sábado, 28 de febrero de 2009

Tèmoc


En un punto llamado Itzancánac, en el actual estado de Tabasco, camino a las Hibueras, es ejecutado en 1525 el último emperador azteca, Cuauhtémoc, por órdenes expresas de Hernán Cortés, bajo la acusación, si acaso se necesitara, de supuesta conspiración.
Junto con Cuauhtémoc, mueren los reyes Tetlepanquétzal y Coanacoch, de Tlalpan y Texcoco, respectivamente. Sus cadáveres quedaron abandonados, aunque el de Cuauhtémoc, cuenta la tradición, fue trasladado clandestinamente a Ixcateopan, en el estado de Guerrero, para enterrarlo en el lugar donde naciera en 1502, hacía tan sólo 23 años.
Cuauhtémoc representa la dignidad del pueblo mexica, algo ausente en su antecesor Moctezuma, que se rindió con extrema docilidad. Cuauhtémoc percibió rápidamente que los españoles no eran dioses ni mucho menos, sino personas entrenadas que llegaban en busca del botín; su sangre brotaba igual que en cualquier cuerpo y sus ojos derramaban lágrimas de impotencia, como lo demostró el propio Cortés en el árbol de la Noche Triste al ser derrotado por Cuauhtémoc.

De niño sólo había dos cuauhtémoc para mí, mi pueblo y el héroe mexica, me llama la atención que este día no se hiciera, ni se haga, ninguna celebración. De ahí mi modesto recordatorio.


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