar a este día, verte crecer un año más, palpar tu madurez y licenciar sin trámite los rezagos de tu adolescencia. Ese día de 1990 me cambió para siempre, y para felicidad de todos, fuimos testigos del comienzo de tu vida. Felicidades.


martes, 17 de marzo de 2009

El Pacmyc


En dos años distintos fui invitado por Gerardo Pérez a ser jurado de proyectos del Pacmyc, lo que acepté gustoso. Me pasaron una docena de proyectos y unos días después entregué un reporte de lo observado. Me esmeré innecesariamente. La reunión de jurados operaba más liberalmente y el dinero alcanzaba para cubrir prácticamente a todos los proyectos recibidos, por lo que sólo aquellos que eran ideas demasiado peregrinas quedaban fuera, los demás pasaron. Había solicitudes de diez mil o quince mil pesos, pero la mayoría se ajustaba al tope de los treinta mil. Era un gusto poderles ofrecer a esos grupos de pueblos lejanísimos la oportunidad de recibir una lana que les permitiera pequeños avances en su labor altruista. Lo hicimos sin demora, pero en el proceso pude observar y escuchar sobre algunos problemas prevalecientes en el importante programa. Y más aún. Tras diecisiete años de gestión los mecanismos imploran por un ajuste y una autocrítica constructiva. Mi opinión no la expresé ahí, en el Pacmyc, donde sólo asistí a las reuniones de jurados, sino en la Cacrep, que no es una fábrica de galletas, sino el organismo “de decisión” sobre asuntos de cultura popular en el estado, de la que fui miembro honorario, como lo expliqué ayer lunes. Entonces fue cuando me puse a investigar para tener un escenario completo.

A finales de los ochenta, durante la administración de Leonel Durán, se plantea la necesidad de destinar un recurso significativo para trabajar proyectos culturales con los campesinos, indígenas, obreros industriales, marginales urbanos, subempleados y los estratos bajos de la clase media, y en 1988, cuando Guillermo Bonfil Batalla asume como director de la DGCP, fundó este agradable estímulo que permanece hasta nuestras fechas y que lleva por nombre Pacmyc (que significa Programa de apoyo a las culturas populares y comunitarias).

En su larga historia, el Pacmyc ha dado a luz interesantes productos testimoniales y artísticos, estímulos al estudio de antiguas danzas locales e impulso de talleres artesanales y de medicina tradicional. Ha beneficiado a centenares de grupos de cultura originaria y mestiza de las sierras mexicanas; bandas musicales que compraron instrumentos, talleres de idiomas, teatro y literatura autóctona. La generosa cuota les es entregada en mano a los artesanos por los gestores de la Dirección de Culturas Populares. El único requisito para recibir el dinero, además de entregar un proyecto detallado, es garantizar la comprobación de los gastos, lo que habitualmente ocurre.

La propuesta de Bonfil fue agua fresca para centenares de promotores culturales de los pueblos de México, se entrega directamente a los grupos de artesanos de México un recurso que, aunque va sin remedio a fondo perdido, les ofrece la oportunidad de concretar algunos de sus planes. Fui testigo del uso adecuado en la destinación de ese recurso por parte de Gerardo Pérez y su equipo de trabajo en la Unidad de Culturas Populares, lástima que se haya negado a discutirlo, como se lo propuse después, por puro miedo de hacer ruido y perder su trabajo, lo que finalmente ocurrió. En la Cacrep me atreví a discutir algunos vicios muy evidentes en el programa del Pacmyc, suscribiendo que su orientación podría ser mejor definida –o al menos discutida-, pues hace falta apretar ciertas tuercas para evitar que grupos enquistados en los ayuntamientos ganen este año y el siguiente también, con otro nombre, así como evitar otorgar el financiamiento de proyectos a todas luces indecisos, de propósitos dispersos y poca factibilidad, como lo evidencian los numerosos proyectos rezagados.

Otras deficiencias saltaban a la vista o eran detalladas, en tono quejumbrón, por los propios miembros de Culturas Populares. En Puebla no existe un acervo completo de los productos que se han producido en el Pacmyc, lo que existe y podría exponerse no se expone por falta de espacios, de gestión, de intercambio social, por miedo a mover el agua y perder el empleo, que parece ser la única verdadera preocupación de esos burócratas. No hay expectativas, no hay discusiones en torno a la cultura popular, no existe una valoración de nuestras debilidades y nuestras fortalezas. Lo único que yo quise señalar es que el Pacmyc es un programa de dos décadas que nunca ha sido revisado y, al menos aquí, camina sin rumbo entre la monotonía y la demagogia anual de repartir dinero entre ávidas manos de grupos culturales y algunos vivales que se ponen agüsados; señalar que es un dinero considerable aventado al azar, sin seguimiento, sin resultados, sin otro propósito que repartir ese dinero anual, por obligación institucional.
Mi propuesta de discutirlo fue recibida con una sonrisita irónica como si estuviera proponiendo cambiar se sitio a Teotihuacán. Los comentarios que recibí me sugerían que creyeron que pretendía desaparecer al Pacmyc, cuando en realidad mi perorata era una defensa del programa de apoyos a la cultura popular, porque se trata de un dinero etiquetado que tiene muchos años funcionando y ha resistido los cambios de gobierno y hasta de partido, razón de más para hacerlo funcionar mejor. En esas andaba cuando yo mismo me quedé sin trabajo, por lo que el pacmyc, la cacrep y otros crustáceos pasaron a tenerme sin cuidado. Había que llevar el pan a la mesa. Pero yo creo que nunca me respondieron. No importa, igual es evidente que la cultura popular atendida por el estado podría tener horizontes más chabacanos y originales, como ocurre ya en el Distrito Federal.

lunes, 16 de marzo de 2009

Cultura popular


Por dos años consecutivos tuve el extraño privilegio de pertenecer a la Cacrep, que no es una empresa de croquetas, sino la Comisión de planeación y apoyo a la creación popular del Estado de Puebla, órgano de decisión de nuestra entidad que administra los recursos financieros del fondo estatal para el financiamiento de proyectos y programas, los procesos de los proyectos institucionales y del Pacmyc.

De acuerdo al documento que instala la Comisión se indica que “es un órgano único que planea, organiza, opera, instrumenta y administra los programas de aplicación estatal de la Unidad Regional, así como los programas de carácter regional o local que la Secretaría de Cultura considere convenientes en acuerdo con la Dirección general de culturas populares e indígenas”.

Yo era uno de los cuatro vocales emanados de la sociedad civil que votaban en la Cacrep, que además estaba constituida por representantes de la Secretaría de Cultura de Puebla, la Dirección general de Culturas Populares e Indígenas, la SEP estatal y el Municipio de la capital de estatal, dirigida por el antropólogo Gerardo Pérez, que nos hizo las invitaciones personales a cada quien. No se suponía que fuéramos unas lumbreras en cultura popular, pero sí que tuviéramos alguna experiencia en comunicación, educación o actividades artísticas, cosa que, a mi modo de ver, cumplíamos los ciudadanos reunidos.

La experiencia fue penosa frente a la abrumadora indiferencia y la falta de visión en el manejo oficial de la cultura popular que, al menos en Puebla, sobrevive en una oficina advenediza, sin recursos y sin planes. La oficina de la Unidad estatal de culturas populares estaba en la indigencia: 120 mil pesos anuales “para el financiamiento de proyectos y programas”, que sólo alcanzaba para simbólicas ayudas a grupos independientes que se acercaban a la delegación. La oficina carecía de computadoras, mantenía una carcacha y en esos dos años -2005 y 2006- ni siquiera tenía una oficina estable, por lo que los traían como gitanos de un sitio para el otro (con los hermosos edificios vacíos que hay en el centro de Puebla, propiedad de alguna de estas instancias) y Gerardo y su gente se comportaban como burócratas en fuga, inseguros, lejanos, incomunicados, casi escondidos.

Las reuniones no fueron periódicas, no era obligatoria la asistencia, no había una orden del día abierta, sino que Gerardo sacaba una muy burocratizada e inmutable, lo que nos ponía a todos en una situación de indefensión argumentativa. En esa versión de la Cacrep no se discutió ni sobre políticas públicas ni se tenía un criterio sobre qué hacer para beneficio de la cultura popular. Nuestra principal labor –y en realidad, la única- consistió en dar el visto bueno al programa Pacmyc, que es el encargado de otorgar becas anuales a proyectos de artesanía y cultura popular desde hace casi 20 años, que merece un comentario aparte.

Renuncié a la Cacrep cuando propuse una discusión sobre cultura popular que no fue ni atendida ni apoyada. Para ello elaboré un documento donde proponía las bases de una discusión, de unas veinte páginas, que no fue respaldado por Pérez y que sólo leyó una de mis colegas, la representante de la radio comunitaria de Cuetzalan. No sin exaltación, argumentaba a mis correligionarios lo conveniente de una discusión, abierta y propositiva, aprovechando nuestra presencia en un organismo social tan facultado, como la Cacrep, para señalar las deficiencias oficiales en la atención de la cultura popular. Había que plantearle a la autoridad escenarios y proyectos extraídos de nuestra presunta experiencia y hacer correr la tinta –y también los recursos, buscándolos- para ofrecer alternativas que impacten en los objetos e intereses que se mueven en torno al placer social, llamado cultura popular. Me extendía, eso es cierto. Pero nada ocurrió.

Hubiéramos podido hacerlo si hubiera otra clase de voluntad, si tomáramos la decisión formal de darle juego a las atribuciones legales de una instancia que reúne al conjunto de la sociedad para “planear y apoyar” la cultura popular en Puebla. Compartía en mi escrito el pensamiento de Stuart Hall de que la cultura popular no es el escenario para intentar atraerla “a nuestro lado”. Ahí no existen los lados. Pero me lamentaba de que una instancia como la Cacrep podía ser mejor utilizada, que los ciudadanos convocados podíamos tomárnosla en serio y proponer y operar ideas y programas que claramente aporten elementos a la llamada cultura popular, buscando un mejor respaldo financiero y el uso de la infraestructura –maravillosa- que tenemos en Puebla. Desde ahí, los gobiernos del estado y municipal, así como el sistema educativo reunidos en torno a la mesa, debían recibir de nosotros no solamente esa legitimación del presupuesto destinado a la cultura popular, sino ideas, desarrollos, motivaciones que promuevan la creatividad de los poblanos. Ir a la raíz, pensar en los niños, sembrar para el futuro. Yo, como podrás imaginar, proponía mi sobado proyecto de llevar barro a las manos de los niños poblanos, pero sólo fui recompensado con sonrisitas sospechosas.

En la última reunión, mientras leíamos cómo los consejeros electorales se autopremiaban con 450 mil pesos el sospechoso conteo de las elecciones federales, en la Unidad de Culturas Populares del Estado de Puebla votábamos el presupuesto anual para todo el estado de 120 mil pesos, cantidad que quedó después de repartir el Pacmyc. Aprobamos avergonzados ese simulacro de presupuesto y nos lamentamos de las miserias generales.

Volvería a pertenecer a una de esas instancias ciudadanas que existen en casi todas las secretarías. Volvería a tomármelo en serio e insistiría en que los ciudadanos convocados por la autoridad es mucho lo que podemos ayudar para alargar su cortedad de miras. Volvería a hacerlo porque creo que el numico futuro permisible en México es aquel que esté representado por la gente común, los ciudadanos, que despoje de su inmenso poder a una clase política y burocrática muy desgastada y acotada por sus propias paranoias. Deja tú que sea corrupta, en cuestiones de cultura lo que salta a la vista es la ineptitud, la componenda y el conformismo, incapaces de ofrecer alternativas.

domingo, 15 de marzo de 2009

Lovecraft


En Puebla existe un Círculo de Lovecraft que tiene periódica reuniones para discutir, supongo, el mito de Tuhlú. Aunque más que discusión –vuelvo a suponer-, se tratará, junto a miles de seguidores y decenas de otros círculos, de continuar la labor imaginativa del mito creado por el escritor estadunidense.

Como yo lo entendí, el mito de Tuhlú se basa en una raza protohumana de seres inteligentes y monstruosos, que reinaron en el mundo antes de la aparición de los humanos. Luchan por reconquistar su territorio al igual que lo harían los dinosaurios, en el caso de volver a gobernar el planeta. Lovrecraft es unos de esos escritores de terror muy agudos que te dan miedo desde antes de abrir alguno de sus libro. Títulos como Las ratas en la pared, El horror de Dunwich, y por supuesto, su serie recopilada del mito de Tulhú, han sido por generaciones lecturas obligadas a los aficionados del terror.

El 15 de marzo de 1937 muere H.P. Lovecraft, un fantasioso y prolífico escritor que, aburrido de su gris existencia, creó uno de los mitos fantásticos más duraderos de la literatura. El propio H.P. confesó que era silencioso e inanimado como una computadora: “Mi existencia ha sido reservada, poco agitada y nada sobresaliente; y en el mejor de los casos sonaría tristemente monótona y aburrida sobre el papel.” Sin embargo dejó la honda huella de Tuhlú.

En su Introducción a la Literatura Norteamericana, Jorge Luis Borges escribió la ficha del escritor con aguda y certera crueldad: “Howard Phillips Lovecraft nació en Providence, Rhode Island. Muy sensible y de salud delicada, fue educado por su madre viuda y sus tías. Gustaba, como Hawthorne, de la soledad y aunque trabajaba de día lo hacía con las persianas bajas”. Antes de su muerte, a los 47 años de edad, sólo había visto publicado uno de sus libros.

Y sí, como podemos apreciar en la fotografía, H.P. tenía mandíbulas de impresora.


sábado, 14 de marzo de 2009

Ya Vas


Soy un convencido de que los mexicanos provenimos de dos vertientes históricas que se encontraron frente a frente en el siglo XVI, que los habitantes modernos de este país tenemos, en partes desiguales, pero ostensibles, la herencia de aquellos españoles que llegaron a la conquista y de aquellos pobladores originarios que fueron conquistados, por lo que me parece ridículo renegar de cualquiera de esas dos partes, pues en ambas tenemos generosas herencias que hoy podrían mostrar lo mejor de nosotros mismos.

Una de ellas es la de don Vasco de Quiroga, nacido en Madrigal de las Altas Torres, España, en 1470, y muerto un día como hoy de 1565 a los 95 años de edad. El anciano Don Vasco era al morir Obispo de Michoacán. Vino a la Nueva España como oidor de la segunda Audiencia, y desde entonces este país le robó el corazón y los mejores años de su vida, pues el fraile se entregó en cuerpo y alma a la defensa de los derechos humanos de los indios, a quienes no sólo cuidó como un padre, sino procuró los principales avances humanistas que en aquella lejana Era de conquista se dieron a favor de ellos. En Michoacán fundó el Colegio de San Nicolás Obispo y el hospital de Tzintzuntzan, así como orfanatos y escuelas de oficios para los purépechas de la región.

Estoy seguro que mis “fuentes” españolas exageran las bondades de este monje conquistador, pero entre tanta barbarie cometida entonces, cuando llegó de España lo peorcito de aquellos reinos aún medievales, actuando en consecuencia, personajes como don Vasco retribuyen a nuestra genealogía un rasgo positivo de la herencia española, entre tantos otros negativos que hoy seguimos lamentando.


viernes, 13 de marzo de 2009

Fe de a ratos


El 8 de enero escribí una entrega con el nombre de “No sé que es la fe” en la que ilustraba mis tribulaciones en este tópico demasiado humano de las creencias. Al final, no sin dramatismo, expresaba mi convicción sobre la ciencia: “La ciencia nos dará libertad. ¿Y no es lo más grande a que puede uno aspirar? Yo creo en eso. Pero ¿… es mi fe?”

En el último número de Letras Libres, dedicado a este tema, Fernando Savater llega en mi auxilio con un esclarecedor ensayo titulado ¿Es tolerable la tolerancia religiosa?, en el que me ilumina sobre la improcedencia de hacer de la ciencia un artículo de fe, a diferencia de considerarla como uno de esperanza, de creencia material, diametralmente separada de la fe.

Para empezar, Savater distingue dos atributos humanos en el simple hecho de vivir: la función biológica y la experiencia simbólica. La primera “exige un conocimiento razonado y verificable”, mientras que la segunda “necesita disponibilidad y apertura de la imaginación creadora”. De ahí la necesidad urgente de la tolerancia, pues la una se requiere para mejorar nuestras vidas tristemente humanas, mientras que la otra es necesaria para el libre juego de la feliz imaginación.
“El problema auténtico empieza cuando la ciencia y la poesía tratan de sustituirse mutuamente, suprimiendo a su contraria”, me dice Savater casi de manera personal, pues en aquella pregunta del 8 de enero era precisamente el error en que yo incurría.

Luego el maestro español se interna en una claridosa discusión sobre la tolerancia, que es mejor que leas por ti mismo ( http://www.letraslibres.com/index.php?art=13633 ), pero en una de sus partes define a la religión como “la poesía que se toma científicamente en serio a sí misma y pretende tener una explicación del cosmos mejor que la ofrecida por el método científico”, reflexión que a mi me parece no sólo lúcida, sino sumamente esclarecedora.

No resolví mi problema sobre descubrir cuál es mi fe, pero la reflexión de Savater me ha permitido, por lo menos, separar las partes de mi propia constitución humana en dos: ese ser esperanzado en que la ciencia será el vehículo de mejoramiento humano, y que la fe, alguna posible fe emanada de mi imaginación, es la parte poética que la naturaleza tuvo a bien dotarme para soñar mejor.

El día de hoy, el diario El País notifica el éxito en el uso de células madre en una clínica de Sevilla que salvó la vida de un niño de siete años, al serle transferidas células del cordón umbilical de su hermanito recién nacido. ¿Cómo no tener esperanzas con noticias como ésta? Ayer veía en el noticiario que el obispo de Guadalajara, Jalisco, desalojó a toda una escuela reclamando la propiedad del inmueble que ocupaba, y ahora los niños estudian en la calle ¿Cómo no perder la fe en los llamados hombre de fe?

Por lo menos ahora puedo distinguir entre esperanza y fe.

jueves, 12 de marzo de 2009

Deja vu


Anoche, viendo las noticias, pensé que estábamos en otro país. O más bien, tuve un especie de deja vu que me transportó a los tiempos en que existía la dignidad internacional en nuestro gobierno y los seleccionados de equipos nacionales jugaban sin complejos y con hambre de triunfo. Sí, me impresionaron las palabras de Calderón sobre la corrupción en los Estados Unidos y la obvia corresponsabilidad de la violencia de los cárteles; la canciller Espinoza hundió el dedo en la llaga y el secretario Gómez Mont les hizo meneadito con el dedo. Eso duele. Por si fuera poco, un acelerado árbitro de origen mexicano, que traía la tarjeta amarilla pegada en la mano, hizo trizas al equipo boliviano de futbol y los dejó a merced de los extranjeros mexicanos (sic) de los que recibieron una goleada histórica. Sí se puede. Pero ahí no terminaba la fantasía real (sic) porque los beisbolistas mexicanos, heridos por los lenguas-largas australianos que los habían humillado en el primer juego 17 a 7, y que se sentían la mamá de Tarzan (así, sin acento), decidieron pegarle a la pelotita y vencer por nocaut (sic) a la novena australiana por 16 a 1, o algo así. Me acosté con una sonrisa en la cara, pensando que quizás eran signos del final de la crisis perpetua, que el presidente descubrió que eso es lo que queremos de nuestros gobernantes, fuerza y dignidad; de que es hora de decir las verdades en voz alta; que nuestros deportistas hiper bien pagados con nuestros impuestos decidieron esforzarse por realizar un buen papel, y lo lograron, que es lo más impresionante. Me dormí con esa misma sonrisa de idiota feliz y soñé que los diputados, en un alarde de patriotismo, trabajaban hasta deshoras para aprobar la ley que impide salarios vergonzosos de nuestros gobernantes; que en un estado de iluminación aprobaban una ley hacendaria y energética inteligente, que beneficiaba al país y no sólo a los dueños del dinero; que encarcelaban a los especuladores que le tienen la pata en el pescuezo a nuestra moneda; que renunciaba el gobernador; soñé que me hablaba uno de los diez funcionarios que he visitado en los últimos meses y me ofrecía, por fin, un trabajo. Fue una noche verdaderamente feliz, propositiva, con abundantes dosis de esperanza. Fue tan buena que hoy en la mañana, cuando me desperté en esta cruda realidad tan conocida, ostentaba aún mi sonrisa de idiota.


miércoles, 11 de marzo de 2009

Querido viejo


La noche del sábado al hacer uno de mis rondines con el control remoto vi en el canal 11 a un hombre gordo y viejo que parecía cantar más con el alma que con las cuerdas vocales. Era Alberto Cortés. Uno de esos personajes raramente recordados que nos ha acompañado a los cincuentones a lo largo de nuestras vidas. Viejo mi querido viejo, ahora ya camina lento. Tenía nueve años cuando ya cantaba esa canción en el baño, los sábados que me bañaba, y tenía la gran tentación de cantársela a mi padre, de 42 años, puesto que mi abuelo, el único viejo, acababa de morir. Aunque, pensándolo bien, era seis años menor que el hombre gordo y abotagado que ahora llenaba la pantalla de la televisión. Estuve unos segundos viéndolo, disfrutando de su indeleble argentinidad y su voz quemadura (nunca mejor encontrado un lugar para el verso de Villaurrutia), como el hielo de vidrio, como el grito de hielo. Claro que el verso es en primera persona (y mi voz…). Hoy, Alberto Cortez cumple apenas 69 años de nacido, cuando yo hubiera imaginado que cumpliría 90, pues su voz quema, dura.


martes, 10 de marzo de 2009

Sexo y alcohol


Hoy hace 15 años murió el escritor Charles Bukowski, ícono de la liberación sexual setentera que escribió con pelos y señales -sobre todo con pelos- las incidencias de un borrachín en las alcobas de moteles baratos. Sus lectores veinteañeros de aquellos años no tardamos en descubrir que su literatura era en realidad una autobiografía, fragmentada en novelas. Leí con fruición La máquina de follar y al terminarla me quejé, junto con mis amigos, de la traducción española de Anagrama cargada de “leches” “tíos” y “cojones” (polvos, follones y más leches), implorando que José Agustín o alguien le hiciera justicia al traducirla para lectores mexicanos. Sí, la volveríamos a leer con su nuevo nombre de La máquina de coger, traducción nuestra, pues como todo veinteañero, mis amigos y yo estábamos desbordados de testosterona. Pero no hubo, que yo recuerde, ninguna otra traducción.

Así como llegó, Bukowski pasó. Tambaleante pasó. No volví a leer ninguna de sus novelas y nos enteramos de sus chismes a través de la prensa o en el suplemento de la exageración y las leyendas urbanas de los jóvenes en los pasillos de la escuela. Leíamos mejor a Henry Miller y Anaís Nin, que eran verdaderos escritores. De Bukowski supimos que, en una presentación de uno de sus libros en Los Ángeles, para empezar llegó tarde, pero no sólo eso, llegó muy borracho, cayéndose. Se paró frente al público, se abrió la bragueta, se sacó el pito y salpicó de orines los zapatos de los que estaban en la primera fila. Luego se fue, tan campante como había llegado. ¿De veras? Dicen que estuvo en Cuernavaca; que en Tijuana se perdió tres días; que violó a su abuelita ¿o era su abuelito?

El 10 de marzo de 1994 nos enteramos por La Jornada de que había muerto de una congestión alcohólica. ¿Quién…? Bukowski, el borrachín de las novelas pornográficas. Ah, pues pobre. Entonces ya leíamos a Borges.


lunes, 9 de marzo de 2009

Servicios públicos pirata


Para levantarnos el ánimo de tanta crisis y en vista de que los ficus de la banqueta empezaban a invadir nuestro patio, acepté la oferta de un joven desempleado que por 300 pesos, dijo, podaría los tres árboles. Incrédulo y con un poco de mala conciencia, pues es mucho trabajo para tan poco pago, terminé aceptando ante su insistente solicitud. “Le daré de comer y le compraré una coca”, negocié conmigo mismo, así que puso manos a la obra.

Podó un solo árbol, con tanta furia, que tapó el paso de la calle. Tuve que desatender mis labores para acudir al llamado de los claxon de los vecinos que querían pasar. Era una cantidad de ramas insospechada. Discutí con mi amigo y por el momento las apilamos en la banqueta de la casa, pero ahora nos impedía el libre tránsito a los usuarios del hogar. Como pude, penetré a nuestro domicilio e hice una llamada al Ayuntamiento de la ciudad para que me ayudaran a resolver este desaguisado. Para mi sorpresa, una amable señorita tomó nota y me tranquilizó: “voy a enviarle un inspector para que evalúe el monto de ramas y le haga un presupuesto”. Perfecto. Yo calculé en cien pesos adicionales e hice mis cuentas, que no resultaban tan gravosas. La sorpresa fue que cuando por fin pude salir de la casa, en medio de las ramas, ya había llegado el inspector del Ayuntamiento, a quien felicité por la prontitud de sus auxilios, pero rápidamente me quitó la sonrisa optimista de mi cara. Con la mirada preocupada de un ingeniero que construye una presa, calculó en tres tráileres las necesidades de evacuación, lo que por poco me provoca un accidente de evacuación, pero estomacal. Discutí argumentando mis derechos ciudadanos, los impuestos que nos cobran por aquí y por allá, las promesas del alcalde y la tremenda crisis que vivimos, lo que momentáneamente conmovió su endurecido rostro de ingeniero. Me dijo que tal vez cabría en uno, y por tratarse de una emergencia, buscaría hablar con el chofer para que me lo dejara en 1,300 pesos. Pero tenía que ser rápido, pues si pasaban “los de ecología” podría hacerme acreedor a una multa por una cantidad mucho más alta. Cuando me despertó de mi desmayo, le di las gracias por el estupendo servicio municipal y lo despedí con violencia contenida. Se fue con cara de “ahorita te echo a los de ecología” y yo me quedé con mi joven desempleado, que ya tenía el pobre ficus tan pelón como un árbol de Dalí. “Ves lo que pasa por ayudarte”, me desquité con él, a sabiendas de que había participado en toda mi negociación. “¿Tiene mecate?”. Claro que tengo mecate. “Tráigalo”, me ordenó. Y en menos de lo que canta un gallo, con mi ayuda, amarró paquetes de ramas, una tras de otra, hasta juntar 24. Eran unos rollos compactos, de un metro y medio de largo por cuarenta centímetros de diámetro, que apilamos junto a la cochera, dentro de la casa, lo que me quitó, por lo menos, la preocupación de “los de ecología”, que ya andarían rondando la colonia. Le di 200 pesos y la promesa de no volverlo a contratar para los dos árboles restantes.

Una semana después, ya medio secas las ramas, al pasar el camión de la basura, salí con cincuenta pesos en la mano y, a sabiendas que es ilegal que carguen ramas en sus recorridos, los exhibí provocadoramente al tiempo que indicaba el montó de ramas junto a la cochera. Entraron cuatro hombres y en menos de un minuto desalojaron el montón. Asunto concluido.

Cuando reflexionaba en este gesto de solidaridad que resultó tan desafortunado, pensé que esa es la forma en que hacemos las cosas en México, nuestra famosa corrupción que es, en realidad, la forma práctica que tenemos para resolver nuestros problemas. No es que sea una cultura ajena a nuestra cultura, que asumimos momentáneamente mientras nos volvemos menos corruptos, sino que se trata de mecanismos sociales, convenidos por todos, para arreglar las cosas que los diferentes niveles de gobiernos se niegan a afrontar, al menos, con un sentido social. Larga debe ser nuestra discusión sobre este tema.


domingo, 8 de marzo de 2009

Vivir


En 1914 inicia una de las guerras más costosas y absurdas. Millones de varones jóvenes y fuertes murieron en los fangosos campos de batalla dejando sin hijos, sin padres y sin compañeros a millones de familias y mujeres. En Occidente, ellas tuvieron que entrar al quite y cubrir sus puestos de trabajo en fábricas, autobuses y servicios públicos en general. La mujer estaba ahora en un papel que antes era privativo de los hombres. No sin paradoja, aquella mujer de la evolución que había sido la dadora de vida, iniciaba, diez mil años después, su participación pública en esta parte del mundo. ¿Qué traían las mujeres en su bagaje genérico que las fortalecía por sobre las nuevas actividades que ahora disputaban a los hombres? Su capacidad de sobrevivencia.

Hoy, que se celebra el Día Internacional de la Mujer, establecido en 1910 para conmemorar un lejano 8 de marzo de 1857 en que fueron masacradas 129 trabajadoras de la confección en la ciudad de Nueva York, sólo por exigir mejores condiciones de trabajo y derecho al voto, las estadísticas muestran resultados ambivalentes en las condiciones de las mujeres en el mundo. Una de cada tres son maltratadas, pero su número en las universidades es superior al de los hombres, etcétera. Los estudios se ocupan de infinitos detalles de las diferencias, pero poco, a mi modo de ver, de esa larga preparación de las mujeres para la sobrevivencia de la humanidad. Y es que, además de ser aún experimentos sanitarios y sparrings de machos inmaduros que descargan su impotencia en su humanidad, las mujeres son, en la mayoría de los casos, las responsables de que el mundo opere, de que funcionen las detalles. De esa humilde experiencia milenaria de limpiar y servir, muchos hombres hemos aprendido de ellas una nueva noción de nuestra propia humanidad, pues se trata de un conocimiento básico para enfrentar un porvenir aciago.

En el siglo XXI, el auto sustento integral será la condición de supervivencia humana. Esta elegante expresión significa, simple y llanamente: "sé capaz de preparar tus alimentos y limpiar tu mierda". Sobrevive. Las mujeres son el género habilitado para enfrentar mejor un incierto futuro, cuando la cultura humana pase a depender de necesidades muy básicas, como comer y sobrevivir a la infección. La mujer, por su papel a lo largo de la Historia, es especialista, experta para la sobrevivencia. Una noción elemental que las mujeres perfeccionaron a lo largo de milenios, que deviene en la experiencia humana de hoy, clave de la supervivencia, que los hombres deberemos de asumir tarde o temprano. Y al tiempo que muchas de ellas se vuelven “señores” de la política y el poder económico, muchos hombres nos volvemos cada día un poco mujeres, nos liberamos de la dependencia, de la inutilidad, pues en el futuro del mundo, tal y como se nos presenta, la única tarea de la humanidad será la de subsistir. Hoy, mi aspiración es parecerme un poco a las mujeres, ser un hombre-mujer.

He aprendido que la vida se reduce a mi respiración, en este momento. Si respiro vivo y si vivo es aquí, en este cuarto. Esto es existir. El pasado fue y el futuro es una promesa ambigua, mi único momento es este, el ahora, donde construimos y deconstruimos, echamos a perder. Aquí –en este hogar- quiero ser libre hoy, como lo son ellas, pues no tengo otra vida que esa de respirar en el interior de esta casa, mi vida. Cargar el fardo y lo que es peor, descargarlo. En esa vida lucho por ser autosuficiente como las mujeres. Un aspecto (demasiado) humano capaz de ofrecerte grandes satisfacciones, calidad de vida, colección de grandes instantes de mis días y de mis noches que cobran a tus fuerzas físicas un pequeño esfuerzo, una breve distracción a tus actividades, que se recompensan con el placer de unas sábanas limpias, un vaso lavado, un excusado confortable, un piso reluciente. Un espacio vital ordenado y simple que otorga calidad a mi vida. Parafraseando a Kant: yo limpio, como sujeto simple, como sujeto idéntico, en cada estado de mi comportamiento. Y en cada acción que realizo por mi familia y por mi mismo, hay una mujer agazapada que me enseña a hacerlo, que me orienta, que me rectifica. Es mi abuela, mi madre, mi hermana, mi cuñada, mi mujer, mis hijas, mis amigas. Tantas mujeres para tan poco hombre.


sábado, 7 de marzo de 2009

Yo bloguero


En una página cubana recomendada por la laureada bloguera de ese país, Yoani Sánchez (Generación Y), llamada Penúltimos días (http://www.penultimosdias.com/) aparece un ensayo del no menos laureado pionero de la blogósfera, Andrew Sullivan, aparecido en el último número de The Atlantic con una traducción express de Juan Carlos Castillón, llamado “¿Por qué blogueo?”, una interesante reflexión para novatos y veteranos en esta lid de la blogueada.

Para Andrew Sullivan la acción de bloguear te somete a una expresión espontánea tanto de tu literatura como de ti mismo, pues lo que expresa uno aquí es pensamiento instantáneo, que excluye del acto de escritura cualquier revisión considerable o larga, lo que somete a los escritos a unos límites extremadamente porosos y a la expresión de verdades inherentemente transitorias. “La clave para comprender un blog es asumir que se trata de una emisión, no de una publicación. Si deja de moverse se muere. Si deja de remar, se hunde”, expresa Sullivan.

El contenido de los blog es más una conversación que una producción, donde no siempre es posible terminar de expresar las frases. Quiero decir que… bueno, no es que lo quiera, pero… “Su falta de conclusión es lo que los hace tan atractivos”, pues bloquear es, en consecuencia, dejar que tu escritura vague, tienes que expresarte ahora, mientras tu carácter explota, mientras tu humor dura, aún cuando, entre las palabras, vaguen también algunas estupideces e imprudencias “publicadas antes de que tenga el buen sentido de apretar Supr”. Y es que el bloguero puede revelar más de lo que quiere sobre sí mismo en alguna de sus frases impertinentes, y esa es una de las características que hacen del blogueo una forma propia: “es rica en personalidad”.

La gente tiene una voz para la radio y una cara para la televisión. Para bloguear tienen una sensibilidad. Cualquiera que sea la autoridad que el blogger tenga, no deriva de la institución para la que trabaja sino de la humanidad que conlleva. Se trata de escribir con emoción, no tan sólo bajo la superficie, sino sacándola siempre a través de ella.
“Si todo esto suena posmoderno –concluye Sullivan- es porque lo es. Y bloguear adolece de los mismos fallos que el posmodernismo; falla a la hora de dar una verdad estable o una perspectiva permanente”.

Yo no estoy muy seguro de llegar a cumplir algún día esas características del verdadero bloguero, por lo pronto ya he dicho algunas imprudencias y dos o tres estupideces, pero estoy aún lejos de la espontaneidad de la escritura automática, pues muchas de mis entregas para nada son espontáneas ni carecen de exhaustivas y antiguas revisiones. Sí, he insertado aquí algunos escritos de mi archivo que dormían el sueño de los justos, pero ante la imposibilidad de repetirlos pasados unos meses –como ocurría en el radio-, supongo que algún día, en un lejano futuro de ejercicio constante y consistente, pueda ser un bloguero de veras, de acuerdo a los cánones del maestro gabacho. ¡Pus qué gacho!

El ensayo completo de Sullivan lo puedes leer en:
http://www.penultimosdias.com/2008/10/21/¿por-que-blogueo-de-andrew-sullivan/


viernes, 6 de marzo de 2009

El aracataquense


Hace dos o tres meses leí nuevamente Cien años de soledad, que había leído prácticamente en mi adolescencia. Volvió a encantarme, pero ahora entendí las razones que hacen de esa novela un libro universal (como nos gusta llamar a lo mundial), pues la sencilla y retorcida historia de los Buendía de Macondo, en sus elementales ciclos de rutina vivencial, en realidad podrían ocurrir en cualquier parte del mundo. O casi. Esta ubicuidad, creo, es la que convierte a esta novela en universal.

Me quité, también, algunos mitos personales que equivocadamente repetí durante muchos años, como el que todos los personajes se llaman Aureliano Buendía. Si bien existen 12 personajes con el nombre de Aureliano, sólo uno es directamente Buendía, y corresponde al segundo hijo de José Arcadio y Úrsula Iguarán, aunque probablemente la mayoría se apelliden así, no se sabe. En cambio, hay cuatro personajes llamados José Arcadio Buendía, y uno más, llamado José Arcadio Segundo Buendía.

Este día Gabriel García Márquez cumple 81 años de edad, en una larga vida muy bien vivida que inició en Aracataca, Colombia, en 1928. Gabo, como lo llaman allá, tuvo la capacidad de conjugar la minuciosa descripción de la realidad rural colombiana con mecanismos fantásticos e ilógicos. Los críticos, en su prurito por etiquetar, llamaron a esta novedad el Realismo Mágico, que, aunque ha tenido innumerables seguidores, no es insensato pensar que nació con García Márquez y murió con él, pues hasta el propio escritor se ha separado de esa fluidez fantasiosa, representada en la prosa por caballos de cien años, cabelleras de veinte metros, barcos en penthouse y fantasías afines, poco convincentes en nuestra realidad de nuevo milenio y su sorprendente Internet.

De cualquier forma, la obra de García Márquez está llena de sabor latinoamericano, siendo ya parte de nuestra cultura. Cien Años de Soledad será un libro legible (y maravilloso) en cualquier época de la historia.


jueves, 5 de marzo de 2009

Colibrí 7


El solitario colibrí estaba deprimido por la ausencia de su hermanito. La mamá lo estuvo animando a salir y volar al mundo –contra mi creencia de que lo había abandonado-, pero el pequeño no respondió. Finalmente, la mamá pudo hacer que el pajarito se parara en el borde del nido, pero no logró nada más. Desde ayer a las cinco de la tarde el pajarito estuvo parado sin atreverse a volar. Nuestra preocupación creció con las horas pues, aunque ya no hace tanto frío, nos inquietaba que ya no pudiera meterse al nido y se quedara toda la noche paradito ahí, pues se iba a congelar. Tal cual, el pequeño colibrí amaneció parado en su sitio, inmóvil como estatua, aparentemente congelado, aunque vivo.

A las nueve Malú se lo encontró junto a la puerta de la calle, lo recogí sin ninguna resistencia y lo puse dentro de su nido. No teníamos muchas esperanzas. Como nunca la estadística común de que sólo sobreviven el 50% de los recién nacidos se me presentaba con cruda exactitud. Maldito Animal Channel. Pero la esperanza es lo último que muere.

A las once bajé a checar su condición y ¡oh, sorpresa!, el pequeño no estaba. Lo busqué entre las macetas, dentro de ellas, en otras ramas del ficus: nada. El pajarito desapareció, pero la gata no se ve por ningún lado. Ella es una asesina indiscreta y cada vez que sacrifica un animal –pajaritos y lagartijas- lo deja en la cocina o en algún lugar visible de la casa. No es, por el momento, el escenario. Confiamos en que haya podido volar, en que esté bien paradito en alguna alta rama o volando a su destino de chupaflores para deleite de todos.

Ojalá la estadística se equivoque en esta ocasión y nuestro pajarito pueda crecer y reproducirse, con un poco de suerte, en un pequeño nido que con su sabiduría biológica elabore en una rama afuera de nuestra ventana. Como quiera que sea, la próxima vez que vea un colibrí pensaré que es nuestro tímido amigo, ya adulto, que viene a agradecernos nuestra hospitalidad, y ya entrado en la fantasía, que perdone mi humana torpeza de querer salvar una situación que sólo la naturaleza, en su insondable perfección, es capaz de remediar. El instinto de conservación que permitió a nuestro pajarito sobrevivir.


miércoles, 4 de marzo de 2009

Arte objeto


Con la intención de ver la obra de mi amiga May Zíndel, visité la exposición de arte objeto que se exhibió en el Centro de Convenciones. Había visitado exposiciones de arte objeto alguna vez en la ciudad de México. No me gustaron mucho, sobre todo comparadas con exposiciones de lienzos o de escultura donde se enfrenta uno al arte complejo de un artista que ha dedicado horas, días y hasta meses en sus piezas, ante el arte objeto que expresa frecuentemente conceptos muy simples y técnicas, simples también, que dejan qué desear. Eran o muy sencillas o muy banales.

La exposición de arte objeto del Centro de Convenciones volvió a enfrentarme a mis dilemas. Construcciones contestatarias que critican con obviedad el consumismo y buscan la expresión estética en objetos tan cotidianos como broches de ropa, tetrapack de leche Alpura o cajas envoltorios de Pizzas Hot, con lo que se construyen figuras domésticas como excusados, refrigeradores y cajas para contenidos imprevistos. Eso sí, tuvieron que consumir un buen rato esos productos. Había una serie de apuntes de figuras humanas hechos muy a la ligera, en hojas bond, cuya ausencia de trazo y forma no justifica su presencia en una galería, sea del nivel que sea. Y otro artista que presentaba un par de tenis nuevos, en cuya cédula pone fabricante y origen, lo que nos remite no a una exposición artística, sino al aparador de una zapatería con muy poco surtido. Honestamente no lo entendí y me pareció algo ridículo.

La exposición de arte objeto, entonces, es desigual, pues uno se encuentra algunas obras de largo aliento que desentonan con las muy sencillas u obvias. Destacan, sin embargo, algunos arte objeto de otros tantos artistas, como las hipnóticas instalaciones de May Zindel. De perfil, un lienzo rojo baja de la pared y se prolonga un metro más sobre el piso, donde tal vez doscientas piedras de diversos tamaños están distribuidas sobre la tela. De frente, este arte objeto te sorprende al descubrir que, entre las piedras, hay algunas claramente con forma de corazón. Pero ¡oh, sorpresa!, paulatinamente los corazones comienzan a aparecer ante nuestros ojos. Otra piedra y otra más. La belleza de este objeto culmina cuando el espectador descubre que todas las piedras tienen, de alguna manera, forma de corazón. Desde entonces siempre que visite un río y vea multitudes de piedras recordaré los corazones de May, lo que hace al acto de observar aquella pieza una buena experiencia artística, que implica nuestra vivencia física frente al objeto y el reconocimiento a la artista que hizo de su paciente recolección de piedras de muchos años, una obra de arte que proporcionó al público una vivencia duradera.

El otro objeto de May Zinder era una pieza formada de pequeños muñequitos de barro adheridos a un cuadro. Deben ser unos sesenta. Frente a ellos, uno descubre un clásico muñequito de rosca de reyes, lo que produce una extraña emoción; luego otro y otro. Si May buscaba ese efecto, en verdad lo logra. Por desgracia, no llevaba cámara.

Este fue mi viaje al Centro de Convenciones para ver la exposición de arte objeto, un esfuerzo interesante de 15 artistas poblanos por hallar nuevas formas de expresión, de reflexión y de quehacer estético. Por lo uno y por lo otro, valió la pena haberme echado una vuelta para conocer las cosas que hace May –seguramente apoyada por mi amigo el Mago, que es su amoroso esposo-. Te agradezco tu invitación.


martes, 3 de marzo de 2009

Colibrí 6


Lo dicho. Uno de los pajaritos de colibrí que crecía con su hermanito en el nido afuera de nuestra ventana, voló. Esta mañana amanecimos con la noticia de que uno de ellos, el primogénito, simplemente se fue. Lo buscamos en el piso, entre las macetas, revisamos las garras de la gata, pero nada. Se fue. Creció lo suficiente y adiós. Ahora nada más tenemos uno que, suponemos, se irá en cualquier momento, siempre y cuando no termine matándolo con mis imprudencias.

Suponiendo que la madre colibrí, una vez que están creciditos, los abandona a su suerte, se me ocurrió la gran idea de alimentarlo por cuenta propia. Puse miel de abeja en la punta de un palillo y, con cara de colibrí, me subí en la escalera para ponerle miel en su piquito. Yo creo que mi cara de colibrí no fue muy convincente, porque al pobre colibrí se le erizaron las plumitas de la cabeza y se aventó al vacío. No a lo tonto, pues aleteó, de tal forma que quedó parado en una ramita, aunque era claro que no podía volar aun. Con la ayuda de Luz lo recogimos y lo volvimos a poner en el nido. Y sí, lo dejamos en paz.


lunes, 2 de marzo de 2009

Julio


Esta es la historia de un delito impune que ocurrió en febrero de 1981, cuando estabas en el vientre de tu madre y a mí se me ocurrió atropellarlos con un Renault amarillo que tus papás le habían comprado a tu abuelito. Era un vehículo bastante conflictivo, yo había intentado comprarlo un año antes pero a los cuantos kilómetros de recorrido no quiso andar más, así que me lo cambiaron por un vochito anaranjado (76), que fue mi verdadero primer vehículo, pero todo eso motivó que el Renault estuviera a mi nombre, así que en caso de haber huido de la escena del crimen (digamos, si viviéramos en Estados Unidos), hubiera sido rápidamente aprehendido. Pero no ocurrió nada de eso, primero porque no huí, y segundo, porque vivíamos en este país en donde el 99 % de los delitos queda impune. Lo que no quita que me hayas puesto el primer gran susto de tu vida.

Vivíamos en una destartalada casa de Santiago Zapotitlán, delegación Tláhuac, donde el aire daba vuelta pero no lo hacía ningún camión repartidor de gas, de tal forma que había que ir a cazarlo, a veces hasta Xochimilco, a bastantes kilómetros de distancia. Martha y yo teníamos mala suerte en este asunto de buscar el gas, pero éramos, digamos, los encargados. Antes, en esa búsqueda, nos había chocado un taxi que decidió pasarse un tope de ocho metros de altura a cien kilómetros por hora. Del otro lado del tope estábamos nosotros. La cabeza de Martha rebotó en mi dura cabeza, lo que me dejó un chichoncito imperceptible; ella, en cambio, tuvo el ojo morado más de una semana. Y, además, tuvo que pagar dos mil pesos del choque porque, de acuerdo a la circulación de las avenidas, yo había sido el culpable al atravesarme.

Total que este día nos preparábamos para ir a buscar gas. Martha, de ocho meses de embarazo de ti, se animó a acompañarme, pues conocía las rutas de algunas comercializadoras de gas, e incluso una decena de placas de circulación, de acuerdo a su costumbre. La cosa es que ya pesabas bastante, tu mamá caminaba con ese pasito garboso que suelen tener las mujeres en ese estado, y se movía, protegiéndote, de acuerdo a las circunstancias. Pero lo dicho, el carro no era de fiar. Le abrí el cofre y ella se puso a moverle no sé qué fierrito, pues no arrancaba fácilmente. Cuando lo logró, me ordenó desde la calle: “Préndelo, Polo”. Yo, como se aprecia, con menos participación en la operación, encendí el motor, pero como era un carro muy traicionero –o de plano no me quería a mí-, sucede que estaba en primera, por lo que el vehículo respingó y el pie derecho de Martha quedó debajo de la rueda derecha delantera. Nomás vi cómo desapareció y sólo quedó ante mi, como único paisaje, aquella calle de terracería llena de charcos y casitas tercermundistas. De pronto vi el copetito de Marta, que se asomaba a la altura de la salpicadura; me gritaba: “échate para atrás, échate para atrás…”. Afortunadamente el carro sí encendió, por lo que metí reversa y me eché para atrás, liberándote a tí y a Martha. Menudo susto. Aprecié por primera vez que eras un muchacho con suerte. A las cuatro semanas naciste, el 2 de Marzo de 1981, y como eras un bebé no muy agraciado, todo mundo coincidió en que eras igualito a mí. Y sí, tenías cara de rana, pero fuiste un muchacho simpático, discreto sobrino, de un aún más discreto tío que era un jovencito de 23 años que trataba de entender las razones esenciales de la vida y –en mi opinión-, no tuvo mucho tiempo disponible para atender mejor a ese pequeño que tú fuiste. Es decir, me hubiera gustado ser un mejor tío de lo que –acaso- fui.

Ahora tú eres un joven viajero, experimentado y complejo. Y yo estoy muy orgulloso de ti. No hay día que no me alegre de que aquel accidente en el que tuvimos nuestro primer contacto, digamos personal, haya sucedido como sucedió. Y antes de ser un criminal feliz de su delito, soy el feliz criminal cuyo delito fue haberme presentado ante mi sobrino de una forma, sí brusca, pero venial. De ahí p´al real. Felicidades donde quiera que estés.


Vagabundo


Desde mi más tierna edad cantaba esta canción: “Soy un pobre vagabundo sin hogar y sin fortuna y no conozco ninguna de las dichas de este mundo…” y me sugería una de las muchas posibilidades que aquel niño tenía en su particular y promisorio futuro, pues entre muchos sueños que tuve de llegar a ser astronauta, cantante o celebridad nomás porque sí, estaba, en lugar destacado, el de ser vagabundo, condición que no comprendía muy bien pero sonaba interesante. En ese entonces no tenía idea del autor, Federico Baena, que nace el 2 de marzo de 1917 en el Distrito Federal.

Federico Baena, hombre romántico por naturaleza, debuta a los 18 años de edad en el difícil arte de la composición musical, en un momento en el que México contaba con grandes compositores. En 1942 logra formar parte del elenco de la XEW, y ese mismo año, Las hermanas Aguila (Esperanza y Paz), estrenan su tema: Que te vaya bien, que fue una especie de premonición, pues desde entonces a Federico Baena y a su música, les fue bien.

Amparado por algunas marcas de jabones y la Lotería Nacional, Baena permanece en el radio cerca de 20 años dirigiendo su orquesta e interpretando sus boleros, género que hay quien dice que revolucionó, y entretanto escribió la música de 28 películas del cine nacional, 12 preludios para piano, un concierto para viola y orquesta y varias piezas para violín. De sus célebres composiciones tengo especial predilección por Ay Cariño, Vagabundo y Cuatro palabras, que han cantado las principales voces del bolero mexicano.


domingo, 1 de marzo de 2009

199


El primero de marzo de 1810, con las revoluciones de independencia estallando en América y un Napoleón Bonaparte derrotado en Europa, nace en la indiferente Polonia Federico Chopin, niño genial desde muy pequeño que publica su primera polonesa a los ocho años de edad.
Chopin fue un hombre afortunado en su corta de vida, de tan sólo 39 años. Vivió la fama, la fortuna y el aprecio de la inteligencia europea de su época. Mundano, Chopin era seductor, buen bailarín, excelente mimo, snob y todo lo necesario para sobrevivir el jet set de la época. Sus lecciones se cotizaban a precio de oro. Viviendo en París, el respetado maestro Robert Schumann dijo en célebre artículo la siguiente frase: “Quitaos el sombrero, señores: un genio.” Chopin respondió que el artículo de Schumann era “completamente estúpido.”
Chopin fue un genio independiente y rebelde, que se mantuvo apartado de los movimientos contemporáneos. En lo esencial de su arte, afirma el crítico Roland de Candé, “Chopin no debe nada a nadie: él lo inventó todo, guardándose conscientemente de toda influencia. Su música es pura, como la de Mozart.”

Polonesa fue la primera noción que tuve de la música clásica, el nombrecito me sugería una propiedad parcial por parecerse a mi nombre. Pasaron muchos años para que pudiera comprender que eran piezas musicales de Federico Chopin, de que era una música hermosa y eterna. Hoy cumpliría Chopin 199 años y, como cuando niño, seguiría siendo insoportable.